Investigación científica

El veneno de la ciencia

El Novichok, el compuesto que presuntamente intoxicó al espía ruso Skripal y a su hija, es una de las armas químicas más refinadas, indetectables y mortales

El veneno de la ciencia
El veneno de la ciencialarazon

El Novichok, el compuesto que presuntamente intoxicó al espía ruso Skripal y a su hija, es una de las armas químicas más refinadas, indetectables y mortales.

No hay forma de probar que fueran los rusos. En palabras de Gary Airkenhead, director ejecutivo del laboratorio de Defensa de Porton Down en el Reino Unido, el veneno que intoxicó al antiguo espía ruso Sergei Skripal y a su hija es definitivamente Novichok, pero no se puede probar que fuera fabricado en Rusia. «No podemos identificar la fuente exacta», advirtió. Airkenhead se ha convertido en la voz de la ciencia en un caso que aúna lo mejor de las intrigas de espías, el análisis político en las vísperas de la que puede ser la nueva Guerra Fría en la era de la post-verdad y la expectación periodística. Y que, ahora, ha invitado a participar a la ciencia. Pero ¿qué puede hacer la ciencia ante este tipo de situaciones?

«Nuestra labor es dotar de la evidencia suficiente para entender qué sustancia concreta se utilizó para el atentado. Conocemos la familia de sustancias que se emplearon y, además, que estaba elaborada con calidad militar. Pero no es nuestra tarea saber quién la fabricó». No, eso le queda a los servicios secretos y a los gobiernos. La prensa internacional recogió estas palabras con estrépito. «Los científicos no pueden asegurar que el veneno usado fuera ruso». En Rusia, los titulares se convirtieron en potente arma defensiva.

Pocas horas después de conocerse el informe científico, «The Times» informaba de la existencia de un dossier militar filtrado por el Gobierno británico a sus aliados en el que se aseguraba sin lugar a dudas que la procedencia del agente nervioso utilizado en Salisbury era la planta de fabricación rusa de Shikhany. Dicha instalación fue usada durante la década pasada para probar si precisamente el Novichok podría ser útil como arma en el extranjero.

Según el periódico londinense, las cantidades de Novichok almacenadas en Shikhany no han sido nunca suficientes como para su uso en forma de arma masiva, pero sí para la utilización en víctimas escogidas.

La autoridad científica en el asunto, Porton Down, no ha sido precisamente esclarecedora. Mientras informaciones llegadas de Rusia trataban de involucrar al propio laboratorio británico en la fabricación del veneno usado para atacar a los Skripal, desde la misma institución se producía un clamoroso caso de desinformación. Primero, con la publicación de un mensaje en Twitter en el que se aseguraba que «los análisis realizados por los científicos más punteros del mundo que trabajan en Porton Down han dejado claro que el veneno es Novichok fabricado en Rusia». Después, con el borrado repentino de ese mismo mensaje. El Foreing Office tuvo que salir al rescate y explicar que el mensaje borrado había sido una transcripción errónea de las palabras del embajador británico en Moscú durante una conferencia de prensa.

La relación de la ciencia con las armas químicas viene de lejos. De hecho, viene desde los propios orígenes. Los primeros agentes nerviosos fueron inventados por accidente en los años 30 del siglo pasado cuando científicos alemanes trabajan en el desarrollo de compuestos basados en el fósforo que fueran eficaces para combatir plagas agrícolas. Pronto se dieron cuenta de que, incluso en pequeñas dosis, dos de esos compuestos producían efectos perniciosos en la salud humana. Las sustancias descubiertas recibieron dos nombres míticos: tabún y gas sarín.

Más adelante, en 1952, en el seno de otra investigación para mejorar insecticidas, afloró otro agente demasiado tóxico para ser usado en el campo: el VX.

Todos estos venenos, la mayoría de ellos agentes nerviosos que afectan precisamente al sistema nervioso de la víctima, son productos de alta tecnología que requieren infraestructuras muy profesionales y un alto conocimiento científico.

Los venenos como Novichok bloquean la capacidad del sistema nervioso central de comunicarse con el resto del cuerpo. Los órganos, músculos y glándulas empiezan entonces a funcionar mal. Los agentes nerviosos trabajan inhibiendo la producción espontánea de un neurotransmisor llamado acetilcolina. Esta sustancia es la que regula la relación entre el sistema nervioso y los órganos. Cuando deja de existir, los músculos, incluso el corazón y los pulmones, empiezan a moverse de manera descontrolada hasta que se detienen exhaustos.

El caso que ahora nos ocupa se refiere una modalidad avanzada de agente nervioso que recibe el nombre de Novichok. Es tan avanzado que de hecho parece que fue creado para evadir las limitaciones impuestas por la Convención sobre Armas Químicas. La norma expone qué armas químicas están prohibidas en función de su estructura conocida. Pero no dice nada de las sustancias que sean de nueva creación.

Se cuenta que el Novichok se encuentra entre las más refinadas de las armas químicas; ha sido diseñado para matar y, además, para ser prácticamente indetectable por los equipos habituales de control de estas sustancias.

Este agente podía consistir en el uso de dos componentes que, separados, no son tóxicos pero que cuando se juntan provocan estragos. Se cree que tiene una capacidad letal entre 5 y 8 veces más potente que el agente VX y sus efectos son rapidísimos: empiezan a notarse entre 30 segundos y 2 minutos después de la inoculación. Suele aplicarse en forma de un polvo ultrafino que se inhala o consume y que tiene una larga persistencia en el ambiente. El tratamiento es muy complicado, exige el uso de tecnologías de soporte vital desde los primeros momentos, la retirada de ropas, lentes de contacto y joyas que hayan podido infectarse y el empleo de ventilación mecánica a largo plazo.

Existen algunos antídotos como la atropina, la pralidoxima o el diazepam que ayudan a la recuperación.

Es el producto del lado oscuro de la ciencia química. La misma ciencia que ahora se encuentra con las manos atadas a la hora de dictar sentencia. El asunto escapa a la aséptica investigación y está en manos de la alta política, como en tantas otras ocasiones les ha pasado a los hombres y mujeres de bata blanca.

Medios británicos reconocen ahora que la única manera de arrojar certezas sería obligar a Rusia a dejar que sus instalaciones químicas sean visitadas por un comité científico internacional tal como dicta la Convención sobre Armas Químicas. Pero, siendo realistas, se antoja alto improbable que tal ejercicio de transparencia científica se produzca. La química seguirá en su lado oscuro.