Investigación

Cómo el simio y el hombre perdieron su cola

Un reciente estudio de la Universidad de Nueva York trata de explicar cómo dejamos de tener este apéndice

Reconstrucción de la pelvis hallada en Atapuerca
Reconstrucción de la pelvis hallada en Atapuercalarazon

Aunque parezca cosa de ciencia ficción, los seres humanos, durante una larga parte de nuestra historia, tuvimos cola. Este apéndice nos ayudaba a mantener el equilibrio mientras nos desplazábamos de árbol en árbol por las frondosas selvas, aunque en algún momento, hace alrededor de 25 millones de años, la perdimos. Desde que Charles Darwin exaltara a la población mundial con su teoría del “origen de las especies” en 1859, en la cual se afirmaba que, aunque los humanos y los simios no tenían una cola visible, compartían un diminuto grupo de vértebras que se extienden más allá de la pelvis, conocidas como el coxis. Investigadores de todo el mundo han intentado precisar el momento exacto en que esto pasó.

En el ser humano existen toda una serie de órganos vestigiales que son fruto de la evolución de la especie durante miles o millones de años. Durante este período, el hombre, como animal de la biosfera terrestre, se ha ido adaptando a un medio ambiente cambiante, que ha llevado a la creación de nuevos órganos o al descarte de otros que habían perdido su uso. Este cambio anatómico tuvo un profundo impacto en nuestra evolución. Cuando los antepasados de los seres humanos se pusieron de pie y caminaron sobre dos patas, hace millones de años, esa hamaca muscular en al que se había convertido nuestra cola estuvo lista para soportar el peso de los órganos erguidos. Con el objeto de aclarar este tema, un equipo de científicos en Nueva York han realizado un nuevo estudio, publicado la semana pasada, donde aseguran haber localizado la mutación genética que pudo haber eliminado este apéndice. Aunque es imposible demostrar de una manera definitiva que esta mutación hizo que perdiéramos el apéndice de nuestros ancestros, “es lo más cercano a una evidencia de lo que podríamos esperar”, comentó Cedric Feschotte, un genetista de la Universidad de Cornell.

“Desde pequeño me he preguntado dónde estaba mi cola”, comentó Bo Xia, estudiante de posgrado especializado en biología de las células madre en la Escuela de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York y uno de los investigadores a cargo de esta cuestión. Para comprender este hecho, Xia se fijó en cómo se formaba este apéndice en otros animales. Observó que, en las primeras etapas del desarrollo embrionario, se activan un conjunto de reguladores, los cuales orquestan distintas partes de la médula para desarrollar cualidades distintivas, como el cuello o la región lumbar. En el extremo más lejano de esta, surge el capullo de una cola, dentro del cual se desarrolla una cadena especial de vértebras, músculos y nervios. Los investigadores han identificado más de 30 genes involucrados en el desarrollo de este apéndice en varias especies animales, aunque siguen aprendiendo cómo su actividad, al final de la etapa embrionaria, da lugar a una cola.

Un gen conocido

Xia explicó que nuestros antepasados perdieron sus colas cuando estos genes mutaron y, para buscar esas mutaciones, el investigador comparó el ADN de seis especies de simios sin cola con el de nueve especies de monos con ella. Al final, descubrió una mutación que comparten simios y humanos pero les falta a los monos, un gen llamado TBXT, uno de los primeros genes que descubrieron los científicos hace más de un siglo.

En 1923, la genetista rusa Nadezhda Dobrovolskaya-Zavadskaya sometió a varios ratones machos a radiaciones a través de rayos X y les permitió reproducirse. A través de este experimento, la investigadora pudo observar que algunos de los descendientes de estos ratones habían visto reducido el tamaño de su apéndice o habían sufrido malformaciones en el mismo. Experimentos posteriores revelaron que la mutación estaba en el gen TBXT. Aunque fue uno de los primeros genes en ser descubiertos, la mutación que descubrió Xia no se había observado antes, esta consistía en 300 letras genéticas en la mitad del gen TBXT. Este tramo del ADN casi era idéntico en humanos y simios y fue insertado exactamente en el mismo lugar de sus genomas. Entonces Xia llevó el hallazgo a sus supervisores, Itai Yanai y Jef Boeke, para ver qué opinaban. “Casi me caigo de la silla, porque es un resultado simplemente impresionante”, recordó Yanai.

Para poner a prueba la idea de que la mutación estuvo involucrada en la desaparición de nuestra cola, Xia y sus colegas diseñaron genéticamente ratones con la mutación TBXT que llevan los humanos. Cuando esos embriones se desarrollaron, a muchos de ellos no les creció cola. Por ello, Xia y sus colegas proponen que esta mutación fue aleatoria y súbita, no fuimos perdiéndola de forma gradual si no de manera abrupta. Seguramente un simio hace unos 20 millones de años tuvo una malformación en el apéndice, lo cual provocó que tan solo le creciera el muñón de una cola o absolutamente nada. Sin embargo, el animal sin cola sobrevivió e incluso se desarrolló, para pasarle la mutación a su prole. Como consecuencia de esto, la forma mutante del TBXT se convirtió en la norma de los simios y los humanos actuales.

Según los científicos, la mutación del TBXT no es lo único que explica que tengamos un coxis en vez de una cola. Aunque los ratones del experimento produjeron una serie de colas alteradas, nuestro coxis es casi idéntico de una persona a la otra, por lo que debe haber otros genes que mutaron después y ayudaron a producir una anatomía uniforme. Aunque los genetistas están empezando a explicar cómo desaparecieron nuestras colas, los científicos siguen desconcertados respecto de por qué ocurrió esto.