Papel
Entre dos mundos
Jesús Hermida fue uno de los grandes comunicadores, a caballo entre España y Estados Unidos, y perdido inmisericordemente en la actual revolución de los modelos informativos. Hace un par de días escuché a una gentil presentadora televisiva anunciar a su audiencia que aprovecharía la pausa publicitaria para hacer pis. Siendo un animal televisivo Hermida, en este mundo, sólo le quedaba morirse. Periodista vocacional, a edad muy temprana quedó huérfano de padre, desaparecido de su pesquero al coger por la borda un balde de agua. Se vino a Madrid con lo puesto para desarrollar su pasión por la escritura, siendo acogido, como tantos, por Emilio Romero en el vespertino «Pueblo», donde rápidamente destacó por su reporterismo barroco y personal. De ahí a «Informaciones» con el maestro Jesús de la Serna, la corresponsalía de la televisión pública en Nueva York y, de vuelta, RTVE y las privadas hasta un prematuro retiro que siempre pareció voluntario. De América importó un modo de hacer televisión que con el tiempo fueron degradando sus imitadores. Su televisión, informativos incluidos, era muy gestual, pero nunca hizo el periodismo espectáculo hoy al uso, sino que él era así. Para relatar una anécdota en una pausa del trabajo se expresaba gestualmente más que verbalmente y era incapaz de no trasladar su personalidad a la pequeña pantalla o incluso a su última entrevista con el Rey Juan Carlos, tan criticada por los jóvenes que le desconocían y si continúan como grandes manipuladores de trucos catódicos. Estudió inglés por su cuenta y, creyendo que lo sabía, desembarcó en Nueva York incapaz de entender un «yes». Se encerró un mes en un hotel viendo películas viejas en sesión continua hasta poder presumir de un excelente acento. Para una generación de televisión única, Hermida es el hombre que nos contó apasionadamente el Camelot de los Kennedy y, muy especialmente, la llegada del hombre a la Luna. En las televisiones privadas realizó dignísimos y amenísimos programas de entretenimiento, tan respetuosos con la audiencia que hoy resultan inusuales. Fue tan famoso que supongo se le sigue recordando tras su prolongada jubilación anticipada. Antes que la mercadotecnia lanzara a las «chicas Almodóvar», él puso en circulación las «chicas Hermida», que continúan dando guerra en los platós. Criados los hijos (pilotos en EE UU), debió intuir que entre sus dos mundos se había quedado sin ninguno y se retiró sin queja al campo que amaba, recogiendo perros abandonados a los que quería más aún. Sus ladridos a la luna de anoche habrán sido su epitafio más apreciado.
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