Violador del ascensor
El día en que se fijó en el agresor de Ciudad Lineal
Pedro Luis Gallego tardó tres años en volver a atacar. Y lo hizo con el mismo «modus operandi» que Antonio Ortiz. Las violaba en su casa
El historial criminal de Pedro Luis Gallego apunta a que su habitualidad era colarse en los portales con la escusa de que trabajaba de técnico ascensoristas. Allí asaltaba y agredía sexualmente a sus víctimas. Lo repitió hasta en 18 ocasiones que se sepa. A las dos chicas a las que asesinó, Leticia y a Marta, las secuestro amenazándolas con un cuchillo y se las llevó en el coche a un descampado cercano donde ante su resistencia las apuñaló con saña. Aunque fue condenado a 328 años de prisión, salió libre en noviembre de 2013. Nada se había sabido de él hasta este miércoles que investigadores de la Jefatura Superior de Madrid de la Policía Nacional lo detuvieron acusado de dos violaciones y otras dos que se quedaron en intento porque las chicas se resistieron. Su modus operandi había cambiado. Asaltaba a sus víctimas de noche, en los aledaños del Hospital madrileño de La Paz. Las abordaba por la espalda y mediante amenazas, golpes y colocándoles una pistola en la cabeza las metía en el maletero del coche. Antes les tapaba los ojos con una cinta y les embridaba las manos a la espalda. Después conducía durante más de una hora hasta llegar a su casa de Segovia. Entraba por el garaje y las obliga a subir a ciegas las escaleras hasta el rellano, donde tenía su piso. Allí, en un entorno seguro, las sometía a todo tipo de crueldades sexuales, siempre con una gran violencia. Cuando satisfacía su pulsión, les robaba las pertenencias, deshacía el camino y las dejaba en la misma zona donde las había secuestrado.
«Sin duda es un imitador. Copió al violador de Ciudad Lineal, a Antonio Ortiz», apunta un investigador en activo que ha participado, no en esta, pero sí en otros muchos casos de agresión sexual. «Las diferencias entre uno y el otro tienen más que ver con el perfil de víctima que les gusta. Antonio asaltaba a niñas de muy corta edad, entre 5 y 9 años. Para llevárselas las engatusaba con falsas promesas. No necesitaba hacer uso de la violencia. Las introducía en el coche y las trasladaba hasta su casa. Durante horas las sometía a todo tipo de vejaciones. Luego las duchaba para evitar dejar ningún rastro de ADN. Pedro Luis Gallego debió de admirar el modus operandi de Antonio y le copió. Sólo que, como a él le gustan chicas de entre 17 y 24, no puede engatusarlas y necesita llevárselas con violencia».
El violador de la Paz, antes conocido como el del ascensor, comenzó a actuar en diciembre de 2016. Vigiló la zona posterior al Hospital La Paz y localizó a su primera víctima. Una joven de 17 años que regresaba a casa. Vestido de negro, con gafas oscuras y guantes para evitar dejar su rastro genético, la abordó en la calle Pedro Rico, junto al puente que cruza sobre la M30 y lleva al barrio de Begoña. A pesar de la presencia de la pistola, la joven no se amilanó y forcejeó. La fortuna hizo que una pareja viera la escena y comenzase a increpar al hombre: «Oye, ¿qué haces? ¡Déjala en paz! ¡Voy a llamar a la Policía!». Pedro Luis Gallego, cobarde, se asustó y dejó a la chica. «No hay problema, ya me voy», anunció antes de montarse en su coche blanco y salir escopetado. El testimonio de esta pareja y de la joven, a la postre, han sido vitales para localizar al presunto violador.
A su segunda víctima la abordó a primeros de este año. A ella sí consiguió someterla con golpes y amenazas. Sólo cambió de lugar. Se alejó un poco de la M-30 y se colocó en la calle Arzobispo Morcillo. A un lado un parque y al otro un enorme párking de la facultad de Medicina de la Autónoma que a esas horas no tiene uso. Un lugar solitario para que esta vez nadie pudiese socorrer a la joven que eligiese.
Satisfecho su impulso sexual, se escondió en Segovia, junto a su novia.Trascurrieron dos meses hasta su tercer asalto. Ocurrió en la madrugada del 1 al 2 de abril. Como la primera de sus víctimas, la joven peleó como si en ello le fuera la vida. Poco le importó tener el cañón de una pistola apuntándole la cabeza ni las amenazas de Pedro Luis. Le empujó, manoteo, le dio patadas tratando de escapar de sus garras. Él respondió golpeándole con el arma en la cabeza. Tan fuerte que le hizo sangrar. Su coraje le salvó. Escapó de la trampa de Pedro Luis y corrió como perseguida por el diablo. Sus gritos hicieron huir a su asaltante, pero antes recogió el bolso de la joven y se lo llevó.
El robo no aminoró su deseo. Necesitaba someter de nuevo a una mujer. Tardó dos semanas en regresar a la zona. Esta vez fue el 15 de abril, sobre las once la de noche. Vio a una joven que se dirigía al hospital y la abordó. A pesar de la tensión y del miedo, tumbada en el interior del maletero, con las manos y los ojos tapados, prestó atención a los sonidos. Escuchó el traqueteo del coche al pasar por encima de las bandas sonoras que hay en la M-30 antes del desvío hacia la M-40 y la carretera de La Coruña. Su testimonio no fue perfecto. Lógico. Calculó entre una y dos horas de viaje y los investigadores dedujeron de sus indicaciones auditivas que el agresor la había llevado a Toledo.
Todo apunta a que si le condenan no saldrá de prisión hasta después de haber cumplido los ochenta años.
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