Víctimas de la pobreza

«¿Niñas?, sin problema»: así funciona el sórdido turismo sexual en Gambia

«Yo puedo darle al turista todo lo que me pida, sin excepciones», declara uno de los proxenetas

Un occidental con una chica del país
Un occidental con una chica del paíslarazon

«Yo puedo darle al turista lo que me pida, sin excepciones», comenta Famara sorteando los charcos por el ajetreadísimo barrio de Serekunda (Gambia). «Hombres, mujeres o niñas, lo que sea, porque los europeos que vienen aquí no tienen límite». Y lo dice genuinamente preocupado. Él no juzga lo que hagan sus clientes en la intimidad del catre pero no puede evitar opinar que algunas cosas no son normales, como lo de los alemanes o los británicos y los suecos que vienen a Gambia para beneficiarse del turismo sexual que este diminuto país africano ofrece desde hace décadas, hordas de europeos que aterrizan aquí y contactan con hombres como Famara, tipos que conocen la ciudad y pueden facilitarles lo que busquen. Y no es un secreto porque a los europeos no cuesta verlos aquí. Caminan en solitario o en manadas, aunque otras veces se les encuentra acompañados de la juventud local: los mozos y las mozas que buscan para saciar un apetito de carne que cuesta un ojo de la cara en Europa, o que directamente es ilegal.

Existen cinco grandes tipos de europeos que acuden a Gambia (o Senegal) para quemar cartuchos de vicio. Los jubilados que buscan a una joven, los jubilados que buscan a un joven, los jóvenes que buscan jóvenes o niñas, los jubilados que buscan niñas y las jubiladas que buscan jóvenes. Luego ya están los turistas corrientes de cualquier edad que vienen a bañarse en la playa y hacer un viaje que consideraríamos normal, y que no participan en nada de esto. Uno de los dueños de un bar del Rasta Tribe me confió que una vez vino una holandesa que quería «acostarse con una negra» y que le permitieron hacerlo con una de las chicas de allí por 1.000 dalasi, «aunque eso no es lo normal». Las mujeres que aparecen por aquí prefieren buscar a hombres jóvenes.

Cinco tipos

Una vez contacte con Famara el extranjero, ya solo tiene que explicarle sus gustos: «Yo puedo darle al cliente lo que me pida, en serio, cualquier cosa, aunque si me piden niñas no me hace mucha gracia conseguírselas. Pero la vida es así, sabes, hay que pagar el arroz de la familia». Y Famara que, por cierto, ofrece sin remordimientos a su propia hermana para que les haga un masaje con final feliz a los turistas, Famara cumple, presto.

Si piden prostitutas no lo tiene difícil. Solo tiene que llevar al cliente a uno de los prostíbulos que hay en los barrios de Serekunda y en la zona próxima a la playa de Senegambia y cobrarle 600 dalasi (9 euros) por llevarle y esperar en el bar bebiendo una Coca Cola. Si le piden una simpática jovencita (o jovencito) de veinte años con la que salir a cenar durante unos días, comprarle ropa y verla bañándose en la playa creyéndose la repera, entonces Famara tendría que contactar con las chicas que participan en este mundo de amor fabricado y que no están ocupadas con ningún otro maromo. En los días sucesivos guiaría a la recién formada pareja por las playas y chiringos más divertidos de la zona, les llevaría de visita cultural al Parque Natural de Kiang West, conseguiría las botellas, presto, y haría que la semana del extranjero o extranjera sea de enmarcar. En estos casos cobraría unos 800 dalasi diarios.

Si le piden una niña, «es más difícil conseguirla pero todo es intentar». Argumenta que en Gambia hay mucha pobreza –y no le falta razón cuando la renta per cápita de aquí es de 850 euros anuales– y que «siempre hay familias que ofrecen a sus hijas para ganar un poco de dinero». Y saca aquí un debate común en el país: ¿quién tiene la culpa en estas situaciones espantosas? ¿Un gambiano o un alemán con una renta per cápita cincuenta y ocho veces mayor? ¿O los dos? Famara se sacude responsabilidades afirmando sin dudar que «los europeos han elegido hacer turismo sexual aquí, no nosotros».

El gambiano continúa satisfecho su paso. Viste una camisa que dice que es guardia de seguridad pero todo forma parte del chiringo que tiene montado. Él no es guardia de seguridad de ningún sitio, es más, la camisa «es de un amigo», pero él se la pone para que nadie le haga preguntas mientras merodea entre los hoteles y los restaurantes para blancos. Serán trucos del oficio.

Muchas de las chicas que trabajan en la línea más dura se trata de extranjeras metidas en un aprieto. Extranjeras de Nigeria, Sierra Leona o Senegal que se endeudaron de una forma u otra y pagan así las facturas. Es habitual encontrar en los repugnantes prostíbulos nocturnos a un número alarmante de mujeres venidas de Nigeria, que se pagan el viaje ejerciendo la prostitución durante un tiempo determinado entre ella y su deudor. Como cobran entre 400 y 800 dalasi la hora (un máximo de 12 euros) y algunas están enganchadas, ese tiempo suele alargarse un año o dos.

Es espeluznante. Las formas de negocio sexual que hay en Banjul y sus alrededores llegan desde las arterias más tumorosas de la ciudad hasta las mujeres de la playa que ofrecen masajes con final feliz por 800 dalasi. Incluso hay jóvenes de Europa que sucumben de cuando en cuando a un pasional romance con algún chico o chica local, quién sabe, pudiendo resultar en un noviazgo largo o un matrimonio feliz donde la excepción confirma la regla. Desde el amor hasta lo más sucio del deseo, en un mundo de lejos, el sexo flota sobre el clima sofocante de Gambia igual que ocurre en la costa senegalesa de Casamanza, y tipos como Famara consiguen así pagarle el aceite a sus cuatro hijos. «Es un negocio duro», reconoce el gambiano, «pero es honrado. Sí, porque un hombre honesto es el que da de comer a sus hijos».

Si él quiere pensarlo así... Por lo pronto, el último conteo de la ONU en 2016 señaló que cerca de 3.100 personas se dedican al negocio sexual en Gambia, mientras estudios más recientes de BMC Public Health concluyeron que el 29% de las trabajadoras sexuales habían sido forzadas a mantener relaciones sexuales al menos una vez en la vida. Senegalesas, británicos, nigerianos, suecas, sierraleonesas, alemanes, gambianos, españoles furtivos e italianas jóvenes que se quieren enamorar. Menuda fiesta tienen montada aquí abajo.

Mientras tanto, el presidente del país, Adama Barrow, se mantiene a duras penas en el poder con la ayuda militar de la Cedeao. Es común ver camiones repletos de soldados africanos que van y vienen y que se abren paso en los atascos de las vías principales armando un jaleo enorme. Los soldados senegaleses y nigerianos se suman así a la ecuación de Gambia, participando de esta orgía de agujeros negros y moral derramada.

Solo nos reconforta una de las perlitas que suelta Famara mientras que caminamos de bar a bar: «Los extranjeros se piensan que todo es muy discreto pero en realidad, si te soy sincero, aquí todo el mundo se entera de lo que ocurre y con quién. Aquí nos conocemos bien». Y me imagino cómo se debe de reír por las noches Famara con sus amigos, bebiendo cerveza en el Rasta Tribe y diciéndoles que es verdad que los blancos la tienen pequeña.