«En los designios de la Providencia no existen meras coincidencias»

«El diluvio de sangre» (y IV)

El rechazo de Luis XIV de Francia a su consagración al Sagrado Corazón en 1689 trajo durante siglos graves consecuencias para Europa

Hiroshima Bomba Atómica
Imagen cedida por el Museo Hiroshima Peace Memorial de la foto del Ejército de EE UU tomada el 6 de agosto de 1945Hiroshima Museum

En las anteriores entregas de este cuarto y último capítulo sobre el «diluvio de sangre», seguimos en especial a Gilles Lameire en su ensayo acerca de la sangre derramada en Francia –y, por ella, al resto de Europa y el mundo– a causa de su rechazo a la petición recibida por el Sagrado Corazón el 17 de junio de 1689, de que se le consagrara el Rey Luis XIV, entonces titular de la soberanía nacional y del poder temporal. La consagración no la efectuarán ni él ni sus sucesores, Luis XV y Luis XVI, y exactamente cien años después, día a día, el 17 de junio de 1789, se desencadenó la Revolución Francesa.

La historiografía coincide en que la primera de las graves consecuencias de ese rechazo fue la caída de la Casa de Borbón, dinastía reinante en Francia como rama de los Capetos durante casi un milenio. Asimismo, coincide en atribuir la responsabilidad del incumplimiento de aquella petición de Consagración al poder civil a partir de entonces. Tanto al republicano posterior a la primera supresión de la monarquía en 1792, como al posterior a la abolición definitiva de 1848. Desde entonces, otras muy graves consecuencias de ese incumplimiento serán la guerra franco prusiana en 1870 y las dos Guerras Mundiales en 1914 y 1939, con ambas dramáticas contiendas con particular incidencia sobre Francia. Asimismo, es preciso recordar que el mes de noviembre de 1942 marca un punto de inflexión, un auténtico parteaguas de la Segunda Guerra Mundial. El 31 de octubre anterior, último día del mes del Rosario, en el momento culminante del avance alemán en todos los frentes, el Papa Pío XII consagrará el mundo al Inmaculado Corazón de María, e inmediatamente a continuación, en noviembre, se producirá un radical cambio de rumbo en el desarrollo de la guerra.

Con esas premisas seguimos la evolución de la Historia para discernir la presencia del «brazo de Dios» que la conduce y guía junto al hombre, siempre respetando su libertad, y asimismo haciendo cumplir los «inescrutables designios» de su Providencia. A estos efectos, conviene tener presente que el alma inmortal tiene su juicio particular al fallecer la persona humana, y su veredicto lo cumple en la otra vida, bien junto a Dios en el Cielo o alejado de Él. Pero no sucede así con las naciones, cuya existencia es solo temporal y pagan en este mundo las consecuencias de su conducta en el denominado «juicio de las naciones» al final de los tiempos (que no es el final del mundo). «Al que más se le dio, más se le exigirá», y Francia –«hija primogénita de la Iglesia»– ha recibido mucho, por lo que su correspondencia a tanta gracia será juzgada y pagada aquí, como sucederá con el resto de naciones del mundo.

Siguiendo el esquema basado en las providenciales (y no «meras») coincidencias ni casualidades, acabamos la anterior crónica con la secuencia de significativas fechas jalonando importantes acontecimientos de la etapa final de la contienda. El desembarco de Normandía, momento decisivo de la misma, coincidió con la celebración de la fiesta de santa Juana de Arco, patrona secundaria de Francia junto a santa Teresita del Niño Jesús, cuya basílica en Lisieux se mantuvo indemne, mientras todo a su alrededor quedaba destruido y arrasado por los bombardeos. La batalla de Normandía tendrá un avance fulminante a partir del momento en que se avistó desde Avranches el islote del Monte San Miguel, presidido por una milenaria basílica que conmemora la singular vinculación del santo Arcángel con Francia. El desembarco en la costa del sur de Francia se producirá el 15 de agosto de 1944, en la fiesta de la Virgen de la Asunción, patrona principal de Francia por Decreto de Luis XIII, padre de Luis XIV, en agradecimiento por el embarazo de la reina tras 22 años de matrimonio sin descendencia y después de haber pedido rogativas públicas a la Iglesia. Los partes de guerra del Estado Mayor francés y alemán ponen de manifiesto, cada uno desde su perspectiva, la absoluta dificultad para la progresión de las fuerzas francesas y norteamericanas ante el gran despliegue sobre el terreno que dominaba las playas por parte de las unidades alemanas. Sin embargo, contra la aparente lógica militar, sucedió todo lo contrario, y cuando las previsiones del plan de operaciones señalaban activar el ataque contra Toulon dos semanas después del desembarco, el día 26 de agosto la ciudad ya estaba ocupada. Por su parte, Marsella será conquistada dos días después, con casi dos meses de antelación a la fecha prevista. En cuanto a la liberación de París, no fue menos rápida y sorprendente que el avance franco americano por el sur. Sin gran daño la capital será liberada el 25 de agosto, en la fiesta de San Luis, rey de Francia. Pero su liberación no significará el final de la guerra, como sabemos, y el16 de diciembre la Werhmacht iniciará una gran ofensiva por las Ardenas. El general francés Picard escribirá: «Como el pájaro que sale de la noche, ese día tras una breve preparación artillera, 2.500 carros alemanes, último grito de tigres y panteras, hunden las líneas norteamericanas en un frente de cien kilómetros […]. Seiscientos aviones de caza les protegen[…]. Los elementos les son propicios. Durante varios días, la bruma neutraliza a su peor adversario, la aviación aliada...». Parecía que pudiera repetirse lo sucedido en mayo de 1940 cuando el avance alemán fue imparable, pero en 1944 todo cambió. Entre medio, en 1942 se había consagrado el mundo al ICM, y la respuesta vino enseguida. El general Picard proseguía su relato: «La ofensiva alemana iniciada en las mejores condiciones posibles, acabó en un fracaso. La ofensiva fue detenida en los principales santuarios de Nuestra Señora en la región, como en Beauraing. Unas semanas antes, en octubre de 1944, el gobernador de la provincia belga de la zona renovó la consagración que en otro tiempo los Estados Generales habían hecho del Ducado de Luxemburgo a su Corazón Inmaculado. Allí también fracasó el ataque, mientras la contraofensiva avanzó con rapidez y así, el 19 de marzo de 1945, en la fiesta de San José, terminaba la liberación de Alsacia y las primeras unidades francesas ya pisaban suelo alemán.

El 8 de mayo de 1429, santa Juana de Arco había liberado la ciudad de Orleans ocupada por los ingleses en la Guerra de los Cien Años, lo que significó el principio del fin de aquella invasión e inacabable contienda. En 1945, en esa misma fecha de 8 de mayo, fiesta del arcángel san Miguel, patrón de Francia, Alemania capituló sin condiciones. En el teatro de operaciones europeo, la guerra había concluido, pero prosiguió en el Pacífico contra el Japón. Las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto decidieron finalmente la guerra, y el Emperador Hiro Hito anunció en una declaración radiofónica el final de las hostilidades de sus tropas. Concluía la Segunda Guerra Mundial: era el 15 de agosto, la fiesta de la Virgen de la Asunción.

Julien Green había escrito una somera reflexión acerca de este diluvio de sangre sobre Francia y la humanidad: «Si la guerra terminara mañana me encontraría más o menos como en 1939, y eso es lo que me inquieta, pues esta guerra no tiene ningún sentido si no ayuda a una parte de la humanidad a ser mejor. Igual que cada uno de nosotros es la causa de la guerra, igualmente cada uno de nosotros la puede detener. Desde que intentamos encontrar las causas de la guerra fuera de lo más profundo de nosotros mismos, nos perdemos en el caos de los razonamientos humanos, ya que la guerra es ante todo un drama espiritual».

Un cese de las hostilidades puede surgir, pero no será más que un alto en el combate, no será una verdadera paz. La Virgen que vino a Fátima en 1917 para impedir esa terrible «guerra mayor», anunció la forma de evitarla, ya que «las guerras son consecuencia de los pecados de los hombres».

Cuando terminó en mayo de 1945, vino a recordarlo a Chauchina, en Badajoz: «La paz es fruto del perdón y la oración». No solo de las armas. Y así estamos.