Semana Santa
La corona del Cristo de Mena, espina a espina
El cofrade Ramón Gómez y su familia elaboran cada año una joya natural efímera para la talla malagueña
Desde primera hora de la mañana del Jueves Santo, no pocas miradas se quedarán clavadas en su imagen. Para los malagueños esta jornada pasa sí o sí por el traslado del Cristo de la Buena Muerte a manos de la legión y su novio de la muerte. Pero también para miles de españoles que, pegados a la pantalla, siguen ensimismados el recorrido de la talla. Por curiosidad. Por fervor. Por fe. Habrá quien se conmueva por la agonía templada que muestra la imagen de Jesús, firmada por el escultor malagueño Francisco Palma Burgos, que hace suya la original de Pedro de Mena, que acabó carbonizada en la oleada anticlerical de 1931. Los más avezados se detendrán en la corona de espinas. ¿Una pieza hiperrealista que forma parte de la talla? No. Una corona real. Natural. Elaborada desde 1987 por Ramón Gómez Ravassa.
Unos quince días antes de que asome el Triduo Pascual, este jubilado de 83 años comienza a trabajar las ramas de espinos en un minucioso proceso artesanal. Ni antes ni después para poder cortar, trenzar y dar la forma circular, aprovechando que es todavía lo suficientemente maleable para no romperse. Después de moldearla, toca esperar, para que vaya soltando la savia y se seque, hasta que llega el jueves previo al Domingo de Ramos. Ramón se desplaza en torno a las ocho de la tarde hasta la capilla del Cristo de Mena. Medalla al cuello y ayudado por dos de sus nietos, Marta y Nono, comienza el particular ritual. Limpian y lijan la zona interior de la corona de espinas para evitar que cualquier astilla pueda rozar la escultura. Tijeras y alicates sobre la mesa. En las manos, unos guantes que no garantizan que alguna espina acabe haciendo de las suyas y dando un picotazo en un dedo. «¡Menudo me llevé yo hace unos días! Tanto, que me dio reacción y no se iba…», suelta Nono.
Juntos preparan siempre una segunda corona de reserva. No se la quieren ni se la pueden jugar si en el último momento la pieza cede o se rompe. «Es una tradición, un honor… y, de alguna manera, también un dolor grande. Porque, en el fondo, eres tú quien le estás preparando la corona de espinas a Cristo. Es duro y emocionante», explica Ramón a modo de catequesis. Al menos, en su caso, le liberan de parte del sufrimiento con esa lima que sabe a misericordia. «¡Pobrecito! ¡Ojalá hubiéramos podido aliviarle algo!», deja caer Marta. Y su abuelo apostilla con la sabiduría que dan los años y la sana piedad popular: «La cosa no estaba para paripés en esa primera Semana Santa…».
Detrás de esta laboriosa operación está una familia cofrade, vacunada contra cualquier virus de postureo. Hermano de la congregación desde que tenía nueve años, Ramón y su esposa han contagiado la fe a sus tres hijos, siete nietos y dos bisnietos que saben que las manos del patriarca no solo amasan una pieza fundamental en el relato de la muerte del Hijo de Dios. Además, es uno de los voluntarios del economato social de la Fundación Corinto que aglutina a cerca de 30 cofradías. Ramón lo mismo descarga palés que limpia los más de 400 metros cuadrados ubicados en la Alameda de Capuchinos. «Ayudamos a 850 familias al mes, que se traduce en 3.500 personas a las que intentamos hacer la vida algo más fácil», echa cuentas mientras intenta zafarse de una espina.
Entre un comentario y otro, después de revisar a fondo esta joya efímera, llega el momento de probársela a Cristo. Se hace un silencio con aire sacramental. Con sumo cuidado, Marta posa las ramas sobre la cabeza. La observa a medio metro Nuestra Señora de la Soledad, con la mirada clavada de una madre angustiada porque sabe que se acerca el final.
Los segundos de poesía intimista se vuelven prosaicos porque toca rematar el trabajo. «¡A la primera! No recuerdo que nunca haya encajado así de bien», confiesa Marta con rotulador en mano. «¿Marcamos?», propone Ramón. «¡Adelante!», confirma Nono con el cúter listo para ejecutar. Así ultiman una corona a medida a la que solo le faltan unos alambres y un par de nudos de cuerda para garantizar que se fija sin incidencias.
Todo listo para que el Viernes de Dolores oficialmente tenga lugar la coronación por parte de las autoridades. Pero, sobre todo para que mañana, Jueves Santo, el Cristo de la Buena Muerte, cumpla su estación de penitencia acunado por la entrega de una familia que, de alguna manera, alivia su padecimiento en el Calvario.