Testimonios
70 años de la primera cirugía «a corazón abierto»
Nadie había conseguido parar un corazón humano en una operación, y volverlo a hacer funcionar con éxito, hasta el 6 de mayo de 1953
Javier Villarroya enfermó de fiebres reumáticas con 6 años. Los médicos que le trataron «solo» vieron un «soplito» en el corazón. Diez años después, el 24 de julio del 1970 le operaron en Madrid, en La Paz («por entonces el jefe de servicio de cirugía cardíaca del hospital era Cristóbal Martínez- Bordiú, el yerno de Francisco Franco») y le pusieron una válvula artificial. Le abrieron por el costado, y el dispositivo cumplió su función durante 9 años hasta que, el 2 de mayo de 1979, se sometió a otra intervención– esta vez en el Hospital Ramón y Cajal (Madrid)– para cambiarlo por otro más moderno, dado que el anterior tenía fugas. «La que llevaba era monódisco y me la cambiaron por una que tiene forma de mariposa, con dos aletas que se abren y se cierran», explica a LA RAZÓN.
Guardó su anterior válvula artificial y ahora la lleva en el bolsillo a modo de amuleto. La nueva ayudó a su corazón a bombear sangre y le permitió llevar una vida completamente normal durante 40 años. Solo le quedo un síntoma, estenosis pulmonar –una afección ocasionada por un bloqueo del flujo sanguíneo desde el ventrículo derecho hacia la arteria pulmonar– y, en 2021, le volvieron a intervenir –esta vez en el Hospital Puerta de Hierro, también en Madrid–para apretar la válvula, ya que estos dispositivos pueden aflojarse con el tiempo. «Para mí esa no fue una operación, sino un procedimiento, porque no te abren. Meten unas pinzas por las ingles que sujetan los velos de la válvula y consiguen que cierre perfectamente».
Aunque reconoce que hay «una diferencia abismal» entre las recuperaciones de sus tres intervenciones –«en los 70 ni hacías recuperación, pasabas dos semanas en el hospital con la sensación de que te había pasado un camión por encima y, cuando salías de allí, no sabias ni andar. En la última de 2021, la operación solo duró 3 horas, y me puse de pie a las dos horas. Fue un miércoles y lunes siguiente ya estaba conduciendo»– en ninguna de ellas ha temido por su vida.
La intrahistoria
La razón es que, 50 años antes, en 1930, un médico con una mente brillante y una voluntad incorruptible, John Gibbon, se fijó un objetivo: desarrollar una máquina que pudiera interrumpir la circulación, asumiendo las funciones del corazón y los pulmones, permitiendo a los cirujanos eliminar un coágulo de la circulación pulmonar, para luego poder restaurar la hemodinámica normal.
La máquina –qué hoy en día es absolutamente cotidiana e imprescindible en la especialidad de Cirugía Cardiovascular y se emplea en la mayor parte de las intervenciones sobre el corazón y los grandes vasos –es la de circulación extracorpórea (también llamada by pass cardiopulmonar o bomba corazón-pulmón), que permite parar los pulmones y el corazón para trabajar en su interior, sin ningún riesgo para el paciente.
«La probabilidad de que la cirugía extracorpórea con esta máquina vaya bien es altísima, y de que vaya mal, bajísima, con mortalidades en algunos procedimientos del 1% o menos, y siempre por debajo del 5%», explica Gregorio Rábago, director del servicio de Cirugía Cardiovascular de la Clínica Universitaria de Navarra e hijo de Gregorio Rábago Pardo (1930-1992), el primer cirujano que la usó en España, el 10 de diciembre de 1958.
El 3 de octubre de 1930, el joven médico John Gibbon fue testigo del colapso de un paciente con una embolia pulmonar masiva después de una operación quirúrgica en el Jefferson Hospital de Filadelfia. Pasó toda la noche a su lado y, al día siguiente, después de que el jefe de cirugía del hospital –el cirujano Edward D. Churchill, otro de los grandes «padres» de la especialidad– le interviniera mediante una embolectomía pulmonar cerrada (operación de Trendelenburg), el paciente murió. Esta dramática experiencia fue la que despertó en Gibbon la obsesión por crear una máquina que hiciera las funciones del corazón, (esto es, impulsar la sangre, y oxigenarla adecuadamente, como hacen los pulmones). En 1937 había demostrado que se podía mantener la vida con un soporte así, pero lo hizo en modelos animales (en gatos y perros) y, con la II Guerra Mundial sus investigaciones se interrumpieron. Tendrían que pasar 23 años, y muchas decepciones e intentos fallidos, para que su máquina se hiciera realidad y pudiera cerrar con éxito una comunicación interauricular en una paciente el 6 de mayo de 1953.
«Lo que hizo Gibbon fue casi sobrehumano en esa época. Tuvo que descifrar todos los aspectos de la circulación artificial que ahora se dan por sentados: cómo drenar la sangre del cuerpo, cómo bombearla de nuevo, cómo oxigenar la sangre venosa, cómo evitar la coagulación de la sangre en contacto con los circuitos…», explica a LA RAZÓN Joseph E. Bavaria, jefe de cirugía cardiovascular del Hospital Universitario de Pensilvania, en Filadelfia (Estados Unidos) el hospital donde Gibbon comenzó su carrera profesional. Bavaria visitó España para participar, el pasado martes, en el acto de homenaje a esta hazaña organizado por la Sociedad Española de Cirugía Cardiovascular y Endovascular (Secce).
«Después de lograrlo, Gibbon dejó de hacer cirugías cardíacas, se retiró, porque decía que ya había visto morir a demasiada gente», añade, en referencia a su labor como médico voluntario en la 2º Guerra Mundial, y a los cuatro pacientes a los que no pudo salvar con su idea, antes de conseguirlo con la quinta. La hazaña de Gibbon cambió la historia: se pasó de no haber podido entrar en el corazón humano a poder incluso cambiarlo, de la cirugía a ciegas se evolucionó a la cirugía a corazón abierto. De hecho, 14 años después, en diciembre de 1967, se realizó el primer trasplante de corazón. En pocos años, las supervivencias a las intervenciones que implicaban el corazón y los grandes vasos sanguíneos aumentaron exponencialmente –sólo entre 1955 y 1959 la mortalidad pasó del 40 al 25%– y, actualmente, son superiores al 95%.
Manuel Millán, un médico de familia que ha desarrollado la mayor parte de su carrera como médico rural –una labor por la que ha recibido premios y reconocimientos internacionalmente– iba tan tranquilo a su operación en 2016 que ni siquiera quiso saber con detalle que le iba a hacer Jorge Rodríguez-Roda, jefe de servicio de cirugía cardiovascular del Ramón y Cajal. «Él me lo quiso explicar, fui yo el que le dije que no las necesitaba, precisamente por ser médico. Le dije: somos colegas, pero yo no sé de lo tuyo, y me fio completamente de ti». Manuel tenía una insuficiencia severa en las válvulas mitral y tricúspide, y problemas en la aórtica. También una comunicación interarticular congénita «Es sorprendente que a una persona le hagan una intervención así y, a los 8 días, pueda estar hablando horas. Es mi caso, inauguré un congreso de médicos rurales en Zaragoza, y me sentía perfectamente, con mucha energía».
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