Azrael protagonizó algunas de las rabietas típicas de un adolescente: subidas y bajadas constantes de notas, alguna que otra palabrota y plantones a su familia / Foto: Laura Gómez

Un ring para los ‘Rocky’ de instituto

La escuela de boxeo de Aurelio Torres está diseñada para niños de entre 8 y 14 años con conductas conflictivas. Azrael es una de sus jóvenes promesas

Azrael guarda en sus nudillos todos sus recuerdos. Algunos le noquean cada vez que golpea a su adversario y otros le calman su nervio interno cuando espera un contragolpe. Pero todos, sin excepción, le han ayudado a pisar el ring con firmeza y a relativizar los palos que ha recibido en sus 14 primaveras. Después de que su madre le abandonara, comenzó a juntarse con compañeros conflictivos y su comportamiento cambió radicalmente. Nadie sabía lo que rondaba por su cabeza. En casa, su padre insistía en saber lo que le pasaba, pero él se cerraba en banda. «Siempre nos decía que estaba todo bien. Nunca tenía deberes y nunca salía de su habitación para compartir momentos con nosotros», recuerda Julio sobre su hijo. Hasta que empezó a contestarles y a imponer su autoridad. Entonces, decidieron tomar las riendas. «Tenía que descargar toda la ira acumulada durante años y volver a encaminar su vida».

El día que Julio le vio a llegar a casa con la radio de un coche en la mano, comenzó a preocuparse de verdad. Hasta entonces, Azrael había protagonizado algunas de las rabietas típicas de un adolescente: subidas y bajadas constantes de notas, alguna que otra palabrota sacada de contexto y varios plantones a su familia.

«Nadie da nada gratis y eso nos dio bastante miedo. Nos decía que se la había comprado un amigo, pero no nos fiamos», recuerda su padre, que desde que nació le ha enseñado la importancia de valores como la honradez y la sinceridad. «No sé si algún día tuvo alguna conducta delictiva, pero cuando desapareció dinero decidimos tomar cartas en el asunto». Entonces, le quitaron la televisión y la consola, le obligaron a participar en las tareas domésticas y le prohibieron salir a la calle entre semana. «Te tienes que hacer el duro, aunque no te guste».

Su habitación era su refugio. No sentía la necesidad de saber nada más allá de esas cuatro paredes y su mundo se limitaba a los videojuegos. Azrael es tímido y selectivo. Sabe callar tan bien como jugar. Esa ha sido su verdadera prisión. «El día que su tutora me dijo que acosaba a algunos compañeros del colegio, no me lo podía creer. ¿Qué le estaba pasando para llegar a tal extremo?». El boxeo ha sido su escapatoria personal y su reconquista particular. Con cada movimiento, liberaba sentimientos que tenía atrofiados; con cada zancada, reabría heridas que creía curadas. Y así hasta que un día explotó. «Tienen que sentir el dolor y la angustia que puede experimentar la persona a la que machacan». El que habla es Aurelio Torres, entrenador del Club de Boxeo Terrassa. Junto a él, han entrenado niños que roban, que pegan, que desobedecen. Todos ellos, repletos de miedos.

«Llevo mucho tiempo trabajando en este campo. De modo que, cuando veo que uno de ellos se pasa de vacilón, intento que se sienta al mismo nivel que el resto. ¿Cómo? Acorralándole en el ring». Su objetivo es que aprendan a valorar el móvil que tienen, la comida que consumen o la ropa que compran. «Hay que enseñarles que todo lo que tienen es gracias al esfuerzo de sus padres, así como que vivimos en sociedad y hay que tener unas normas básicas de educación», relata Torres, que comenzó este proyecto hace ya cinco años cuando varias madres del barrio, angustiadas, le pidieron ayuda. «Recuerdo el día en que vinieron varias a decirme que sus hijos incordiaban a sus compañeros. Me trasportó a mi infancia, cuando las víctimas habituales eran «el gordo», «el gafotas» y «el raro»; hoy lo siguen siendo, pero con un componente más ruin: pueden grabarlo todo y subirlo a las redes sociales para compartirlo».

‘Hooks’ y ‘uppercuts’

La mayoría de los que acuden a su escuela son chavales de 8 a 14 años que se enfrentan por primera vez a la intimidación y la angustia. Lo hacen entre «hooks» –golpes de puñalada– y «uppercuts» –ganchos–, con todo el coraje y la ira que han almacenado en sus entrañas y con la mirada clavada en su adversario, pero siempre con la honestidad que da este deporte. A los que critican que el boxeo no es un deporte apropiado para niños, este entrenador rebate: «Aprenden técnicas de autodefensa y asumen disciplinas. Eso les da la confianza suficiente para subir su autoestima». Y añade que «hay que educarles, no pegarles».

Por eso, la única condición que les exige es que saquen buenas notas, lo que tranquiliza mucho a los padres que apuntan a sus hijos a su escuela. «Lo primero es estudiar. Si quieren seguir aquí, nos tienen que demostrar que son buenos en matemáticas o geografía, y que tienen un buen comportamiento en el colegio o instituto». Algo que Azrael ha cumplido a rajatabla. Cada vez que se baja del cuadrilátero, lo hace con la conciencia tranquila. Coge su toalla con calma y reflexiona con perspectiva sobre todo lo que ha pasado. «Me tenía que esforzar más y no abandonar mis sueños», dice sonriente. Ahora cursa tercero de la ESO y mira el futuro con optimismo. Lo ha pasado mal, pero cada vez que cuelga los guantes, todo lo que le ha hecho daño en algún momento de su infancia queda aniquilado en el ring.