Aniversario

Wuhan: tres años de la pandemia que cambió el mundo

China experimenta ahora, con el final de la política «covid cero», un efecto «déjà vu». Parece que todo termina como y donde empezó

Las autoridades chinas han anunciado test multitudinarios en China
Las autoridades chinas han anunciado test multitudinarios en ChinaMark SchiefelbeinAgencia AP

Unos diez millones de residentes en Wuhan, la ciudad donde se detectó por primera vez la covid, soportaron un bloqueo de 76 días desde enero de 2020 para tratar de contener el patógeno. Esta medida se convirtió en un pilar clave de la estricta política de «covid cero» adoptada por el Gobierno chino. Sin embargo, tres años después, y tras decidir convivir con el virus, se ha desatado una fuerte oleada que ha infectado al 80% de la población del gigante asiático.

El 31 de diciembre de 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue notificada de un foco de casos de neumonía de causa desconocida detectados en Wuhan, provincia de Hubei. Posteriormente, el 9 de enero de 2020, se anunció que se había identificado un nuevo coronavirus en las muestras obtenidas de estos pacientes, y que el análisis inicial de las secuencias genéticas sugería que esta era la causa del brote.

Tan solo dos días después de notificarse los primeros casos de transmisión limitada del coronavirus entre seres humanos fuera de China, el Comité de Emergencias llegó a un consenso y advirtió al director general de que el brote constituía una emergencia de salud pública de importancia internacional. Era la sexta vez que la OMS declaraba una emergencia de este tipo desde la entrada en vigor del Reglamento Sanitario Internacional (RSI) en 2005.

Dos hipótesis sin confirmar

Así pues, en febrero de 2020 este nuevo virus se bautizó formalmente como SARS-CoV-2, y a la enfermedad causada por él como covid-19, en consonancia con las directrices establecidas al respecto. El 11 de marzo la OMS declaró el extendido brote como pandemia mundial, ante la rápida propagación y la gravedad de los casos registrados a nivel global.

Respecto al origen del mismo existen diversas teorías, si bien no se ha determinado con certeza de dónde procede la cepa inicial. Por su parte Jeffrey Sachs, presidente de la Comisión covid-19 de «The Lancet», destacó hace meses que había dos hipótesis viables principales: que el virus surgiera de un contagio zoonótico de la fauna salvaje o de un animal de granja, o que emergiera de un incidente relacionado con la investigación. Ninguna de las dos se ha investigado a fondo ni se ha demostrado aún de forma concluyente.

También subrayó que la supervisión reglamentaria va muy por detrás de las realidades del estudio sobre patógenos con potencial pandémico, y destacó su preocupación por que no haya habido un debate público transparente sobre ambas teorías de la procedencia.

Una vez que la pandemia hizo su debut, el resto del mundo siguió con ansiedad los canales de noticias 24 horas y, en tiempo real, vivieron el comienzo de una enfermedad que paralizó el planeta en menos de un mes.

Hasta ayer, sábado, se han notificado más de 675 millones de casos confirmados y más de 6,75 millones de muertes en todo el mundo, según Worldometers.

Aunque la enfermedad ha dejado un legado de sufrimiento, muerte, agitación social y daños económicos, también ha contribuido a acelerar los avances científicos. Durante décadas se había trabajado en el desarrollo de vacunas de ARN mensajero (ARNm), pero no fue hasta la llegada de la covid cuando realmente se introdujeron para proteger a las personas.

Durante más de dos meses, Wuhan estuvo aislada, con sus residentes encerrados en sus casas y los hospitales desbordados de pacientes, con las estaciones y aeropuertos cerrados, las carreteras bloqueadas, el transporte paralizado y las tiendas bajo candado.

Aunque brutal, a China se le atribuye el mérito de haber mantenido a raya el virus durante dos años y el exceso de muertes en niveles notablemente bajos. Si bien fue una demostración dramática y contundente del poder y de la determinación china, tuvo un marcado contraste con lo que se vivió en los países occidentales.

Dos años después, las infecciones por la subvariante Ómicron en el gigante asiático superaron los controles. Los brotes se extendieron desde Shanghái hacia muchos otros grandes centros urbanos, incluido Pekín. La persecución implacable del virus se tradujo en cierres masivos en gran parte del país. Solo en marzo de 2022, unos 345 millones de personas de 46 ciudades se encontraban en situación de cierre total o parcial, una población que representa el 40% del PIB.

De la aceptación a la cólera

Cuando los índices diarios de infección batieron récords a finales del año pasado, el horror popular se transformó en cólera, mientras una población enardecida y ansiosa de libertad no divisaba el fin de las restricciones. Y esa furia los llevó a derribar barreras y alimentar protestas en todo el país.

En la región de Xinjiang –que llevaba 10 meses confinada como Wuhan– 10 personas perdieron la vida abrasadas en un incendio, unas muertes que se atribuyen al bloqueo de las puertas de evacuación del edificio en el que residían. A los sucesos trágicos se unieron las manifestaciones en docenas de universidades, entre ellas algunas de las más prestigiosas de China. Pero la desobediencia no se limitaba a la política vigente. Muchos exigían cambios mucho mayores en la sociedad china y en su liderazgo político.

Tras los levantamientos sin precedentes, la Comisión Nacional de Salud de China anunció el 7 de diciembre varias medidas decisivas que terminarían con la política de «tolerancia cero». Actualmente, los principales centros urbanos, como Shanghái y Pekín, son testigos de cómo los enfermos se amontonan en abarrotadas habitaciones de hospital, pasillos y vestíbulos, a la espera de tratamiento, mientras por las puertas afluyen cada día más pacientes.

Se cierra el círculo

Asimismo, miles de familiares han criticado a los gobiernos y sistemas sanitarios locales por no reconocer oficialmente que el virus causó sus muertes. En su lugar, las defunciones se están atribuyendo a neumonía o cardiopatía, o bien clasificándose como de «causa desconocida». Las colas ante los crematorios pequineses confirman un lamentable desenlace.

En la introducción de «La peste», Albert Camus ironiza sobre la insignificancia de Orán, escenario de su gran novela epidémica. Podría decirse lo mismo de la metrópoli del centro de China. Tres años después, el virus vuelve para arrasar el país. En diciembre, el Gobierno abandonó bruscamente su política optando por el «laissez-faire», suprimiendo las pruebas, los rastreos, la contención y las temidas cuarentenas. A esto siguió la reintroducción de controles a los viajeros chinos en muchos países –incluido España–.

Hay un aire de «déjà vu» sobre el planeta coronavirus, en el que parece que todo termina como empezó. Aunque Wuhan tiene intención de pasar página, el fin de la política decretada por Pekín y la reciente reapertura del país han provocado una oleada de infecciones. No obstante, tres años después, sus habitantes han celebrado la llegada del «Año del Conejo» con fuegos artificiales a orillas del río Yangtsé, ofrendas florales y plegarias en honor de los seres queridos que perdieron a causa del virus.