Budapest

Geolocalización y tiempo libre, un antes y un después

Geolocalización y tiempo libre, un antes y un después
Geolocalización y tiempo libre, un antes y un despuéslarazon

Hace ya algunos años, exactamente en las navidades de 1991, realicé mi primer gran viaje. Fue genial. Con una organización juvenil recorrimos media Europa hasta llegar a la lejana ciudad de Budapest. Fueron cientos de kilómetros asidos en un viejo autocar, cantando casposas canciones y durmiendo por las noches con la cabeza pegada en unos cristales que chorreaban humedad.

Cerca de la frontera con Hungría, tuvimos que estacionarnos en el arcén un par de horas debido a una monumental tormenta de agua y nieve. Al reprender la marcha, una cola kilométrica nos mantuvo parados un par de horas más hasta cruzar la frontera. Y después de dar tumbos medio perdidos por una carretera local, al fin vislumbramos las luces de la ciudad.

Nos alojamos en una escuela de las afueras y dormimos en el suelo sobre unos incómodos colchones. Al salir por la mañana seguíamos en una fotocopia una gruesa línea negra que nos indicaba difusamente el camino para llegar al centro. Había algunas discusiones diarias sobre el mejor itinerario a tomar. Pero después de una hora de autobús, un par de tranvías y algunas preguntas más, llegábamos a la majestuosa ciudad antigua, llena de viejos palacios y lujosos hoteles para soñar. Ya más tranquilos, volvíamos a doblar la arrugada fotocopia y la guardábamos en el bolsillo de la mochila. Y nos echábamos a andar.

En aquel momento nadie tenía móvil, el ordenador era una herramienta inclasificable sin importancia y el mapa era tan sólo eso, una inmensa hoja de papel que se desplegaba repetidas veces y que casi nunca conseguías volver a plegar bien. En aquel entonces salir por la mañana a la calle significaba realmente salir a un espacio de libertad absoluta, ajeno a cualquier tecnología y sistema de localización. Estabas tú y estaba la realidad. Sin tecnología, sin filtros. Especialmente cuando estabas a 1.200 kilómetros de tu hogar. Internet era una palabra desconocida aún, y nadie ni nada hacían suponer que grandes cambios estaban a punto de llegar.

Las conexiones y relaciones personales se desarrollaban de forma analógica casi al 100%. Esto es, sin intermediación de pantallas, mensajes cortos o perfiles online. A lo sumo llevábamos una libreta de papel en la mochila donde íbamos apuntando teléfonos y direcciones. Y a la vuelta del viaje todo el mundo soñaba con recibir alguna carta o postal, con la esperanza de que alguien de la lejana ciudad se hubiera acordado de ti.

Yo tuve la suerte de vivir en aquel mundo y, también, de vivir en el mundo actual. En el momento presente (mayo de 2013) estamos inmersos en el auge de la red social Twitter, y el reinado de los smartphones y las aplicaciones de mensajería gratuita. Todo el mundo, todo el día, se está comunicando a través de mensajes cortos, compulsivamente, obsesivamente. Lo siento si alguien lee esto dentro de unos años, pero esto es todo lo que hay. No mucho más. Bueno, sí, desde hace unos dos o tres años, la tecnología de la geolocalización se ha colado en nuestras vidas como función estrella de los smartphones. Ya sea para localizar radares, amigos o tiendas. Y el dueño absoluto de la geolocalización se llama Sr. Google Maps.

Seguramente que a día de hoy aquel viaje a Budapest sería del todo diferente. Seguramente, mucho más seguro. Sin sorpresas de tráfico o de meteorología. Ni discusiones para tomar una dirección u otra. Y para nuestras familias y amigos, un vínculo permanente con nosotros a través de la pequeña pantalla. Pero, tal vez, sin tanta interacción con los locales, ni tantas sorpresas y, eso sí, con una criatura en el bolsillo que pediría de nosotros atención permanente en forma de información, datos y fotos. Día y noche robaría atención y tiempo de nuestros días en la ciudad, del gozar tranquilo de sus gentes, sus lugares y de los mismos compañeros de viaje.

Internet y geolocalización pueden suponer, por tanto, una amenaza para nuestra libertad personal, nuestra libertad de movimientos y el desarrollo de habilidades sociales fuera de la Red. Una amenaza que debemos ahuyentar haciendo un buen uso de la opción 'desactivar' en determinados momentos. Si no queremos ser cada vez menos libres en un mundo cada vez menos real.