China
Sorpresa en el centro de la Tierra
Jorge Alcalde- Geólogos chinos descubren, gracias a una nueva tecnología que lee las ondas sísmicas, que el núcleo de la tierra no es uno, sino dos.
A estas alturas hay una nave humana acercándose a las cercanías de Plutón, casi 40 veces más alejado del Sol que nosotros. La nave vuela a 58.000 kilómetros por hora y, aun así, ha tardado casi diez años en cruzar los millones de kilómetros que nos separan del viejo planetoide. Parece mentira que seamos capaces de explorar distancias tan lejanas hacia «arriba» (si es que podemos llamar «arriba» al espacio profundo) y desconozcamos aún lo que ocurre apenas unos 3.000 kilómetros bajo nuestros pies, en el núcleo de la Tierra.
Allí abajo la naturaleza sigue dándonos sorpresas. La última acaba de ser publicada en la revista «Nature Geoscience» de la mano de geólogos de Illinois y de Natjing, en China. Gracias a una nueva tecnología que lee las ondas sísmicas producidas por terremotos, los expertos han logrado detectar que el núcleo de la Tierra no es uno, sino dos. Dentro de lo que hasta ahora entendíamos como corazón planetario, hay otro pequeño núcleo interior.
Se trata de un subnúcleo realmente pequeño (menor que la Luna) pero que puede contener información geológica muy relevante. Por ejemplo, datos sobre cómo se formó el globo terrestre o sobre algunas dinámicas planetarias actuales.
Los investigadores han llegado a esta conclusión gracias al análisis de ondas sísmicas. Con potentes tecnologías de detección, se puede «escuchar» cómo las vibraciones de un terremoto chocan con diferentes estructuras rocosas. Algo parecido al modo en que los médicos pueden usar ultrasonidos para ver el sexo de un bebé en el vientre de su madre.
Los terremotos son como un martillo que agita la región de tierra que azotan. Las vibraciones superficiales del seísmo viajan hacia el interior de la Tierra, rebotan y vuelven a aflorar. Una tecnología suficientemente potente puede detectar las ondas de vuelta. Dependiendo de la densidad y las características del terreno donde han rebotado, las ondas tendrán un aspecto u otro. Es así como pueden determinarse diferentes capas de terreno, formaciones, tipos de roca o de fluidos que hay en las profundidades.
Al aplicar esta técnica a las zonas más profundas, alrededor de los 3.000 kilómetros de distancia, los científicos se encontraron con una sorpresa. Se pensaba que el nucleo terrestre estaba constituido por una esfera sólida fundamentalmente de hierro y bastante monótona. Pero en realidad es más complejo. Dentro de él hay otro corazón, de la mitad del diámetro del anterior, también de hierro, aunque algo diferente. Los cristales de hierro del núcleo exterior están alineados direccionalmente de norte a sur. En la almendra interior los cristales apuntas de este a oeste.
Esto significa que el material puede ser algo distinto o haberse formado en una fase diferente de la evolución terrestre.
La cosa tiene su miga. El núcleo sólido de la Tierra es una pieza clave para conocer el pasado, el presente y el futuro de nuestro planeta. Su composición contiene, además del hierro, un 5% de níquel y algunos rastros de elementos más ligeros como azufre y oxígeno. Su radio es de 3.500 kilómetros (más grande que Marte). El 60 por 100 del peso del planeta se lo debemos a él.
A su alrededor hay otra estructura nuclear en estado más líquido. Esas profundidades terrestres albergan los materiales más densos y por lo tanto más primitivos de la formación del planeta hace 5.000 millones de años.
Pero lo más interesante de esta región interior es que las propiedades eléctricas del hierro, unidas a la rotación del núcleo sólido dentro del magma líquido, generan un efecto de dinamo capaz de provocar un gigantesco campo magnético.
Ese campo magnético, que se extiende hasta 60.000 kilómetros en el espacio, sirve de escudo protector contra el viento solar y las radiaciones cósmicas. Sin él no sería posible la vida en la Tierra. Es precisamente por la interacción de esas radiaciones con el campo magnético por lo que se producen las bellísimas auroras boreales.
Es decir, en esa almendra interior de la que aún desconocemos tanto, se producen fenómenos fundamentales para la supervivencia de cualquier tipo de vida. A esa gran desconocida le debemos que el nuestro sea el único planeta habitable conocido... ¡Y nosotros mandando naves a Plutón!
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