Berlín

Reconstruyen el campo magnético de un asteroide hace 4.500 millones de años

Un equipo internacional de investigadores, con participación española, ha logrado reconstruir la historia del campo magnético que creaba un asteroide hace 4.500 millones de años.

El trabajo se publica en la portada de la revista Nature y los resultados obligan a replantear las teorías sobre la creación de los campos magnéticos en la época más temprana del Sistema Solar, y ofrecen pistas sobre cómo evolucionará, al enfriarse su núcleo, el campo magnético de la Tierra, que protege de las radicaciones solares y permite la vida en el planeta.

La historia de este asteroide ha sido reconstruida gracias al análisis de las nanopartículas de tetrataenita contenidas en dos meteoritos, un material que sólo se puede encontrar en meteoritos, capaz de guardar durante miles de millones de años la señal magnética del asteroide al que perteneció y que permite capturar el momento en el cual se apagó su campo magnético.

La Tierra, Mercurio, Saturno y Júpiter crean campos magnéticos. En el caso de la Tierra ese magnetismo, que proviene de la diferencia de temperatura entre el núcleo interno y el manto, es el responsable de la orientación de las brújulas y protege de las tormentas solares, ha informado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Marte, Venus y la Luna no generan campos magnéticos, aunque meteoritos provenientes de ellos indican que hace miles de millones de años sí lo hacían (para hablar de meteorito se necesita un impacto, por ejemplo con la Tierra).

Julia Herrero Albillos, del Centro Universitario de la Defensa de Zaragoza y del Instituto de Ciencia de Materiales de Aragón (centro mixto del CSIC y la Universidad de Zaragoza), explica que durante los primeros cientos de millones de años desde su formación, los asteroides también eran capaces de generar campos magnéticos.

Según se va enfriando y solidificando el núcleo, deja de generarlos, pero la señal creada en una determinada época queda registrada en los materiales magnéticos del asteroide que durante ese tiempo tenían la temperatura adecuada, continúa esta científica, coautora del trabajo.

Hasta ahora, la única forma de leer las señales magnéticas de los meteoritos que llegan a tierra tras la colisión de asteroides era el estudio de las zonas magnéticas de tamaño micrométrico, que presentan señales muy claras pero que pueden sufrir muchas modificaciones durante su viaje hasta el laboratorio.

La novedad del trabajo liderado por la Universidad de Cambridge radica en el análisis de otras zonas magnéticas, las regiones nanométricas de tetranenita.

Para poder obtener información de estas nanopartículas ha sido necesario un potentísimo microscopio electrónico que usa rayos X como fuente de luz, del laboratorio de sincrotrón (Berlín). Los dos meteoritos de un mismo asteroide analizados en este estudio son parte de la colección del Museo de Historia Natural de Londres.

Además del método, la novedad es que cambia la perspectiva actual sobre la generación de campos magnéticos.

Herrero detalla a Efe que hasta ahora se creía que los asteroides eran capaces de crear campos magnéticos en sus primeros, aproximadamente, 10 a 50 millones de años, a través de un mecanismo denominado «convección térmica», es decir a partir del movimiento del metal líquido de su núcleo.

«Pasados esos 50 millones de años el asteroide se habría enfriado demasiado y la convección térmica se supone ya que no es un mecanismo eficiente para crear campos magnéticos».

Sin embargo, en los meteoritos analizados se ha constatado la existencia de campos magnéticos en un período mucho más largo, hasta unos 250 millones de años después de su formación.

Para que esto sea así, la fórmula que genera campos magnéticos debe ser otra: este trabajo propone la «convección química», según la cual algunos elementos ligeros migran desde el interior del cuerpo hacia el exterior según se va solidificando el núcleo.

«Este mecanismo habría permitido la creación de campos magnéticos intensos durante un largo período de tiempo en nuestro joven Sistema Solar».