Opinión

Seguiré tu estela

No me despido de ti porque no te vas de mi. Catorce años teníamos cuando llegaste, pero jamás nos separamos. Unos cuarenta sin rozarnos, pero permaneciendo. Y es que a los veinte nos ocurrió algo terrible: yo me enamoré de otro. Nunca he sabido porqué, nunca le perdoné a la vida ese sentimiento irrefrenable que me apartó de ti. De mi primer amor, de mi mejor amor. Porque yo no sabía de qué iba eso hasta que nos conocimos, hasta que tuvimos que enamorarnos sobre el escenario de tu colegio y nos enamoramos también fuera; hasta que me enseñaste que podía confiar en la bondad de los desconocidos con esa pureza de tus enormes ojos azules y tu boca contenta. Contigo al lado entendí que merecía la pena vivir. Y así cinco años de dicha. Pasando de niños a jóvenes subidos en tu moto; yendo a la misma universidad; sisando llaves a los mayores con casa para gozarnos alguna vez despacio. Haciéndonos escritores a la par. Yo trabajaba en el hospital y tú a las tres en punto allí. Aprobé tantas asignaturas gracias a ti, saqué un sobresaliente en conocimiento de la lealtad humana. Cuando nos vino esa desgracia, a los veinte, lloramos juntos días y días. Pedimos a Dios que todo fuera un mal sueño y que yo no sintiera nada por aquel extraño. No fue posible y tuvimos que separarnos. Un poco. Porque nunca te perdí la estela. Porque eras tan generoso que me dejaste a tu hermana mayor como hermana mayor. Porque tú eras mi raíz sana, esa que se entronca y no enferma jamás. Por eso ahora no hay adiós. Seguirás siendo esa raíz inmortal. Y yo, Ignacio, seguiré tu estela.