Eurovisión
De mamarrachas y más especies
Cada año se superan y lo peor de todo es que están encantados de haberse conocido. Celebro su ausencia del sentido del ridículo como lamento mi exceso de él, que tuve que apartar la vista de la pantalla varias veces ante tanto desatino visual. Con algunas salvedades. La puesta en escena de Azerbaiyán, a pesar de ese dramatismo tan impostado, fue de genuflexión: original, elegante, con gancho... Igualita, igualita que la de El sueño de Morfeo, con una escenografía de Atapuerca. No fueron lo peores, porque el catálogo de la galería de los horrores fue muy amplio. De Rumanía llegó un señor –más bien una mamarracha– que parecía venida de Transilvania. El cantante en cuestión, que era una suerte de quiero y no puedo de Tino Casal, debía de tener un gato hidráulico entre las piernas dentro de su larga falda, porque creció varios metros sin venir a cuento, que el espectáculo no lo podíamos haber ahorrado. Igual estrategia eligió la cantante de Moldavia. Al principio se pensó que su falda era una mesa camilla dadas sus proporciones. Pero no, también empezó a elevarse porque sí, porque yo lo valgo.
Las muchachas de Finlandia también quisieron epatar con una puesta en escena lésbica muy ordinaria con chicas con bigotes que no le hacían sombra a Groucho Marx y un beso final entre la cantante y una de las que pasaban por allí, que quiso ser un remedo «light» del morreo que en su momento se dieron Madonna y Britney Spears.
Bonnie Tyler... bueno parecía que se había dejado la copa en el «backstage», aunque era una de las pocas que imponía un poco de respeto.
Para pasmo, la entrada de la solista de Ucrania, una muchacha muy mona a la que tenía cogida en brazos un gigante que parecía Shrek.
Para la próxima edición, si queremos estar a la altura, opto por las Nancys Rubias. Les ganan en gracia a todos e impactan. Sólo hace falta que Mario Vaquerizo cante en directo. Anda Mario...
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