Sociedad

49.936 nombres sin rostro

En España, en este mes de mayo, conviven, por ejemplo, 26 hombres que responden al nombre de Eutilio. Es solo una de las 49.936 identidades contabilizadas. Todas forman una historia sentimental de este país, que nos recorre e integra en el trascurrir del tiempo

49.936 nombres sin rostro
49.936 nombres sin rostrolarazon

En España, en este mes de mayo, conviven, por ejemplo, 26 hombres que responden al nombre de Eutilio. Es solo una de las 49.936 identidades contabilizadas. Todas forman una historia sentimental de este país, que nos recorre e integra en el trascurrir del tiempo.

Aseguran que los nombres imprimen carácter. Que los mismos dicen mucho de los hombres y las mujeres a los que identifican. Que por ellos se puede aventurar el temperamento y la idiosincrasia que jalonan a esos individuos. Que no es igual uno u otro, que no son simples palabras o patrones alfabéticos que actúan como etiquetas distintivas entre iguales. Aunque, claro, no hablamos de las conclusiones de un proceso empírico, pues nada hay de científico en ello.

Y, sin embargo, pararse un minuto a meditar en lo que media entre la España de Progreso, Acindino, Afrodisia o Segismunda y la de Lucas, Hugo, Lucía o Sofía –que así se llaman la mayoría de los nacidos en 2017, último año con datos oficiales– es hacerlo sobre millones de biografías que cincelaron el tránsito por décadas y décadas de acontecimientos, de éxitos y de fracasos, de prosperidad y miserias, en un flujo humano convertido en memoria y espíritu colectivos a través de sus nombres. El tiempo ha sido también un juez despiadado con el glosario de identidades de nuestros ancestros.

Muchísimas se quedaron por el camino, víctimas del olvido, sepultadas por toneladas de caprichos, gustos, modas y dogmas. Y es que en este ámbito la Iglesia católica apostólica y romana, sacramento del bautismo mediante, marcó y mucho la evolución de los acontecimientos con el santoral como guía. Si echamos la vista atrás, cuesta entender incluso cómo nuestros antepasados eran capaces de «marcar» a su descendencia con referencias casi impronunciables que hoy incluso provocarían algún plante por parte del afectado. Con todo, la tradición y la cultura acumuladas, a modo de negativos fotográficos de este vademécum nominal, confieren rasgos indelebles. La impronta de generaciones está retratada en que, por ejemplo, Antonio, José, Manuel y Francisco sean los nombres masculinos que encabecen la relación de más frecuentes.

O que entre las mujeres de este siglo XXI se mantengan con mucha distancia entre los favoritos los de María del Carmen, María, Carmen o Josefa. Algo parecido sucede con los apellidos en nuestro país. Los García, González, Rodríguez, Fernández y López son los más comunes. Los nombres del futuro son, claro, una incógnita, pero puede que un día lejano, muy lejano, los Antonio del futuro respondan a Aylan o Keylor. Esta historia está por escribir.