Cabra
El padre violador de Lucena también abusó de su hermana
El juez envía a prisión a los padres de la menor de seis años agredida a los que la familia escondió en Fuengirola
Vienes 9 de enero. Hacia sólo tres días que Olivia había desenvuelto su regalo de Reyes. Un soplo en la vida de un niño. Todavía arrastraba la ilusión en la sonrisa cuando la pequeña, de tan sólo 6 años, conoció al diablo. No lo olvidará nunca. Eran las 16:45. Isabel, su madre, llamó a Emergencias 112 de Andalucía.
112- ¿112 Andalucía dígame?
Isabel- Mire usted, que se ha caído mi hija Olivia de la bici y se ha dado en sus partes y le está saliendo muchísima sangre.
112- Con sangre, ¿no?
Isabel- ¡Sí! Mucha, mucha sangre de sus partes.
112- ¿Abundante?, ¿De los genitales?
Isabel- Sí.
112- ¿Me ha dicho que es caída de bici?
Isabel- Sí, y se ha «hincao» la bici en sus partes y le ha salido mucha sangre.
112- De acuerdo, dígame señora, ¿en que provincia se encuentra?
Isabel- En Córdoba, Lucena, Córdoba.
112- ¿Está en la calle o en una casa?
Isabel- En casa, en casa, la he subido «pa» arriba.
Una hora después, el médico tocó el timbre. «Me abrió la puerta la madre y me contó lo sucedido. Me dijo que ella no estaba delante cuando ocurrió el accidente. Entré en la habitación y me la encontré tumbada, desnuda de cintura para abajo y con la ropa manchada de sangre en la cama», explicó el doctor. La exploró. Lo primero que había que hacer era detener el sangrado, así que taponó la zona con gasas. Desde el quicio de la puerta, en silencio, un hombre de unos 40 años, bajo, y con el pelo muy moreno, no perdía detalle de lo que ocurría. El médico cogió en brazos a la pequeña que no era capaz de explicar lo sucedido y la llevó a la ambulancia. Isabel, les siguió preocupada. Se montaron todos y el conductor las llevó al hospital Infanta Margarita de la localidad de Cabra.
En el centro no notaron nada extraño, pero advirtieron a la madre que como no disponen de servicio especializado en menores la iban a trasladar al Hospital de Reina Sofía de Córdoba. Nada más llegar allí, los facultativos que la exploraron sospechan de que la versión de la bicicleta no cuadra. Avisan al médico forense para que se pronuncie. Mientras llega, dejan que Isabel pase a ver a su hija. «Papá es bueno. Me ha dicho que en cuanto te pongas bien te compra una bicicleta nueva», la escucharon decirle. Tras revisarla, el forense establece que la menor puede haber sido agredida sexualmente. Saltan todas las alarmas. La conducta y la versión de la madre no cuadran. Los responsables del centro creen que Isabel oculta datos, que puede estar implicada y la echan de allí. También activan el protocolo y llaman a la Policía. La diligencia de los agentes, de por sí buena, en estos casos es extraordinaria.
En pocos minutos recabaron todos los datos y localizaron a los padres de la menor. Una cosa es que te pregunten los médicos y otra la Policía. Santiago, el padre, de 39 años, se borró de la escena nada más comenzar a hablar: «Cuando ocurrió el accidente yo estaba en la calle, paseando a los perros. Llevaba conmigo el teléfono de mi mujer. El mío lo había dejado cargando en casa. Me llamó o me mandó un mensaje para que volviera corriendo que la niña se había hecho daño». Los investigadores le invitan entonces a que les deje ver su teléfono y el de su mujer para cotejar la afirmación. «Me encantaría ayudarles, pero tengo la costumbre de borrar los registros de llamadas y de mensajes. No me gusta almacenarlos», se justificó. El interrogatorio avanza entre sospechas, preguntas afiladas y repuestas evasivas. Al final, uno de los agentes se cansa y le espeta: «¿A usted no le parece raro que su hija se haya producido esas lesiones tan graves con una bicicleta?». La respuesta lo deja atónito: «Confío plenamente en la palabra de mi hija. Si ella dice que ocurrió así, no hay porque dudar». La intuición y las tripas dictaban una cosa, pero la norma exigía que lo dejasen ir hasta reunir las pruebas que desgastasen su presunta inocencia. Es lo que establece la Ley.
Isabel, nerviosa, mantuvo su inicial versión, salvo por un dato que no pasó desapercibido. Se refería al momento en que la niña se produce tan graves heridas: «Estaba con cuatro de mis hijos en el salón. Sólo faltaba Olivia. Ella estaba en el cuarto de juegos. Escuché un golpe y a mi hija decir: “Mamá, ven que me he caído”. Así fue cómo ocurrió». ¿No había dicho al llamar al 112 que el accidente se había producido en la calle y la había tenido que subir «pa» arriba? Los datos aportados por los protagonistas parecían construir una historia imposible. Un dibujo mucho más aterrador comenzaba a perfilarse. Sobre todo, cuando la Policía localiza a Rosa, una hermana de Santiago. «Me enteré de que mi sobrina estaba en el hospital y llamé a “la” Isabel. Estaba muy alterada. Me dijo: “Esto es muy fuerte lo que me está pasando a mí. Y te digo esto porque lo más probable es que a tu hermano lo metan preso, que la niña tiene daños graves en sus partes. Me he metido en una ruina muy grande. Cuida de mis niños. Y si me muero entiérrame con mi padre”. Eso me dijo. Sospecho que mi hermano ha podido agredir sexualmente de la pobre cría. Yo fui víctima suya. Una vez cuando tenía 8 años y otra con 15. Las dos veces me tuvieron que curar en el hospital. También le hizo lo mismo a una prima. Le condenaron a 24 años de prisión, pero sólo cumplió 12. Lleva siete en libertad».
Los datos eran alarmantes. La coordinación entre Juzgado, Policía, hospital, y Junta de Andalucía terminó con la orden urgente de retirar la guarda y custodia de los cuatro hijos restantes a los padres de Olivia. Alguno de sus hermanitos, todos menores de ocho años, no entendió la decisión y de forma insistente explicaba sin que nadie le preguntara: «Papá es bueno. Él no ha hecho nada».
Las pesquisas del grupo de agentes encargados de investigar el caso comenzaron a dar resultados. En el colegio los profesores recordaron que el viernes 9, a primera hora de la tarde, fue el padre quien recogió a su Olivia. No la madre. Además, ese viernes en Cruz Roja de Lucena vieron a la madre en el reparto de alimentos. «Ella era asidua», explicó una voluntaria. «La vi el viernes. Serían las 16:30. Le entregué un número para la cola de recogida de alimentos. De repente, la llamaron por teléfono y desapareció. Pregunté y me dijeron que la habían avisado de que su hija había tenido un accidente en el parque».
Éstas y otras muchas gestiones se desarrollaron en las 48 horas posteriores a los hechos. Con todos los datos, se decidió detener a los padres, pero cuando los agentes se presentaron en su casa, habían huido. La familia los escondió en Fuengirola, Málaga, pero los investigadores los encontraron y detuvieron. Santiago siguió negando los hechos, pero Isabel, carcomida por la culpa, lo contó todo: «Dejé a mis hijos y a mi marido durmiendo la siesta y me fui a la Cruz Roja. Cuando estaba en la cola me mando un wasap mi marido: «¡Cari corre, ven a la casa, corre!». Le llamé para preguntarle y él me gritó que corriese. Llegué y me encontré a mi hija desnuda de cintura para abajo y todo lleno de sangre. Le pregunté y me contó lo de la bicicleta. Me pidió que mintiese, que dijese que él estaba paseando a los perros cuando ocurrió todo porque como tiene antecedentes por violación, nadie se iba a creer lo de la bici y lo meterían en la cárcel». Fue parte de la explicación que dio a los agentes.
Según les contó, Santiago insistió mucho en que mintiera. Lo hizo una y otra vez. «A mí me ha agredido sexualmente, me ha vejado, alguna vez delante de los niños. Tengo mucho miedo. Tengo miedo a que la familia de mi marido me mate». ¿El pánico la llevó a proteger a su marido en el resto de la declaración? De él dijo que jamás pensó que le haría eso a su hija, tan pequeña. También, que Santiago siempre borraba las llamadas y los whatsapp, aunque su lenguaje no verbal la contradecía. Todos sospechan que quiso eliminar pruebas.
Aún así, los detalles aportados por la madre en cuanto a dónde estaba cada uno en el momento de la agresión y las evidencias recolectadas por los investigadores de la Policía Nacional convencieron a Su Señoría de que había que mandar a prisión a Santiago. También lo hizo con Isabel. Tanto el magistrado como los investigadores están convencidos de que la madre sabía y consentía. «Son padres que no deberían tener derecho a tener hijos», dice alguien que conoce bien los hechos. Tres días después de Reyes Olivia conoció al diablo. Ni en toda una vida podrá olvidarlo.
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