Aventura
El «gran salto» a la Antártida por el Cabo de Hornos
El aventurero Eric Frattini cruza el Paso de Drake para llegar al Polo Sur para seguir la ruta de Scott
Dejamos atrás la ciudad de Punta Arenas, el llamado «Punto 0» Antártico debido a que desde su punto central de la ciudad existe el mismo número de kilómetros hasta el norte de Perú que a la Antártida. Fundada en 1848, es el puerto chileno más austral del país y capital de la provincia de Magallanes. Este puerto se ha convertido, desde hace décadas, en la principal puerta de entrada mundial al continente antártico ya que más de 15 naciones ocupan gran parte de la ciudad como puerto base y de abastecimiento a sus bases polares y al menos otras 25 naciones solicitan sus «servicios antárticos» de cara a las grandes expediciones y campañas polares que en estos días se adentrarán en el continente blanco.
Ya en la mañana justo antes de la partida, o de llevar a cabo «el gran salto», como se conoce al cruce del Paso de Drake o Cabo de Hornos, recibimos las últimas instrucciones de seguridad, estricto pesaje del equipo personal de cada expedicionario –no más de 15 kilogramos por persona– y entrega de parte del equipo de supervivencia y que nos ayudará a sobrevivir en las inhóspitas tierras de la Antártida. Te dicen, medio en serio, medio en broma: «Si pierdes tus guantes, pierdes tus dedos. Si pierdes tu máscara, pierdes tu nariz». Punta Arenas se convierte ya para nosotros en la última escala del continente americano y más allá, llega la «nada» más absoluta. Atrás dejamos la civilización tal y como las mentes occidentales la entendemos.
Cuando el pequeño avión Antarctic Havilland DHC-6 bimotor toque tierra al otro lado del cabo de Hornos, ya no hay nada. Tras un vuelo cercano a las cuatro horas de duración y con bastantes sobresaltos debido a las fuertes corrientes de aire que azotan este punto de la Tierra, provocadas en parte por las frías rachas de viento que llegan desde el interior del continente antártico y que choca a su vez con el aire más caliente que llega hacia el sur, desde el final de la cordillera de los Andes, la pequeña aeronave aterriza en una pista casi helada en el aeródromo «Teniente Rodolfo Marsh Martin», en la isla Rey Jorge, bajo control del Tratado Antártico.
Al descender por la estrecha escalerilla del avión, el viento gélido golpeándonos sin piedad en el rostro, provoca el primer impacto con la realidad con la que vamos a tener que convivir durante los próximos diez días. Los pasajeros son en su mayor parte científicos y personal técnico de diversas nacionalidades que operan en alguna de las bases antárticas situadas aquí en la isla Rey Jorge: las bases Presidente Eduardo Frei Montalva y Escudero (Chile); Bahía Almirantazgo (Reino Unido); Bellingshaussen (Rusia); Jubany y Carlini (Argentina); Gran Muralla (China); King Sejong (Corea del Sur); Laboratorio Dallmann (Alemania); Arctowsky (Polonia); Machu Picchu (Perú); Artigas (Uruguay); Comandante Ferraz (Brasil); y Copacabana Base (EE UU).
La isla Rey Jorge, con una extensión de 1.150 kilómetros cuadrados, una longitud de 95 kilómetros y una población oficial de «0» habitantes, es en sí un variado cúmulo de gente que habla todo tipo de idiomas en un lugar desolador y que llegan a la Antártida para llevar a cabo los más variopintos trabajos: mecánicos, cocineros, científicos, carpinteros, ingenieros, militares y hasta sacerdotes ortodoxos que llegan destinados a la Iglesia de la Santa Trinidad, muy cerca de la base rusa Bellingshaussen. Todos los trabajadores antárticos tienen en común sus altos salarios que pueden llegar a los 7.000 euros al mes que puede ganar un carpintero o mecánico, 9.000 euros de un cocinero, o los 15.000 que puede llegar a ganar un científico o ingeniero destinado en las bases antárticas estadounidense o británica. Pero también es cierto que las temporadas de trabajo o campañas polares aquí en la Antártida son por pocos meses antes de que llegue el duro y crudo invierno con temperaturas cercanas a los 50 grados bajo cero y tormentas de hielo y nieve.
La base chilena «Presidente Eduardo Frei Montalva», será nuestra base operativa o como base de enlace hasta embarcar en el «Ocean Adventurer», un gigante de 4.376 toneladas de desplazamiento capaz de navegar en los duros y congelados mares antárticos y que desde 1975 estuvo matriculado en el puerto soviético de Murmansk.
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