Papel
Cadena de oraciones por Felipón
El caso de un menor de 15 años con arritmia maligna genera una ola de solidaridad en las redes sociales.
Felipe no sabe la que se ha montado fuera, el equipo que está liderando, ni el ejército de personas que piensa en él, que reza por su recuperación. O tal vez sí. Puede que cada pequeño gesto, ese movimiento reflejo de un dedo o ser capaz de fijar la mirada, aunque sólo sean unos segundos, sean sus respuestas al cariño que está recibiendo.
Va a cumplir casi un mes desde que en la vida de sus padres y en la de sus dos hermanos pequeños aparecieron dos palabras terribles, que sólo con nombrarlas se eriza la piel. Ese lunes 20 de abril Felipón, como le llaman en casa, fue a por el mando del garaje que se había olvidado su madre, pero no volvió con él. Fue cuando apareció, sin aviso, la arritmia maligna. Su madre, que sabía que ya llegaban tarde a clase, fue a por él. Estaba tendido en el suelo, inconsciente, no respiraba. Los nervios se apoderaron de toda la familia y, ante una espera que se les hizo interminable porque la ambulancia no llegaba, se montaron en el coche y se fueron rápidamente al hospital más cercano. No saben si fueron diez, quince o veinte minutos los que tardaron en llegar, pero fue entonces, como reconoce la propia familia, cuando «se produjo el primer milagro». Los médicos consiguieron estabilizar al pequeño. Y desde entonces, unidos por su fe, están esperando que se produzca el segundo, que Felipón despierte y vuelva a jugar al fútbol, como le recuerda alguno de sus compañeros cada día porque aunque él esté en la UCI, no le falta compañía. La sala de espera se ha convertido en la casa de sus padres y no sólo de ellos. Primero fueron los familiares los que hicieron de esa sala verde fosforito su salón de estar, los siguientes en acomodarse han sido los compañeros de clase de Felipe y sus padres, por supuesto. Pasados los días a la sala también están entrando desconocidos o familiares de otros enfermos que se acercan con una bandeja con sándwiches o un poco de agua. «No me conocéis, pero venía a daros mucho ánimo y a deciros que yo también rezo por vuestro hijo». Esta mujer anónima es una de tantas que se ha unido a la cadena de oraciones que, poco a poco, se ha ido creando entorno a este niño. Y para ello, las redes sociales han sido la clave, aunque uno de los que le ha dado el empujón más grande se llama José y sólo tiene 12 años, aunque en unos meses cumple 13, matizan.
Es el mediano de los tres hermanos y, en menos de 30 días, la situación le ha hecho madurar de golpe. Tanto que a principios de mayo le pidió a su madre su muro de Facebook –a él aún le quedan unos años para hacerse su propio perfil–. «Quiero colgar una carta que le quiero mandar al Papa», le dijo. En unas horas, las palabras de José empezaron a dar la vuelta al mundo y registró casi 6.000 «me gusta». Muchos pensaran –a mí me ocurrió- que detrás de esas palabras había una mano adulta. Pero no. La misiva arranca así: «Hola Santidad. Soy José desde Madrid, tengo 12 años. Mi hermano Felipe está en la UCI, en coma, y todo el mundo está pidiendo por él y me gustaría que usted también rezara por él porque le quiero un montón, es lo más importante de mi vida (...). Ahora mismo lo único que me importa es que se cure y que hablara con Dios y le dijera que le suelte la mano a mi hermano y me deje estar con él. Voy todos los días a misa en mi colegio. Están rezando desde todo el mundo: Perú, Panamá, España, El Congo». Termina la carta pidiendo a todo aquel al que le lleguen sus palabras que también se sume a la cadena de oraciones. Sin saber la repercusión que tiene estas líneas, días más tarde José también las lee en clase, frente a sus compañeros y le invita a seguir una cuenta en Twitter: @feliponhg. En estos veinte días ya cuenta con más de 400 seguidores y es que a través de este perfil, que gestiona un amigo de la familia, van conociendo la evolución de Felipe. Desde el primero del 25 de abril en el que confirma que permanece «estable», aunque días después anuncia malas noticias: «Se confirma el daño cerebral, aunque la parte del cerebro que controla la vida está bien». El 1 de mayo vuelven las buenas noticias: «Hoy cuatro horas respirando solo, sin ayuda de ese ángel de la guarda que es el respirador». Pasan los días. «Hoy, Día de la Madre, Felipón lo ha celebrado respirando mejor y combatiendo la fiebre».
La cuenta de Twitter no es la única forma de dar el parte diario, los grupos de WhatsApp arden con cada nueva noticia. Pero la familia cada vez es más precavida, los médicos aún más. Saben que se pueden dar muchos pasos pequeños hacia delante y luego uno grande hacia atrás. Y es que las arritmias no han cesado. El pasado miércoles sufrió una de las más graves, similar a la que le ha llevado a la cama del hospital, pero los médicos la supieron controlar a tiempo. Eso sí, si unas horas antes hablaban de trasladarle a una habitación en planta, ahora esa ilusión desaparece y las visitas siguen restringidas al horario de la UCI. Pero la fe de su entorno es muy fuerte. Sus compañeros de clase han grabado frases individualmente para que, cada día, con unos cascos, Felipón escuche sus bromas. «¡Venga, macho, tienes que despertarte, que tenemos que marcar unos cuantos goles!». Su padre también le habla a diario y saben que algo ocurre. Sus pulsaciones pasan de 40-50, a 120.
Los padres ven en la mirada de los médicos la dificultad de que su hijo despierte, a pesar de que el cerebro de un niño es mucho más plástico que el de un adulto. Se aferran a su fe y a la de tantos que, desde lugares remotos como puede ser un campo de refugiados en Irak, rezan cada día por Felipón. “Estamos jugando en otra liga”.
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