Opinión

Perder la casa

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Perder la casa es como perder el alma. Un ser humano no puede prescindir de un lugar en el que cerrar la puerta y quitarse la ropa, la máscara, la pena, el cansancio, la calle, a los otros. No se puede vivir sin agua, sin luz, sin retrete, sin armario. Porque si no tienes nada de eso no puedes organizar tu hogar interior, el que has ido amueblando con el esfuerzo de tu existencia, de tu trabajo, de tu condición única; el que realmente necesitas para ser persona única. Porque la casa es el reflejo de lo que somos. Sólo unos pocos seres muy especiales disfrutan de vagabundear por el mundo, y no quieren llave ni buzón. Los demás necesitamos nuestro nido como los pájaros, nuestra cueva como los lobos, nuestra gruta como los peces. Ahora, en la isla de la Palma, la lava del volcán está engullendo el alma, la casa de miles de personas; ese espacio que construyeron para resguardarse del mal. Pero la naturaleza siempre ha sido más poderosa que nosotros. Y ahora la tenemos muy harta de nuestra prepotencia destructiva. Así que nos expande fuego, temporales, virus… avisándonos de que no va a permitir el desastre que estamos provocando. La pena es que no puede discernir y muchos inocentes, humanos y animales están pagando su ira. Dicen los palmeños ancianos que nunca vieron una explosión igual a la de este septiembre. Cuentan de un hombre que antaño se subió a un almendrero y gritaba ante la lava: «de aquí no me muevo. Me voy con mi casa». Solo deseo que todos esos que han perdido su hogar tengan ayuda, fuerza, lumbre interna para reconstruirlo de nuevo. Mi corazón está con su corazón.