Hallazgo

Encuentra a su madre biológica 65 años después de que lo diera en adopción

Salvador Conesa siempre creyó que sus padres habían muerto, pero en 2018 descubrió que había nacido fruto de una violación y que tenía cuatro hermanos

Antonia Melguizo Entrena, la madre de Salvador
Antonia Melguizo Entrena, la madre de Salvadorlarazon

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La historia de Salvador Conesa es una historia con nombre propio. Antonia se llamaba su madre biológica y Antonia se llamaban sus dos madres de adopción, la de acogida y la definitiva. También es un relato de errores fortuitos. Y de un cúmulo de casualidades que retrasaron 65 años el hallazgo de su familia de nacimiento.

Hasta que no tuvo diez años, Salvador no supo que era huérfano. Había nacido en la Maternidad de Les Corts (Barcelona) en 1953 y había pasado su primera infancia en distintos orfanatos con niños que, igual que él, carecían de padre y madre. Como recuerda en conversación telefónica con LA RAZÓN, «había que ser muy listo para darse cuenta porque todos mis compañeros vivían la misma situación que yo». Fue en un viaje a Menorca para pasar las vacaciones con su primera familia de acogida cuando abrió los ojos. Aquellos padres, «muy abiertos», le explicaron cómo nacían los niños y le hicieron preguntarse, por primera vez, dónde estaban los suyos.

La respuesta que le dieron todos fue categórica: «Me dijeron que habían muerto y que yo había quedado huérfano. Claro, ellos tampoco sabían la verdad». Salvador aceptó lo que parecía un hecho consumado, aunque la cuestión se quedó rondando por su cabeza. Sus estancias en Menorca también le enseñaron un mundo nuevo, distinto. «Se me abrió el cielo. Hasta que cumplí catorce años pasé por tres orfanatos diferentes. Vivir allí era muy duro, era como una cárcel. Imagínate, los años 50 en España. Estábamos acostumbrados a que nos dieran por todas partes. Hubo una vez en el patio que nos mandaron a hacer la fila en formación, como en el Ejército. Yo sobresalía un poco y me dieron tal campanazo en la cabeza que acabé en el hospital». No todo era terrible, recuerda, allí no se pasaba hambre ni frío, aunque la comida dejaba mucho que desear. Cada vez que volvía de Menorca la ropa le estallaba de lo que había engordado. «Las monjas eran mejores que los curas y es verdad que no todos eran malos, también había buenas personas».

Salvador Conesa encuentra a su madre Antonia Meguilzo tras 65 años de búsqueda. Padres adoptivos en Menorca
Salvador Conesa encuentra a su madre Antonia Meguilzo tras 65 años de búsqueda. Padres adoptivos en Menorcalarazon

A los 16 años fue la primera vez que Salvador pidió su partida de nacimiento. Quería ver la identidad de sus padres escrita en negro sobre blanco. No fue hasta que cumplió los 18 cuando se dio cuenta de que algo no cuadraba. Ya estaba oficialmente adoptado por otra pareja menorquina y volvió a pedir el documento oficial a Barcelona para hacer el servicio militar obligatorio. «Los nombres que aparecían ahora eran distintos. Yo no entendía nada, pero me dijeron que es que se habían equivocado».

A la tercera fue la vencida. A punto de cumplir 25 años, volvió al registro para contraer matrimonio y, de nuevo, sus padres se llamaban de otra forma. «En esta ocasión fui yo en persona y ya me quedó claro que había gato encerrado. ¿Cómo era posible? Resulta que mis dos apellidos, Conesa Viloví, me los había puesto un juez, me dijeron, a modo de identificación... ¿por qué?».

Años después, otra casualidad quiso que Salvador retomara la búsqueda de sus padres. Un encuentro fortuito con un periodista de TVE en las fiestas de Menorca a mediados de la década de los 90 le condujo a ponerse en contacto con Paco Lobatón para que expusiera su caso en «¿Quién sabe dónde?». «Me contestó muy amable por carta que era imposible averiguar mi origen porque había una ley que lo impedía. Ahí estuve a punto de tirar la toalla porque si Lobatón no había podido hacer nada...».

Su mujer, Esperanza, se mantuvo firme. Había que seguir la búsqueda como fuera. Aunque el mítico periodista no había podido, sí le dio un nuevo hilo del que tirar. «Los del programa me pasaron el teléfono de la Asociación Nacional Derecho a Saber (Andas), que estaba luchando para que cambiara la legislación y personas como yo pudiéramos acceder a nuestros archivos personales».

Salvador junto a su hermano mayor, Manolo, y su cuñada Rosa
Salvador junto a su hermano mayor, Manolo, y su cuñada Rosalarazon

El año decisivo fue 2018. Una vez más, «para dar gusto a mi mujer», Salvador se presentó en el registro de Barcelona y, para su enorme sorpresa, le dijeron que la ley había cambiado y que tenía derecho a recuperar su archivo personal, toda la información que la Administración tenía sobre él desde su nacimiento. «Cuando escuché aquello tuve que pellizcarme, pensé que me estaban tomando el pelo. Así que hice la solicitud formal y en solo dos meses tenía en mi casa el legajo que ocupaba un palmo de alto. Estaba todo, todo, todo, ahí detallado».

Así se enteró Salvador de que su madre se llamaba Antonia, que quedó viuda a los 37 años y que le tuvo a los 46. También supo que tenía cuatro hermanos mayores. Le estallaba la cabeza. De pronto, ahí estaba su origen documentado. Entre los papeles había varias cartas de Francia que le llevaron incluso a pensar que quizá no era español.

Internet facilitó mucho la investigación posterior, pero, de nuevo, otro error le llevó a seguir un tiempo la pista equivocada. Los apellidos de su madre, Mellizo Entrena, la situaban en Granada y una carta con remitente de La Caleta que solicitaba información sobre él provocaron un viaje de la pareja en coche a Salobreña a ver qué encontraban. Durante una charla con el dueño del restaurante en el que habían parado a cenar se enteraron de que en ese pueblo vivía un maestro de escuela que se dedicaba a ayudar a gente a encontrar sus raíces. «Ahí ya vimos la luz. Le hicimos una visita y averiguamos que mi madre, en realidad, se apellidaba Melguizo, no Mellizo, y que esta familia, según sus archivos, procedía casi al completo del pueblo granadino de Dúrcal, en el Valle de Lecrín».

Salvador Conesa encuentra a su madre Antonia Meguilzo tras 65 años de búsqueda. En la foto con su hermana en Francia
Salvador Conesa encuentra a su madre Antonia Meguilzo tras 65 años de búsqueda. En la foto con su hermana en Francialarazon

Bingo. Cuando aquel maestro le enseñó a la pareja una página de un diario de Lecrín en la que un vecino de 88 años con esos mismos apellidos contaba su vida, Salvador estuvo seguro de que aquel hombre era su hermano. «Ese día era lunes, pues el martes ya estábamos en Dúrcal. Con el recorte de Prensa en la mano nos plantamos en la plaza del pueblo. Había un grupo de jubilados sentados en un banco y les pregunté por el hombre del artículo. Uno de ellos me dijo: ‘’Sí, es un tito mío’'. Yo temblaba. Me dijo que seguía vivo y coleando y que vivía al lado, que si quería me acompañaba».

El hombre que les abrió la puerta no parecía extrañado de que estuvieran allí. Como si llevara tiempo esperando la visita. «Nos recibió muy amable, yo no podía articular palabra. Estaba seguro al 99% de que había encontrado a mi familia. Le conté quién era, que había nacido en Barcelona y que era huérfano. Él me contestó: ‘’Sí, te llamas Salvador y eres mi hermano pequeño».

La mala noticia del hallazgo es que su madre estaba muerta. Falleció en 2003 a los 97 años tras una vida muy larga en la que habría dado tiempo a todo. En este momento de la conversación con este periódico, a Salvador se le rompe la voz. Recuerda que su hermano Manolo le plantó dos besos y que no había recelo alguno. Al contrario, mucha alegría. «De verdad que no sé quién estaba más contento de los dos». Gracias al encuentro pudo empezar a rellenar los huecos de su biografía. Sé enteró de que su hermana Encarna vivía en Francia, de ahí las cartas con ese remitente. Que las misivas de La Caleta eran de un novio que tuvo su madre, José, que la había ayudado a intentar recuperar el hijo perdido. Había escrito en su nombre a todas las diputaciones de Cataluña sin obtener nunca respuesta.

Salvador y su mujer, Esperanza, en la actualidad
Salvador y su mujer, Esperanza, en la actualidadlarazon

La historia que le habían contado siempre resultó una mentira. Su madre, una mujer muy pobre de Dúrcal, no había muerto y siempre trató de que se lo devolvieran. Al parecer, quedó embarazada fruto de una violación y la enviaron a dar a luz a Barcelona con su hija Encarna. Salvador cree que su padre pudo ser «alguien importante, seguramente un militar del cuartel de los Mondragones en el que ella trabajaba de limpiadora». Después de aquello Antonia fue despedida de su trabajo.

«Mi madre no me abandonó nunca. A los dos días de parirme, la echaron de la maternidad a patadas. Lo único que le permitieron fue ponerme el nombre. Aun así, ella se quedó un año trabajando en Barcelona por si la dejaban verme. Aquella época fue muy dura para las mujeres, estaba todo mal visto. Su familia tampoco quiso saber nada del tema».

Salvador, que tardó 65 años en conocer su propia historia, acaba de recogerlo todo en un libro, «En busca de mis raíces» (Círculo Rojo). Aunque ya no le quedan hermanos vivos, se ha comprado una casa muy cerca de Dúrcal para recuperar el tiempo perdido con sus sobrinos. Tiene un hijo, Joaquín, en honor a su padre adoptivo, y dos nietos. Todos en Dúrcal le dicen lo mismo: «Soy clavado a mi madre».