Crimen de Asunta
Alfonso Basterra reconoció que echó pastillas en la comida de Asunta
Alrededor de las 17:30 del trágico sábado, desde el teléfono de Asunta se manda un mensaje: «Dejadme tranquila, que voy a estudiar»
Durante la declaración del pasado viernes, Alfonso Basterra dijo algo que lo llevó directamente a prisión. Lo hizo delante del juez Vázquez Tain. Reconoció haber sido él quien le puso medicamentos a su hija en la comida.
Durante la declaración del pasado viernes, Alfonso Basterra dijo algo que lo llevó directamente a prisión. Lo hizo delante del juez Vázquez Tain. Reconoció haber sido él quien le puso medicamentos a su hija en la comida. A partir de este instante, su relato se convierte en un galimatías de imprecisiones y vaguedades. Explica que él pensaba que el polvo que colocó entre los champiñones era el medicamento para la alergia de su hija. ¿Lo compró usted? ¿Se lo dio su mujer? ¿Cuál es el nombre del medicamento? ¿Quién machacó las pastillas hasta convertirlas en polvo? A Alfonso se le enredó su propia lengua. No supo salir de las afiladas e inteligentes preguntas de Vázquez Tain. Así lo desveló ayer en primicia el especial de Antena 3 «El crimen de Asunta».
El reconocimiento de la acción le coloca en el disparadero, pero la defensa tratará de justificar que el padre de Asunta desconocía que lo que puso en la comida era Orfidal. De hecho, en un principio lo asumió con naturalidad. Podría haber mentido si tuviese algo que ocultar. Además su abogada seguro que también esgrime que si hubiese sido consciente de lo que realmente estaba haciendo, no hubiera guardado en la nevera la comida que sobró. Coincide el hecho de que el día que las profesoras de música de Asunta la vieron medio drogada, fue el padre quien la llevó a clase y la recogió. Más allá de que sea él quien haga siempre la comida.
Todo apuntaba a que quedaría en libertad. Sus palabras le llevaron a prisión. Hasta ese momento, juez e investigadores habían logrado reconstruir bastante bien qué ocurrió el sábado 21 de septiembre. Asunta come con su madre, Rosario Porto, en la casa del padre, Alfonso Basterra. La comida la hace él, como siempre. Se sientan a la mesa entre las 14:30 y las 15:00 horas. De menú: champiñones y albóndigas. A esa hora la niña ingiere, mezclado con la comida, Orfidal, un compuesto que induce al sueño. Así lo avala el estudio de los forenses, que hallan en el estómago de la niña los alimentos y loracepán en grandes cantidades, el principio activo de este medicamento que tomaba Rosario desde hacía meses. Después de recoger la mesa, las dos van caminando a casa de la madre. Alfonso se queda en la suya. Alrededor de las 17:30 aproximadamente, desde el teléfono de Asunta se manda un mensaje: «Dejadme tranquila, que voy a estudiar». La comunicación existe, lo que probablemente nunca se podrá llegar a determinar es quién lo envió. ¿Lo hizo la niña? ¿Su madre buscando una coartada?
Rosario afirma en la denuncia que presenta ante la Policía por la desaparición de su hija que a las 19:00 horas deja a Asunta estudiando en casa y que ella va a hacer unas compras y a la finca de Teo después. Explica que regresa a las 21:00 horas a casa y que su hija ya no está. Las cámaras de seguridad revelan que miente. Al filo de las 18:15 de la tarde, la cámara de una joyería graba cómo sale el Mercedes 190A verde de Rosario del parking de la casa de sus padres. Su casa no tiene aparcamiento y, como las dos quedan cerca, guarda allí el vehículo.
Minutos después, Rosario aparca frente a su domicilio, en la calle doctor Teixeiro, en el hueco del vado reservado a un taller que está pegado a su portal. Otra cámara de seguridad registra ese momento. Se ve cómo baja del coche y cómo vuelve a subirse a él minutos después. El juez instructor, Vázquez Tain, cree que le da tiempo a subir a casa y a ayudar a su hija a bajar caminando, que debe estar ya bajo los efectos de las pastillas. Es Rosario, contrariamente a lo que manifestó en la denuncia, la que por rutina pone la alarma de la vivienda. La Policía científica revela una huella parcial sobre el botón: es de la madre de Asunta. Rosario arranca. A unos metros del domicilio, la cámara seguridad de una sucursal del banco Galego graba dos sombras dentro de coche. Una conduciendo y otra, en el asiento del copiloto. Hay otra segunda cámara que registra dos sombras, la de la gasolinera Repsol que hay antes de la rotonda de la Garalusa.
Asunta no se quedó en casa
Las imágenes demuestran que Asunta no se quedó en casa. Ante estas evidencias que desmontan su declaración, Rosario cambia su versión inicial y el pasado viernes justifica ante el juez apoyándose en su despiste y en la falta de memoria que su hija bajó con ella. Se montó en el coche y la dejó en una boca calle cerca de La Garulesa. Ninguna cámara capta este momento. No hay nada que avale esta versión.
Rosario tarda unos 12 minutos en llegar a la finca; se ve casi todo el recorrido por cámaras en Santiago, que es como un gran plató de cine. Hay ojos digitales por todos lados. Al llegar a la finca desconecta la alarma. Son las 18:33. El hecho queda registrado en la central de seguridad. En teoría es en la finca donde la ata de pies y manos con una cuerda de color naranja. Se cree que lo hace para, en el caso de despertarse, impedir sus movimientos. En torno a las 19:00 horas, es asesinada según los forenses. Un cojín, un almohadón o una simple toalla sobre las vías respiratorias sirvió para ejecutar la vil acción. Lo que ocurre hasta minutos antes de las 21:00 horas es un misterio. Sólo se sabe que a esa hora la alarma, que es moderna, volvió a conectarse.
El dato coincide con el testimonio de un vecino que ve salir a Rosario de la finca. Sola. A las 21:34 la cámara colocada justo, al lado del parking de la casa de sus padres la graba entrando con el vehículo. Sale caminando a las 21:38. Llega a su casa pocos minutos después: son, aproximadamente, las 21:44 horas.
La madre de Asunta, probablemente para construir su coartada, llama a su marido desde el teléfono fijo, según explica, porque se queda sin batería en el móvil. Le comunica que la niña no está. Alfonso Basterra acude raudo a la casa de su ex. En este punto entra en juego la madrina de la niña, Marisel. Ella asegura que en torno a las 21:00 recibe una llamada de los padres que, en tono alarmado, le dicen: «¡Corre, ven a casa que nos han raptado a la niña!!». Marisel, que adora a la niña, acude en su ayuda descompuesta. Cuando llega al domicilio materno no hay nadie. Entra con el juego de llaves que tiene y espera nerviosa, agitada, con mil interrogantes en la cabeza.
Los padres ponen la denuncia a las 22:31. Los agentes de la Policía Nacional que les toman testimonio activan el protocolo de búsqueda de menores. Sobre las 23:30 un inspector acompaña a los padres a casa para ver la habitación de la niña. Allí encuentra el móvil y unas deportivas de la niña descolocadas. El policía pregunta si esas zapatillas son las que llevaba puestas Asunta. La madre, alterada, lo niega. Es un dato importante porque cuerpo de la menor es hallado descalzo.
Al filo de la medianoche, Alfonso, el padre, acompaña a Marisel a su casa. Los dos caminan juntos, abatidos, con la cabeza gacha. Al despedirse de ella la abraza compungido y desgarrado le dice una frase enigmática: «La hemos perdido, la hemos perdido». ¿Sabía algo ya el padre? A la luz de los acontecimientos posteriores, Marisel se siente usada. ¿La utilizaron para tener coartada a esas horas? A partir de las 24:00 Rosario se queda sola en casa. Alfonso, por su parte, acude a casa de un amigo. Este amigo, responsable de una empresa, le da coartada en la madrugada. A la 1:15 hallan el cuerpo de la menor. No tiene señales de arrastre, es decir, fue depositada. Alrededor del cuerpo la Guardia Civil halla: tres trozos de cuerda naranja para atar la alpaca, dos colillas Goald Coast y un paquete de tabaco de la misma marca. No coincide con la que los padres de Asunta fuman, pero la Policía Científica analiza el ADN. Pasados los días hallan señales «ante mortem» muy claras en las muñecas y los tobillos de Asunta. Confirman que la ataron probablemente al llegar a la finca, por si se despertaba, para que no pudiese resistirse.
El juez no descarta nzinguna posibilidad; incluso, llega a plantearse que pudieron deshacerse del cadáver después de las 21:00 y que hasta que Rosario Porto llega a su casa. El trayecto no dura ni quince minutos, pero ella tarda más de 35 en recorrerlo. Además, un vecino la ve salir de la finca con las luces apagadas a pesar de la oscuridad. ¿Estaba tratando de no llamar la atención? Es sólo una hipótesis de trabajo, pero Vázquez Taín se pregunta dónde estuvo y se cuestiona si el testigo que dice haber pasado por la zona donde fue hallada Asunta pudo no ver su cuerpo. Los investigadores se están dando prisa en acumular pruebas e indicios, porque saben que las mentiras del imputado no sirven para condenarlo.
Sin alfombrillas traseras en el coche
Tras el registro del coche familiar los investigadores se dan cuenta de que faltan las alfombrillas traseras. ¿Dónde están? Puede que no las usase nunca, pero en ese caso parecería razonable que la moqueta del suelo estuviera desgastada, usada y sin embargo, luce nueva. Desde un punto de vista legal, no prueba nada, pero arroja sombras.
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