Obesidad

El gen que engancha al dulce y adelgaza

Se trata de una variante del gen FGF21. Las personas que lo poseen toman más azúcar, pero también ayuda a reducir la grasa acumulada en el cuerpo.

El gen que engancha al dulce y adelgaza
El gen que engancha al dulce y adelgazalarazon

Se trata de una variante del gen FGF21. Las personas que lo poseen toman más azúcar, pero también ayuda a reducir la grasa acumulada en el cuerpo.

Nuestra adicción por el azúcar nos está matando. Probablemente una de las más relevantes novedades en el mundo de la nutrición de la última década y media sea la apabullante cantidad de evidencia científica que advierte de los peligros del consumo excesivo de azúcar. Buena parte de nuestros esfuerzos dietéticos se centran en tratar de reducir la humana tendencia al dulce. Ahora, una provocadora investigación presentada ayer en «Cell Reports» podría arrojar una curiosa paradoja. Y es que las mismas causas biomoleculares que conducen a la necesidad imperiosa de comer azúcar podrían también ayudar a perder grasa corporal.

Los científicos conocen desde hace tiempo la existencia de una variante del gen FGF21 que impulsa al cuerpo a necesitar más hidratos de carbono. Por esta razón, se ha pensado siempre que ese gen está implicado en la obesidad. Las personas que poseen esa variante serían más propensas a tomar azúcar y, por lo tanto, a engordar.

Sin embargo, la nueva investigación presentada por expertos de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, ha descubierto que a pesar de su efecto en la dieta, esa misma variante ayudaría a reducir la cantidad de grasa que se acumula en el cuerpo. La sorpresa ha sido tan mayúscula que el propio autor principal ha mostrado su extrañeza: «Esto va en contra de la percepción habitual que tenemos de las dietas, la idea de que comer azúcar es siempre malo para la salud. Pero, al menos en algunos casos, los adictos al azúcar podrían portar el mismo alelo que hace que se reduzca el consumo de grasas y proteínas». El descubrimiento tiene una cara oscura: aunque el gen en cuestión reduce la grasa corporal, también hace que la grasa remanente se distribuya más por las zonas superiores del cuerpo, donde es más probable que cause hipertensión y otros problemas de salud graves.

¿Cómo se ha llegado a esta conclusión? Los autores del trabajo han analizado muestras de orina, sangre y saliva de cerca de 450.000 personas en el Reino Unido. Todos los pacientes fueron seleccionados del proyecto UK Biobank, una gran base de datos donde se recoge información sensible de millones de británicos para la realización de políticas de salud preventiva. Los voluntarios seleccionados no solamente ofrecieron sus muestras biológicas sino que se prestaron a informar puntualmente sobre sus hábitos de alimentación, su estado general de salud y la evolución de su peso. La intención de los investigadores de Exeter era encontrar en esa fuente tan rica de información algún tipo de relación directa entre las diferentes versiones del FGF21, la dieta, la composición del cuerpo y la presión sanguínea. Entre las informaciones recolectadas se encontraba una exhaustiva crónica de todo lo que habían comido más de 175.000 británicos en los últimos años.

La diana de la investigación, la hormona producida por el gen FGF21, que aparece sobre todo en el hígado, tiene varias funciones. Por un lado, actúa sobre el hipotálamo cerebral para regular el apetito por el azúcar y el alcohol. Por otro, estimula la absorción de glucosa por la células de la grasa. Por último, trabaja como sintetizador de la insulina. La versión «A» del gen provoca una mayor tendencia a consumir azúcar y alcohol y, a la vez, reduce el porcentaje de grasa corporal. Además está asociada con un aumento de la tensión arterial. Esta versión del gen es muy común: uno de cada cinco europeos la portamos.

¿Cuál es el efecto real de portar este gen? Los autores advierten de que, desde el punto de vista de la salud, las diferencias son pequeñas. El aumento de la tensión arterial que provoca no es significativo ni peligroso –menos de un tercio de milímetro de mercurio en la escala de tensión arterial–. Es como si nuestro medidor de presión sistólica pasara de marcar 120 a marcar 120,33. El médico no nos regañaría por ello.

Pero ese porcentaje de ciudadanos sí tiene sus peculiaridades. Y la más evidente es que, aunque experimentan una mayor propensión a comer dulces, su cuerpo reduce más fácilmente la grasa. Son adictos al azúcar, que engorda menos. Este descubrimiento de una conexión genética tan peculiar con la necesidad de dulce puede ser de gran utilidad médica. La ciencia está tratando de averiguar si sería posible inhibir o reemplazar el gen FGF21 para tratar la obesidad o la diabetes. Debido a sus relación con el azúcar, el gen es un objetivo terapéutico ideal para controlar la tendencia a engordar. Se sabe que los hidratos se metabolizan en el organismo para convertirse en glucosa que es absorbida por el intestino. Luego pasa al hígado, donde se transforma en glucógeno que será reservado como fuente de energía. Pero el cuerpo tiene una capacidad máxima de almacenamiento de glucógeno (parte en el hígado y parte en los músculos). Si quemamos el glucógeno con ejercicio, no pasa nada. Pero si consumimos demasiado azúcar o no hacemos ejercicio, el glucógeno que ya no cabe en los almacenes naturales pasa de nuevo a la sangre para transformarse en triglicéridos (almacenados como grasa).

Este gen serviría para quebrar la relación directa entre exceso de azúcar y exceso de grasa. Pero los resultados son muy preliminares. No se puede decir que estemos cerca de lograr el modo de ponernos morados a dulces sin engordar. Quizá nunca lo logremos. De momento la investigación ha resultado una sorpresa agradable: conocemos mejor una de las claves secretas de la epidemia del siglo XXI, la obesidad. El siguiente paso será entender mejor cómo se puede modificar la actividad del gen para ponerlo al servicio de los endocrinos. Y para que los poseedores de la variante mágica tengan una mejor información sobre la evolución de sus dietas. Porque aunque la cara amable del gen conduce a una menor acumulación de grasa corporal, la cara oculta presenta algunas complicaciones: aumenta considerablemente el deseo de beber alcohol y ligeramente la tensión arterial.