Islas Baleares
Corrupción en Mallorca: «Los ‘‘polis’’ guardan la droga en sus casas»
Un testigo explica cómo los agentes locales se hicieron dueños del mercado de estupefacientes de la isla
La imagen nocturna de Mallorca es lamentable. En las televisiones de media Europa se emiten reportajes de descontrol: miles de jóvenes
invaden las calles borrachos y drogados, los letreros luminosos anuncian lupanares, stripteases por doquier y barras libres durante una hora por tan sólo cinco euros. Sodoma y Gomorra sin apenas control.
Escondida entre tanto barullo se oculta la delincuencia. Algunos de los malhechores que han surgido en esta ciudad responden al prototipo, pero otros de los que se han saltado la legalidad visten de azul marino.
Hasta ahora se sentían impunes porque llevaban unas letras mayúsculas blancas colgadas en la espalda en las que se lee «Policía Local». Por fortuna no son muchos, sino pocos quienes se han aprovechado de estas dos palabras y del uniforme para convertir la bahía de Palma de Mallorca en un cortijo de presunta prostitución, venta de drogas y prevaricación con la idea de que jamás tendrían castigo. «No se iban a detener a ellos mismos. Hacían y deshacían a su antojo sin que nadie estableciera límites. Hasta que la Policía Nacional y la Guardia Civil les ha puesto coto», apuntan fuentes judiciales.
El silencio lo envuelve todo y aunque es difícil convencer a testigos directos para que suelten prenda sobre el tema, siempre hay alguien dispuesto a contar la verdad. El programa «Espejo Público» entrevistó a una persona que vio nacer la corrupción y que vivió de cerca los años dorados de los tejemanejes de la isla. Su testimonio aporta claves hasta ahora desconocidas. «La corrupción de la que tanto se habla ahora comenzó hace ya quince años. Ni fue en Magaluf, ni en Palma, nació en el Marítimo. La arrancaron dos policías locales y una semana después ya eran por lo menos siete. Hacían de guardaespaldas para políticos, daban seguridad a las discotecas de aquí y acabaron instalando microcámaras en los servicios».
Esta persona afirma que lo vio todo, que incluso atesora pruebas, pero jamás llegó a participar en aquellos excesos. «Cuando, ejerciendo de policías, decomisaban droga, ya fueran 10 gramos, 20, o un kilo, se vaciaba la bolsa y se volvía a llenar casi entera de cal de la pared. Sólo la capa de arriba la ponían de cocaína». Así, cuando llevaban el decomiso a Comisaría decían que la habían probado y que era droga. Nadie sospechaba de lo de abajo.
Una vez «distraída» la sustancia «la guardaban en sus casas» y buscaban un mercado donde distribuirla. «Los policías corruptos proveían a las discotecas de la droga para que se vendiese. Ellos estaban en la puerta de seguratas y permitían la venta libre en el interior. Hacían la vista gorda porque se llevaban un porcentaje del dinero de la venta. Ganaban tanto que se podían permitir comidas y cenas de lujo, coches de alta gama, viajes carísimos... Y un sueldo de municipal no da para tanto», apostilla el testigo. Cuando la droga se distribuía en los prostíbulos los agentes se aprovechaban aún más de su condición: «Estaban con las chicas cuando querían. Allí había barra libre de sexo para ellos». Otras veces utilizaban las microcámaras instaladas en el baño para acabar con la competencia.
«Había camellos o gente que traía su droga. Los ‘‘polis’’ lo veían en las imágenes, enseñaban placa y les decían: “Te puedo poner una multa y ficharte o puedes dejar eso e irte sin protestar’’. Todos se iban y así les quitaban la droga. Las cámaras no eran para grabar a las mujeres sino para identificar a los que llevaban droga». Según el testigo, el grupo funcionaba como una mafia. «El que estaba dentro no podía salir. Ni los policías ni sus las familias. Y si había alguno que lo lograba, se le amenazaba. Decían que si se iba de la boca lo mataban en una esquina. Otras veces levantaban la mano, se pasaban el dedo por el cuello, anunciándote que te lo iban a rajar si contabas algo. Hay gente amenazada todavía. Yo mismo temo por mi vida».
«Tengo mucho miedo»
El Juzgado de Instrucción número 12 de Palma de Mallorca investiga toda esta corrupción. Recientemente se ha levantado parcialmente el secreto de sumario y los informes y declaraciones dibujan un panorama brutal donde, entre otras cosas, se apunta la existencia de chicas menores que ejercen la prostitución.
LA RAZÓN ha tenido acceso a todos los documentos. Entre ellos está la declaración de una meretriz que cuenta detalles muy elocuentes. «Tengo mucho miedo. Quiero ser testigo protegida porque aquí hay metida gente con mucho poder. He visto de todo. Yo empecé a trabajar como chica de compañía en el Table Dance con 17 años. Nunca llegué a ver cómo el dueño les entregaba sobres a políticos o policías, pero todas sabíamos que lo hacía. Los agentes tenían relaciones con las chicas y nunca pagaban. Luego había fiestas privadas. Allí mantuve relaciones sexuales con cargos públicos y políticos. Nadie pagaba. Corría a cuenta de la casa. La misión de esas fiestas era enganchar a los políticos para que volviesen una y otra vez».
En su testimonio también habla de cómo trataban a los policías locales en el club de alterne: «Ellos nos quitaban las multas o nos avisaban de las inspecciones y las chicas que no tenían papeles se podía ir antes de que llegaran. El jefe pedía que los tuviéramos contentos».
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