Visita oficial
El Papa: «¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder!»
Francisco condena el uso político de la fe en Kazajistán tras el rechazo del patriarca ruso Kirill a reunirse con él
Cuando la Santa Sede anunció que Francisco asistiría al VII Congreso de Líderes Religiosos se dio por supuesto que Nursultán sería el lugar para su segunda entrevista con Kirill, el patriarca de Moscú y de toda Rusia. Poco después, el Patriarcado hizo saber que Kirill no asistiría a la cita y que la reunión entre ambos debería tener lugar como un «acontecimiento diverso de cualquier otro».
El patriarca decidió no estar presente en la capital kazaja, quizá por evitar confrontarse con otros líderes ortodoxos que desaprueban su «bendición» a la guerra en Ucrania. En representación suya asistió el metropolita Antonij de Volokolamks, responsable del Departamento de Relaciones Exteriores, quien leyó un mensaje de su superior, que ignoró cualquier referencia a la invasión de Ucrania. Ni tan siquiera hizo un alegato genérico por la paz. Tan solo se refirió a «la pérdida de concepto de justicia en las relaciones internacionales», así como a «confrontaciones feroces, conflictos militares, la expansión del terrorismo y el extremismo en diversas partes del mundo». Eso sí, más adelante se atrevió a afirmar que «el camino de la dictadura, la rivalidad y la confrontación elegido por algunos gobernantes de este mundo están llevando a la humanidad a la destrucción».
Fue la ausencia de Kirill la principal amenaza para descafeinar la cumbre religiosa de Kazajistán. Pero no fue así. Francisco mantuvo su viaje a la exrepública soviética y ayer ejerció de abanderado de la convivencia con un texto extenso, profundo y sugerente. Así podríamos definir el discurso que entonó en la apertura de un congreso que reunió a un centenar de líderes de primera línea. Junto a ellos defendió la libertad religiosa como «un derecho fundamental, primario e inalienable, que es necesario promover en todas partes y que no puede limitarse únicamente a la libertad de culto».
A la par, condenó «el ateísmo de estado», poniendo como ejemplo el pasado del país de acogida, con «esa mentalidad opresora y sofocante para la cual el simple uso de la palabra ‘religión’ era incómodo». Reivindicó, por el contrario, que «las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa».
El Papa pronunció este alegato en el Palacio de la Independencia, donde señaló cuatro desafíos globales tras la pandemia: la lucha contra la pobreza, la paz, la acogida fraterna y el cuidado de la Casa común. Refiriéndose a la paz, pidió «no permitir que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano. ¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!».
A los portavoces de las diferentes confesiones les pidió que «no busquemos falsos sincretismos conciliadores, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Solo así en los tiempos oscuros que vivimos podremos irradiar la luz de nuestro Creador».
Toda la alocución papal estuvo aderezada con referencias al poeta más célebre de la patria anfitriona. Al menos doce veces Francisco citó al popularmente conocido como Abai, pero que en realidad se llamaba Abay Kunanbayev.
Concluida la primera sesión del congreso, Francisco presidió la única eucaristía de este viaje en el espacio de la Exposición internacional de 2017, una superficie dominada por una enorme bola de acero y cristal. Debajo de ella se instaló el altar. Todos los cálculos estiman que la asistencia a la misa puede cifrarse en torno a las 6.000 personas. Si tenemos en cuenta que los católicos de este país, con una superficie extensísima, rondan los 100.000, esto quiere decir que han hecho acto de presencia el 6% de los fieles.
Ante los cristianos kazajos, Jorge Mario Bergoglio volvió a reivindicar la paz como una labor artesanal: «La paz nunca se consigue de una vez por todas, del mismo modo que la convivencia entre las etnias y las tradiciones religiosas, el desarrollo integral y la justicia social». Aterrizado en las luchas cotidianas de la ciudadanía, el Papa invitó a todos los presentes a «no mordernos entre nosotros, no murmurar, no acusar, no chismorrear, no difundir maldades».
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