
A las dos serán las tres
Cuando cambiar dos veces al año de hora hace que todo siga igual (o no)
Varios países han ido y vuelto de esta política que marca el ritmo
de nuestra vida. Sin embargo, en ninguno de los casos se han demostrado científicamente sus beneficios o sus perjuicios de forma inequívoca. Entonces, ¿por qué seguimos haciéndolo?

Parece un eclipse: sabemos cuándo ocurrirá, cuáles serán sus efectos y cómo afrontar el evento. Y, al igual que en un eclipse, el cambio de horario tiene luces y sombras. La madrugada del domingo 30 de marzo (esta noche), como ocurrió por primera vez en 1918, se adelantarán una vez más los relojes y las dos de la madrugada pasarán a ser las tres.
El objetivo de esta medida es aprovechar al máximo las horas de luz, mejorar la productividad y alertarnos de la llegada del verano. Pero, a diferencia de lo que ocurre en un eclipse, esto no es blanco o negro. Hay muchas sombras.
Una de ellas tiene que ver con las alteraciones en el sueño. «Jugar con el tiempo», como lo ha demostrado la ciencia, provoca desajustes en nuestro ritmo circadiano, lo que genera un efecto en cascada: primero aparece el insomnio, luego la somnolencia diurna y, finalmente, llega una disminución en la calidad del sueño. Estos efectos suelen ser más pronunciados en bebés, niños y adultos mayores, quienes requieren más tiempo para adaptarse al nuevo horario.
Además, se ha registrado un aumento en los ataques cardíacos y en los accidentes cerebrovasculares en los días posteriores al cambio de horario. Todo esto –y seguimos con la cascada de eventos de impacto en nuestro organismo– trae consigo un mayor estrés, que no solo afecta nuestra salud física, sino también a la mental.
El cambio horario también impacta en el equilibrio hormonal y el reloj biológico, lo que incrementa algunos síntomas como la depresión estacional y la ansiedad en personas sensibles a los cambios de rutina.
Pero no todo son malas noticias. Al adelantar el reloj disponemos de más horas de luz durante la tarde, lo que puede fomentar actividades al aire libre y reducir el consumo de iluminación artificial en hogares y espacios públicos. Otro aspecto positivo es el posible ahorro energético, aunque el término «posible» debe tomarse con cautela.
Se estima que el cambio de horario puede contribuir al ahorro energético al disminuir la necesidad de iluminación y calefacción durante las horas de mayor actividad. Sin embargo, la magnitud de este ahorro sigue siendo un tema de debate entre los expertos.
A todo esto hay que sumarle otros beneficios debatibles, en este caso con una repercusión económica. Por ejemplo, al disponer de más horas de luz a lo largo del día se nos anima a pasar más tiempo al aire libre, lo que beneficia a sectores como la hostelería y el turismo.
Sin embargo, todos estos efectos son no solo relativos (en el tiempo y el espacio), sino también muy individuales. Por ello, los expertos sugieren diversas estrategias para tratar de mitigar las consecuencias negativas, como ajustar gradualmente los horarios de sueño o exponerse a la luz natural durante las primeras horas del día.
¿Bueno o malo?
¿Veredicto? Podríamos decir que el cambio de horario es como un eclipse: no hay una diferencia clara, y para algunos es luz, mientras que para otros es oscuridad. Si nos basamos exclusivamente en la salud, los efectos negativos parecen pesar más que los positivos.
Si nos decantamos por la opción del ahorro energético, uno de los principales argumentos a favor del cambio de hora, la evidencia actual apunta en la misma dirección: si hay algún impacto (positivo o negativo), este es mínimo. Esto tiene mucho que ver con la tecnología: las luces LED de bajo consumo, la llegada de ventanas con mejor aislamiento y los sistemas de calefacción más eficientes ya producen un ahorro notable. Al menos, lo suficiente como para compensar los posibles beneficios.
¿Cómo se puede resolver este dilema entonces? Respuesta corta: no hay solución. La Unión Europea, por ejemplo, sigue debatiendo sobre el tema sin llegar a una decisión definitiva, probablemente debido a los factores económicos y políticos que influyen en la continuidad del cambio de horario.
Se habla de un impacto en la productividad laboral, del incremento del consumo y, a nivel global, se destaca que la sincronización horaria con otros países es clave para las operaciones en bolsa y los mercados internacionales. A esto hay que sumarle que las compañías eléctricas pueden tener posturas divididas dependiendo de cómo el cambio de horario afecte el consumo energético. Es decir, no está claro. Ni para la ciencia ni para el gobierno de turno, ya que sancionar una nueva medida (ya sea no cambiar el horario o mantener la modificación) podría generar numerosas críticas generalizadas.
En este sentido, existen varios ejemplos de países que han experimentado idas y venidas con esta medida, cada uno con resultados diferentes. En 2011, Rusia decidió dejar de cambiar la hora y quedarse con el horario de verano de forma permanente. Un cambio que terminó siendo revertido en 2014, cuando los rusos se quejaron de los amaneceres tardíos durante el invierno. El gobierno dio marcha atrás y se quedaron con el horario de invierno permanente.
Otro ejemplo es Islandia, un país que, geográficamente, tiene todos los ingredientes para verse afectado por los cambios de hora. En este vecino del norte se decidió descartar el cambio de hora en 1967, y un referéndum popular ratificó la medida en 2019, lo que dejó a todos los islandeses contentos... Al menos por ahora.
Al igual que Rusia, Chile también decidió, casi diez años atrás, mantenerse en el horario de verano durante todo el año. Sin embargo, esta medida provocó quejas de los padres que debían enviar a sus hijos a la escuela en la oscuridad matutina. La medida se modificó para contemplar mejor las horas de luz. En pocas palabras: nadie se pone de acuerdo. Probablemente porque no existe una respuesta correcta o una consecuencia inequívocamente científica que incline la balanza hacia uno u otro lado. Y es lógico que así sea. Incluso en países como Chile, que geográficamente tiene pocas diferencias entre sus límites orientales y occidentales, no se ponen de acuerdo.
Preferencias sociales
Factores como la latitud, las condiciones climáticas y las preferencias sociales influyen significativamente en los efectos de mantener un horario constante o cambiarlo periódicamente.La realidad es que no hay una respuesta correcta, y ese es el problema. No es que se trate de una latitud más adecuada para los cambios de hora o una extensión que produzca más beneficios en determinados países.
El conflicto central no se basa en la geografía o la orografía, sino en la demografía, y más específicamente, en la demografía individual: lo único que ha demostrado la ciencia sin lugar a dudas es que los efectos, tanto positivos como negativos, son individuales. Y el cambio de horario solo se llevará a cabo no por motivos de salud, ahorro energético, productividad o bienestar psicológico, sino por una cuestión democrática: se hará lo que diga la mayoría.
Una conclusión inevitable, que llevará a que algunos estén de acuerdo y otros no, que algunos se vean afectados y otros permanezcan inmunes. Así, el cambio de horario resulta ser como un eclipse que afecta en diferente medida a todo el planeta, que se repite de forma cíclica y que por un instante nos lleva al cambio. Y, a los pocos días, ya lo olvidamos. Y esperamos el próximo.
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