
Viaje a Baréin
Los católicos del Golfo, «vecinos» de fraternidad
En su única misa pública, Francisco llama a los fieles a construir una paz «realista» y «concreta» en medio de una sociedad multiétnica

Hay quien podría estar tentado de pensar de que Francisco no llenaría ni de lejos el estado nacional de Baréin. Sobre todo, teniendo en cuenta que no solo se trata de un país y una región de tradición musulmán, sino que de facto podría hablarse incluso de imperativo social.
Sin embargo, el pontífice argentino colgó ayer por la mañana el cartel de completo con un aforo de rostros delataban esa universalidad de una pequeña comunidad católica, inmensamente extranjera en una nación donde la mitad de su población es migrante y que se materializa en trabajadores procedentes de India, Bangladesh y Egipto, pero también de otros lugares del planeta. De hecho, en algunas gradas podían verse banderas españolas.
Desde primeras horas de la mañana, apenas despuntaba el sol, han ido llegando las instalaciones miles de fieles que deseaban participar en la única misa pública presidida por el Papa en el marco de este viaje de cuatro días que concluye hoy. Según las autoridades, fueron 30.000 los presentes provenientes no sólo del archipiélago sino también otros muchos llegados de Kuwait, Qatar, Arabia Saudita y otros países del Golfo Pérsico. La eucaristía fue multiétnica y multilingüe. Celebrada en inglés, se utilizaron también otras lenguas como el tagalo, el tamil, el malayo y el suajili, respondiendo a la diversidad de nacionalidades presentes.
A todos ellos se dirigió el Papa como embajadores del amor en medio de una sociedad globalizada, polarizada y en conflicto, «no sólo cuando todo va bien y sentimos el deseo de amar, sino siempre, no sólo a nuestros amigos y vecinos, sino a todos, incluso a los enemigos».
Palabras aterrizadas
Era previsible que, desde estas premisas, Francisco descendiese a la realidad y afirmase que Cristo «sufre observando en nuestros días, en tantas partes del mundo, formas de ejercer el poder que se nutren del abuso y la violencia, que buscan aumentar su propio espacio restringiendo el de los demás, imponiendo su dominio, limitando las libertades fundamentales y oprimiendo a los débiles». No necesitaba concretar más para entender a quién aludía.
Continuando sus reflexiones, Jorge Mario Bergoglio aseguró que «el Señor nos pide no que soñemos con un mundo irénicamente animado por la fraternidad, sino que nos comprometamos en primera persona empezando por vivir concreta y valientemente la fraternidad universal, perseverando en el bien incluso cuando recibimos el mal, rompiendo la espiral de la venganza…».
No resulta baladí esta reflexión en público del pontífice, teniendo en cuenta que precisamente la base de este periplo de su viaje es apuntalar su apuesta por una alianza de religiones, mano a mano con el islam, bajo el paradigma de lo que él llama «fraternidad universal», que no pretende ser un concepto utópico, sino un motor que sitúe a los credos como aliados indispensables para la paz y no como un problema añadido.
Por eso, a renglón seguido añadió que «no se puede restablecer la paz si a una palabra ofensiva se responde con otra palabra todavía peor, si a una bofetada le sigue otra». «No, es necesario desactivar, quebrar la cadena del mal, romper la espiral de violencia, dejar de albergar rencores», apostilló.
«Jesús no es irenista, sino realista», subrayó el Papa, en tanto que su idea del amor «es concreta; no dice que será fácil y no propone un amor sentimental y romántico, como si en nuestras relaciones humanas no existiesen momentos de conflicto y entre los pueblos no hubiera motivos de hostilidad».
De hecho, Bergoglio no dudó en hacer referencia a la cotidianidad de cuantos le escuchaban para mostrar la directa aplicación de sus palabras. «Pero, ¿qué sucede si el que está lejos se nos acerca, si el extranjero, el que es diferente o de otro credo se convierte en nuestro vecino de casa?», les interpeló. Después de los tirones de orejas que dio en su llegada al país el jueves por la vulneración de algunos derechos humanos, en esta ocasión Francisco presentó a Baréin como una tierra «imagen viva de la convivencia en la diversidad, de nuestro mundo cada vez más marcado por la permanente migración de los pueblos y del pluralismo de las ideas, usos y tradiciones».
En esta misma línea, el Obispo de Roma alentó a los católicos de Oriente Medio a que «nos comprometamos en primera persona, empezando por vivir concreta y valientemente la fraternidad universal, perseverando en el bien incluso cuando recibimos el mal, rompiendo la espiral de la venganza, desarmando la violencia, desmilitarizando el corazón».
Atmósfera festiva
En definitiva, con sus palabras Francisco logró crear una atmósfera festiva y muy calurosa desde todos los puntos de vista. A pesar de que el rito ha comenzado a las ocho de la mañana, el calor se hacía ya sentir, y los asistentes lo combatían con abanicos, viseras, incluso paraguas o agitando el librillo para seguir la ceremonia y las banderitas vaticanas. El agobiante ambiente no impidió que una efusividad se desatara cuando Francisco recorrió el estadio en papamóvil a su llegada al lugar.
Todo ese desbordamiento de emotividad se convirtió en un respetuoso silencio orante cuando comenzó la procesión de los celebrantes en la eucaristía al aire libre. Durante la hora y media que duró la misa, reinó un orden absoluto, nadie se movió de su sitio y la dispersión final fue perfecta.
Revestido con una vistosa capa pluvial, el pontífice argentino hizo su entrada en el recinto en silla de ruedas por su maltrecha rodilla, acompañado por numerosos cardenales y obispos y un alto número de sacerdotes. La misa fue oficiada por el suizo Paul Hinder, administrador apostólico del Vicariato de Arabia del Norte –máximo responsable católico en la región–, pero la homilía la pronunció el Papa en castellano.
Los jóvenes, «levadura sin barreras»
Francisco mantuvo un encuentro ayer por la tarde con 800 jóvenes en el colegio del Sagrado Corazón de Baréin, donde fue acogido con una danza tradicional y pudo escuchar el testimonio de hermandad de dos estudiantes, uno católico y otro musulmán. «Mirándolos a ustedes, que no son de la misma religión y no tienen miedo de estar juntos, pienso que sin ustedes esta convivencia de las diferencias no sería posible. ¡Y no tendría futuro!», compartió el pontífice que invitó a esta generación a ser «la buena levadura destinada a crecer, a superar tantas barreras sociales y culturales, y a promover gérmenes de fraternidad y novedad».
Es más, les llegó a catalogar de «como viajeros inquietos y abiertos a lo inédito, que no tienen miedo de enfrentarse, dialogar, ‘hacer ruido’ y mezclarse con los demás, convirtiéndose en la base de una sociedad amiga y solidaria».
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