Opinión

Adolescentes sin límites

Muchos profesores no celebran la vuelta a las aulas. Para ellos compartir otra vez espacio y tiempo con sus alumnos adolescentes tras el covid no es solo una actividad profesional sino casi una aventura repleta de riesgos. Desde hace ya demasiados años, la alta permisividad de los padres a los hijos y su enfrentamiento con los educadores a los que no consienten que reprendan a los chicos, ha derivado en un comportamiento irrespetuoso por parte de los alumnos. Y no solo es que se salten las normas sin temor, pensando que sus padres les librarán de cualquier castigo, sino que, además, imponen las suyas e incluso, si no se las aceptan, recurren a la agresividad. Los profesores, hartos, prefieren permanecer impasibles ante sus conductas. Al fin y al cabo, ellos tienen que formarles académicamente, la educación corresponde a los padres. Y si antes se implicaban más, aunque no fuera su cometido específico, ahora lo evitan. Se pueden encontrar, si lo hacen, con un insulto como respuesta por parte de los propios alumnos e incluso de los progenitores; pero además, pueden poner en peligro su integridad física, si alguno de ellos (sobre todo los chicos) se siente ofendido por ellos, o piensa que se ha inmiscuido en asuntos que no le competen. Este mensaje de que la autoridad no la impone más que la fuerza (no el conocimiento, ni el grado, ni el uniforme) extiende estas actuaciones de los adolescentes a todos los terrenos. Y no solo dificulta la convivencia, sino que dificulta la seguridad de la sociedad. «¡Estos adolescentes imposibles!», dirán algunos, pero la culpa de que transgredan los límites no es culpa suya, sino de sus padres, que prefieren no ponérselos porque les resulta más cómodo.