Investigación científica
La esperanza de resucitar en el futuro
El científico Rodolfo Goya es una de las 3.000 personas que serán criopreservadas con la esperanza de «despertar» tras su muerte.
El científico Rodolfo Goya es una de las 3.000 personas que serán criopreservadas con la esperanza de «despertar» tras su muerte.
Rodolfo Goya, 65 años, casado, sin hijos, no es religioso pero cree en otra vida. O, mejor dicho, en que esta vida no se acaba en la sepultura. Así lo evidencia su trabajo como bioquímico en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Su grupo investiga el envejecimiento cerebral y las formas de revertirlo. Concretamente, se centra en la reprogramación celular: ciertos genes pueden inducir a una célula, y por extensión al organismo entero, a rejuvenecer. «Parece un milagro. No hace mucho era el sueño de un alquimista», afirma a LA RAZÓN. Así, este científico argentino sigue la misma línea de trabajo iniciada por el español Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk de EE UU. Ambos coinciden estos días en la Cumbre Internacional de Longevidad y Criopreservación, organizada por la Fundación Vidaplus, que se celebra en Madrid.
Pero su creencia en otra vida no se ciñe sólo a los avances científicos del presente, visibles a través de su microscopio. También se cimenta en los progresos que, espera, ocurran en el futuro. Goya abonará en torno a 35.000 dólares –más de 31.000 euros– para ser criopreservado justo en el momento de su muerte. Tras un pago de inscripción de unos 1.500 euros, ha firmado su contrato con el Cryonics Institute (CI) de Michigan (EE UU), siendo una de las 1.384 personas en espera – entre ellas, 13 ciudadanos españoles–. La misma empresa que acoge a una menor británica, de 14 años y enferma terminal, después de que la justicia de su país le permitiera, el pasado noviembre, cumplir su deseo de ser criopreservada pese a la oposición de su padrastro. Era su paciente 143. Junto a Alcor (Arizona, EE UU) y KrioRus (Rusia), CI forma el triunvirato empresarial dedicado a la resurrección futura, a la espera de que, quién sabe si en 30, 40 o 100 años, la tecnología y la ciencia avancen lo suficiente como para poder reanimar las constantes vitales.
«Más que fe, es confianza. No tengo confianza en la ciencia y en la especie humana que la desarrolló porque sea una revelación; la tengo por sus logros. Si miras ves los avances en 100, 200 años... ¿qué no va a hacer en los próximos 100? Tengo fe en el hombre», dice Goya. Desde que la idea de criogenia empezó a tomar relevancia, allá por los años sesenta del siglo XX, tenía clara su decisión. «Desde adolescente me preocupaba por el envejecimiento, porque mis seres queridos iban a envejecer y morir. Creí que era un tema lo suficientemente importante como para dedicarle mi vida profesional. Por eso me licencié en Bioquímica. Y cuando surgió la criónica, vi que era una alternativa válida para aquellos que no podemos esperar a que la ciencia descubra la cura del envejecimiento», añade.
El proceso es el siguiente. Una vez que se declare su muerte clínica –cese de los latidos del corazón y de la respiración–, la cabeza de Goya deberá enfriarse inmediamente con una solución de hielo y agua, aunque el CI señala que lo ideal es enfriar todo el cuerpo con una bolsa de cadáveres y agua helada. Después, se le inyectará un anticoagulante para evitar que la sangre se coagule. A su llegada al CI, se llevará a cabo un proceso conocido como perfusión: la sangre se drena y se sustituye por una sustancia anticongelante que impedirá la formación de hielo. Finalmente, será introducido en una unidad de enfriamiento, donde alcanzará, en el plazo de cinco días, la temperatura del nitrógeno líquido: -195,8 °C. Así comienza la fase de vitrificación. En caso de que sufriera un accidente de avión, por ejemplo, el procedimiento no podría llevarse a cabo. «A todos los ‘‘crionicistas’’ nos une un profundo amor por la vida. Nos jugamos esa carta. Y si falla, no nos va a ir peor que si nos entierran», dice.
Alcor ofrece un servicio similar, aunque con precios más elevados: alrededor de 170.000 euros por criopreservar todo el cuerpo y unos 71.000 si se opta por una «neuropreservación»; es decir, sólo la cabeza. «Yo personalmente elegiría sólo el cerebro. Mi razonamiento es que la tecnología del futuro deberá reparar unos cien billones de neuronas e invertir el proceso de envejecimiento. En comparación, crear un cuerpo nuevo es más fácil. Ya se están regenerando órganos y otras partes del cuerpo», afirma Max More, CEO de Alcor. A día de hoy, la empresa cuenta con 150 «pacientes» ya criopreservados y 1.128 miembros a la espera de seguir sus pasos. Entre ellos, la familia de Cristina Ramos, la joven mallorquina criogenizada hace ya más de 20 años. «En los años 60 del pasado siglo, si el ritmo cardíaco se paraba, morías. Los médicos no podían hacer más. Hoy contamos con aparatos de resucitación cardiopulmonar (CPR). Podemos reparar cosas que hace 50 años no podíamos. En este sentido, la criónica es una extensión de la medicina de emergencias. Y el proceso es parecido a la donación de órganos», explica More, cuya empresa tiene monitorizados a los clientes a través de dispositivos GPS que chequean su estado de salud. Y es que, a más tiempo que se tarde en realizar el proceso, más daño puede sufrir el cerebro y más difícil será su recuperación futura. Por eso, con vistas a evitar retrasos, More anima «a los pacientes a que vengan a vivir a Arizona, próximos a nosotros».
¿Qué mundo espera encontrar Rodolfo Goya al despertar? «Espero que uno evolucionado, que no haya ido en retroceso. Y en ese mundo seré un ser primitivo, pero también valioso: un ser del pasado que regresa».
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