Ciencias humanas
Grilletes del siglo XXI
Disfrutamos de los mejores años de la historia de la civilización con mejoras extraordinarias e impensables décadas atrás. Y, sin embargo, 40,3 millones de personas sufren esclavitud. La condición humana lo explica todo.
Disfrutamos de los mejores años de la historia de la civilización con mejoras extraordinarias e impensables décadas atrás. Y, sin embargo, 40,3 millones de personas sufren esclavitud. La condición humana lo explica todo.
La libertad es probablemente la causa más noble por la que el ser humano debe luchar. Desde que el mundo es mundo, las civilizaciones que se han sucedido han convivido y alentado de una forma u otra que unos hombres sometieran y subyugaran a otros en su beneficio. El fenómeno de la esclavitud es casi tan viejo como nuestro deambular por este planeta. Y, en un término muy reiterado en esta centuria, lo ha sido además global sin que la realidad de un continente u otro cambiara en lo sustancial. En España tampoco fuimos ajenos a los deseos compulsivos de explotar al semejante. No hay que remontarse siglos para encontrar la abolición oficial de la misma; lo fue en el relativamente cercano 1837. Hoy, con la libertad como un derecho humano fundamental arraigado hasta el tuétano en la conciencia colectiva, con una comunidad internacional empeñada en defender ese bien supremo hasta el último rincón, hay que lamentar, no obstante, que la esclavitud existe, aunque se haya adaptado a la contemporaneidad. Las cadenas, los latigazos, los barcos negreros han sido reemplazados por otras formas de servidumbre que mantienen alienados a millones de personas. Hablamos, por ejemplo, de la trata de seres humanos, los trabajos forzosos, la servidumbre por causas de deudas, los matrimonios no consentidos y la explotación sexual, entre otros muchos. Es la denominada esclavitud del siglo XXI. 40,3 millones de personas malviven amarrados a esos nuevos grilletes en todo el mundo, de los que el 71% son mujeres y niños. África y Asia son los territorios con la mayor incidencia, que, por supuesto, suele estar asociada con regímenes totalitarios o bien con países en los que la democracia lo es solo nominal y no una realidad imbricada en la sociedad. No obstante, el primer mundo no es un lugar ajeno a este oscuro sometimiento cruel e inhumano. Hay todavía decenas de miles de personas en los Estados más prósperos y justos que esperan la oportunidad de ser definitivamente libres. Esa es una lucha que ennoblece la condición humana y una meta irrenunciable de toda comunidad que aspira a legar un futuro mejor a las generaciones venideras, un escenario que ilumine las tinieblas del pasado.
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