Opinión

Ayer y hoy. El trabajo

Desde pequeños nos advertían que el esfuerzo era fundamental para ser una persona útil para el mundo

Paloma Pedrero
Paloma Pedrerolarazon

Nos recuerda David Cavero las nueve lecciones que los que éramos niños en los años sesenta y setenta aprendimos a fuego. Valores de vida que se han ido tristemente perdiendo, porque para mí, ya en la madurez tardía, siguen siendo un referente de ética primordial. Y no acabo de comprender por qué, al igual que nuestros padres nos los transmitieron con honda contundencia, nosotros no hemos conseguido lo mismo con nuestros hijos. ¿Será verdad que es la tribu entera la que educa a los niños? Sin duda, nuestra sociedad global ha cambiado tan brutalmente en los últimos treinta años que es complicado seguir sus mecánicas pautas. Empezaré hoy por la inicial de las de ayer. La primera lección que nos enseñaron fue el valor del trabajo duro. Desde pequeños nos advertían que el esfuerzo era fundamental para ser una persona útil para el mundo. Sin esfuerzo no eras merecedor de estar en esta galaxia. Y pronto había que demostrarlo con pequeños deberes a cumplir. Lo doméstico era uno, pero lo importante en mi generación, era el estudio. Nuestra obligación inexcusable era estudiar para poder encontrar un buen trabajo lo antes posible. No, el trabajo digno no venía del cielo; había que conseguir el título, el saber, la evidencia de ser una persona valerosa y comprometida. Según a la clase social que pertenecieras el laboro pagado comenzaría antes o después. También según la actitud, pues al que no le gustaban los libros le esperaba el tajo irremediablemente. La holgazanería era uno de los peores defectos que podía sacarte un hijo; algo que todavía se castigaba con cinto. La procrastinación, fea palabreja, estaba penada. Y el «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy», te lo repetían hasta el infinito.

A mí personalmente esta lección me llegó al tuétano. A los diecisiete ya trabajaba más de siete horas diarias. Y solo dejé ese trabajo cuando pude vivir del teatro sin depender de nadie. Esta lección, aunque parezca dura, ha sido para mí una fuente de gratificación inmensa e impagable.