Quito
El «violador del portal»: «Sólo hago mi trabajo»
Abordó a una pareja a la puerta de su casa y envió al marido a la farmacia para abusar de la mujer
La Guardia Civil detuvo el pasado 10 de octubre a Pablo Manuel García Ribado, de 48 años, más conocido como «el violador del portal». Salió de prisión en diciembre de 2013 después de que se derogase la doctrina Parot. Él disfrutaba de su libertad cuando recortaba la de sus víctimas. Han sido diez meses en los que acabó sembrando el pánico en Trijueque, una pequeña localidad de Guadalajara de unos 1.500 habitantes. Desde que agentes de la Benemérita se lo llevaron engrilletado, el pueblo ha recuperado poco a poco la normalidad. LA RAZÓN ha conseguido reconstruir su movimientos y modus operandi las semanas previas a su arresto y a que regresase la tranquilidad.
«A comienzos de este verano, llegó a mi tienda», recuerda María José (nombre ficticio). «Había una señora en el establecimiento y sin si quiera saludar, este hombre, que luego dijo llamarse Carlos, se dirigió a ella y comenzó a tocarle la espalda. Hablaba muy rápido. «Soy fisioterapeuta, tiene usted mal la columna. Necesita usted una sesiones. Yo mismo se las puedo dar. ¡En cuatro visitas le quito hasta las varices!», le ofreció a la mujer». Así comienza el relato de María José, propietaria de una tienda en Trijueque. El tal Carlos le dio su número de teléfono a la clienta «y le dijo que cada sesión eran sólo 30 euros y que si contrataba diez le podía hacer hasta un bono». La mujer abandonó el local y la propietaria se convirtió en la segunda víctima del violador. «Muy zalamero me aseveró, con sólo echarme un vistazo, que tenía mal el brazo y la rodilla. Sin permiso me empezó a tocar estos dos sitios y la espalda. Insistía mucho en que me podía quitar las varices y que le contratase, pero no quise, desconfiaba. No me daba buena espina», explica María José. Le insistió varias veces más. Le contó que acababa de instalarse en un chalé y que, aunque nuevo en la zona, era muy buen fisioterapeuta: «Amo tanto mi trabajo que siempre llevo una camilla en el maletero del coche. Además, así me desplazo donde haga falta», le dijo. «Si te apetece te puedo atender aquí mismo en la tienda y si no me quieres pagar con dinero, no pasa nada, me lo puedo cobrar llevándome productos de tu establecimiento por valor de la sesión», cuenta María José que le insistió. Ella se negó una y otra vez, pero acabó aceptando que colocara un cartel en la puerta de su negocio con su nombre, número y precios. «A los pocos días, llegó y pegó la publicidad en la puerta. Entre otras cosas, decía que se llamaba Carlos Uribe y que tenía 26 años de experiencia».
Durante los meses de julio y agosto, Carlos acudía casi a diario a comprarle el pan y algunas otras cosas. «En una ocasión me sorprendió porque se llevó una caja entera de chocolatinas y otra completa de barritas energéticas. Me extrañó mucho. Era una cantidad desmesurada para que las consumiese él sólo», rememora María José. Pronto averiguó para qué las quería. Le daba las chucherías «a niños y niñas del pueblo, e incluso se ofrecía para entrenarlas gratuitamente». Nadie lo verbaliza, pero muchos intuyen que de no haber sido detenido, habría acabando forzando a alguna mujer e incluso a alguna niña.
El cartel estuvo colgado durante todo el verano, pero a principios de octubre él mismo lo arrancó. «Llegó hecho una furia, vociferando e insultando a una vecina de la urbanización. Gritaba: ‘‘¡Esa mujer es una puta que no me conoce y va diciendo cosas de mí! ¡Ya la pillaré, ya la pillaré. Ella sí que es una puta!’’. Entonces, arrancó el cartel y se marchó muy ofuscado». A María José le pareció bien, además habían empezado a correr rumores por el pueblo. Las mujeres a las que trataba decían sentirse incómodas y también circulaba un whatsapp con la foto de Carlos que decía: «Ha sido puesto en libertad el violador conocido por ‘‘Bulldog’’. Tras cumplir en la cárcel de Valdemoro 13 años de un total de 25. Tened cuidado porque se considera que no está rehabilitado. Pásalo». La foto que ilustraba el texto era la de Carlos «el masajista». El pánico se extendió entre las mujeres de Trijueque y alrededores. Pocos días después era detenido.
Antes de aquello, algunas habían sido estafadas por el falso masajista. Para convencer a sus víctimas afirmaba que era el fisioterapeuta de los famosos y, entre otros, nombró a Kiko Matamoros. No enseñaba autorretratos con las «celebrities», como el pequeño Nicolás, pero tal era su forma de aseverarlo que persuadía a cualquiera. «A una mujer y a su marido», cuenta una vecina de edad avanzada que no quiere identificarse, «los abordó en la puerta de su casa. Dijo que era fisioterapeuta y que nada más ver a la chica, sabía que estaba mal. Les engatusó con su verborrea». Fue tal su poder de convencimiento, que mandó al hombre a la farmacia a comprar productos, mientras el violador del portal entraba en la casa con su víctima. Le pidió que se desnudara entera y comenzó a tocarla. «El marido llegó con las cosas, la vio allí como Dios la trajo al mundo, tumbada de espaldas sobre la cama y Carlos, con mucho aplomo, lo echó de la habitación. Le dijo que molestaba en la sesión». Durante el tiempo que estuvo en su casa, le masajeó los laterales de los senos. «Ella protestó, pero el caradura le dijo que se tranquilizase, que había detectado el cáncer así muchas veces y que sólo estaba comprobando», explica escandalizada la señora, que por prudencia se muerde la lengua y no cuenta más detalles. «La pobre chica dijo que le hizo sentir muy incómoda».
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