Influencers
Mar Romera, la influencer sin redes sociales
No le bastan los dedos de una mano para contar las ediciones de sus libros y llena auditorios de audiencias deseosas de conocer su forma de ver la escuela sin necesidad de dar a conocer la fecha y lugar del evento en Facebook o Instagram
No le bastan los dedos de una mano para contar las ediciones de sus libros y llena auditorios de audiencias deseosas de conocer su forma de ver la escuela sin necesidad de dar a conocer la fecha y lugar del evento en Facebook o Instagram.
No se dedica a difundir las últimas novedades del mundo de la moda. Las marcas más prestigiosas de cosmética no le hacen llegar sus nuevas líneas de maquillaje para que las pruebe y suba una historia a Instagram. Entre otras cosas, porque no tiene. Pero Mar Romera también es influencer. Y tiene dos particularidades. La primera, que habla de educación, de una educación entendida desde el aprendizaje con emociones. Y la segunda, y puede que la más chocante, es que no tiene redes sociales. «Es divertido, soy una influencer sin redes sociales», dice en una conversación con LA RAZÓN en un céntrico hotel de Madrid. Acaba de sacar un libro («La escuela que quiero») al mismo tiempo que otras de sus publicaciones sobre pedagogía ya van por su sexta edición. Llena auditorios y teatros, pero no anuncia el lugar y la fecha en su página de Facebook. Y es consciente de que eso no entra en la cabeza de muchos de sus colegas de profesión.
«El año pasado hubo un acto en Madrid en el que participaron influencers en educación. Yo era la única sin redes sociales. El resto se sigue sorprendiendo», recuerda. Ella misma explica que tomó esta determinación en pleno auge de las nuevas tecnologías, un periodo que coincidió con la adolescencia de sus dos hijas. Y cuando a ella no le sobraba el tiempo libre: «Fue una decisión para educarlas mientras ellas me educaban a mí». Lo dice porque ellas, que ahora tienen 19 y 25 años, son las encargadas de mantenerla al día de las actualizaciones. Eso sí, ella lo ve desde la distancia. «No quiero sufrir cada noche. No quiero sentir dolor porque la persona que quiero, el compañero al que adoro, no ha compartido mi tuit. No quiero malgastar tiempo de mi vida. Quiero leer, y me gustan los libros con páginas. Es una elección», afirma rotunda.
Tampoco cierra la puerta a que esta situación pueda cambiar en un futuro –cercano o lejano–, aunque lo ve complicado: «A día de hoy, el planeta nos ofrece tantas alternativas que tenemos que elegir. El mundo es maravilloso, mirar a los ojos es una pasada y las redes sociales no nos permiten nada. Ni siquiera leemos los titulares enteros».
Por esta decisión, y por otros muchos factores, afirma que nunca lo ha tenido fácil. «Soy mujer, madre, maestra, andaluza y no tengo redes sociales», indica para hacer ver que, en el fondo, en ella se juntaban todos los ingredientes para que su apuesta no saliera bien. Pero consiguió invertir la probabilidad. Es licenciada en Pedagogía y Psicopedagogía y con su forma de ver la escuela ha conseguido sentar precedente.
«En Andalucía hay un colegio público que lleva mi nombre. Fue porque su directora es antigua alumna mía y considera que yo fui la que le enseñé a ser maestra», subraya. Pero, por desgracia, este nombramiento no sentó bien a todo el mundo: «La gente llamaba a mi casa para preguntarle a mi marido si estaba enferma, si tenía cáncer o si me estaba muriendo». ¿Qué explicación le da? «No se puede ser mujer y no estar asociada al partido político que está en el poder».
Educar desde las emociones
Como no ha dejado que las redes sociales centren su vida, tampoco permite que monopolicen la conversación. Porque para ella lo importante es la infancia. Y, aunque es consciente de que el sistema tiene fallos, prefiere quedarse con una visión optimista del panorama. «La escuela de hoy en día tiene muchas similitudes con la de mi padre, con la mía y con la de mis hijas. Debería haber cambiado muchísimo más, pero sigue habiendo un hilo conductor que es el respeto y el amor», asegura, a lo que añade que, en la era digital, «la escuela es la que aporta el contacto humano, emocional, la educación de persona a persona y de corazón a corazón».
Es consciente de la presión que recae sobre los maestros, una responsabilidad que considera en injustificada. «Los niños no aprenden lo que les enseñamos, nos aprenden a nosotros. Pero los adultos discutimos, no llegamos a un consenso, no sabemos utilizar las tabletas y vivimos de las drogas digitales. ¿Por qué hablamos de educar para la paz en la escuela y no en el Congreso? No podemos cargar a la escuela de todas las circunstancias adversas que los adultos no somos capaces de resolver. Mire usted, que los niños se pasan allí cinco horas», recuerda.
En cuanto al método, Romera no concibe aprendizaje sin emoción: «No hay otra manera». Tampoco es partidaria de las tareas. «El niño tiene cosas que contar cuando sale del cole y también cuando vuelve porque ha vivido aventuras fuera. Si no puede porque tiene que hacer las tareas eso no ocurre. Los deberes con ejercicios repetitivos, reproductivos y sin aprendizaje comprensivo. No tienen sentido».
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