Barcelona
Matrimonios de conveniencia: «Yo, real love»
Amid llegó el miércoles a España sin nada ni nadie. Sólo 20 euros y un paquete de tabaco. Su objetivo es conseguir el permiso de residencia, para ello le han aconsejado la vía más rápida y sencilla: casarse con una española de la que (también) le gustaría enamorarse.
Amid llegó el miércoles a España sin nada ni nadie. Sólo 20 euros y un paquete de tabaco. Su objetivo es conseguir el permiso de residencia, para ello le han aconsejado la vía más rápida y sencilla: casarse con una española de la que (también) le gustaría enamorarse.
Lleva 20 euros en el bolsillo, un paquete de Camel con cuatro cigarros y un papel de la Oficina de Asilo y Refugio de la calle Pradillo con su cita para el próximo 12 de julio apuntada a boli. No tiene nada más. Nada. No le queda familia en ninguna parte del mundo ni ha dejado ninguna caja con pertenencias en casa de ningún conocido. Amid es guineano, tiene 22 años y lleva desde 2013 dando tumbos por el mundo de forma irregular, en todos los sentidos.
La vida no se lo ha puesto fácil. Tiene la mirada del que ha visto el infierno bien de cerca: explotación laboral, mafias de tráfico de seres humanos, guerrillas, detenciones en fronteras clandestinas... Él, sin embargo, no parece sentir que la vida haya sido injusta con él. Desprende alegría y está lleno de sueños. Dice, paradójicamente, que se se siente «libre». Porque vive el presente más absoluto, no crea expectativas. La sociedad no espera de él que consiga trabajo, coche, casa o que forme una familia. «No me siento frustrado porque nunca espero demasiado. Me basta con estar aquí tomando una cerveza». Tampoco le hace falta subir una foto a Instagram. Su realidad es otra.
El miércoles aterrizó en Barajas deportado desde Dortmund, Alemania, y ahora está alojado en un hostal de un polígono de Vallecas a cargo de Cruz Roja, donde tiene alimento y techo hasta que se resuelva su situación de asilo. Es consciente de que puede tener los días contados en Europa, la «tierra prometida», pero después de todo lo vivido, eso le parece un mal menor. «Quiero quedarme aquí y sé que tengo dos formas: una difícil y otra menos dificil», reconoce a LA RAZÓN. Asegura que en el mismo vuelo Dortmund-Madrid sus compatriotas y gente de otras nacionalidades –todos en la misma situación irregular–venían comentando cómo conseguir papeles en España por la vía más rápida y segura: casándose con una «comunitaria». Es decir, cualquier mujer u hombre con pasaporte europeo. «Yo creo en el “real love” pero ésto es business o solidaridad: tú te casas conmigo y yo, cuando consiga empleo, te voy pagando», explica con timidez. Asegura que le gustaría enamorarse de verdad, pero... «¿Tú qué harías?», dice esperando orientación. Sabe que no es fácil y que para meterse en este tipo de «negocios», hay que ir con el dinero por delante, al menos si quiere que se lo gestionen las mafias que mueven los contactos. Pero Amid quiere huir de este tipo de organizaciones; no quiere contraer más deudas pero sospecha que, también en Madrid, volverá a depender de ellos.
Una vida sin regalos
Su historia es dura. A los nueve años ya era huérfano y se quedó en la calle. «Mi padre murió en un accidente. Era transportista. Pudo darme comida y mucho amor». Apenas un año después su madre, cocinera en un hotel cerca de Koya, el pueblo donde nació, murió de un infarto. Se quedó en la calle sin hermanos ni nadie que pudiera hacerse cargo de él. Se puso a trabajar ayudando a coser cuero en suelas de zapato y un amigo «conductor» le ofreció una vida un poco mejor en Sierra Leona, en casa de un matrimonio amigo. Era 2003 y así comenzaba su abrupto camino por el mundo. Lavaba ropa y hacía tareas del hogar para ellos, pero la mujer no se portaba muy bien con él yse fue a Costa de Marfil. Allí se hizo amigo de un grupo de chavales de la calle y montaron un grupo de hip-hop. Se llamaban Boy Sacre, y mientras algunos rapeaban, él y otros colegas hacían break dance. Porque la pasión de Amid es el baile. «De pequeño no soñaba con ser profesor ni futbolista, como mis amigos. Yo siempre he querido ser artista». Era el pequeño del grupo y sentía que todos le cuidaban pero entonces llegó la «propuesta» de España. «Me pagaban los gastos, yo luego devolvería». La siguiente parada fue Argelia y, después, Marruecos. Primero Rabat y luego, junto con cinco amigos, hasta la ciudad de Nador. Desde este punto de la costa africana hizo «lo más valiente»: coger una patera, sin motor, y ponerse a remar rumbo a las costas de Málaga. «Pagamos 50 dirhams cada uno». Fueron casi dos días infernales. Sobreviviendo con galletas y agua, con tripulantes vomitando y orientándose gracias a los grandes buques pesqueros que se dirigian a España. A uno de ellos les hicieron señales y poco tiempo depués llegó un equipo de Salvamento Marítimo. «Cuando llegamos a Europa llorábamos de alegría. Pensé que iba a morir en el agua», recuerda. En Málaga, se hicieron cargo de ellos distintas asociaciones para ayuda de inmigrantes que les trasladaron a distintos puntos apenas medio año después. A él lo mandaron a Barcelona pero enseguida se enteró de que en Alemania las cosas estaban «más fáciles» porque en España la crisis arreciaba y «allí acogían a refugiados». «Fui a Irún, de ahí a Bayona pero en la frontera me pillaron tres veces. Al final me colé en un tren y me encerré en un baño. Nadie se dio cuenta y el tren comenzó a andar». Logró llegar hasta Burdeos, donde le echaron del convoy y estuvo una semana durmiendo en la estación de autobuses. Allí «Mónika», una «buena amiga», conductora de autocar le llevó hasta París. En la capital francesa estuvo otros cuatro meses en la calle y le hablaron de Bélgica. Y allá fue. «Me eché una novia pero ella no quería casarse así que me fui. No me querría tanto si no quería ayudarme. Yo podía quedarme en su casa a dorimir pero quiero valerme por mí mismo, no depender de nadie, como he hecho toda la vida. Ser libre». Después consiguió llegar a Colonia, y de ahí a Dortmund hasta cerca de un campo de refugiados, donde la Policía le paró y comprobó que sus huellas dactilares estaban «fichadas» en España, de cuando llegó a las costas de Málaga, por lo que le deportaron al país «de origen». Así, aterrizó en Madrid el miércoles. Ha recorrido nueve países en todo este tiempo. ¿Y ahora? «Quiero quedarme, parar ya. Y trabajar, como todo el mundo», asegura. Y para ello dice que «lo mejor es casarse». «No podría sobrevivir tres años sin que me pillen y trabajando ilegal».
Una nueva oleada
El caso de Amid es sólo uno más entre los miles que hay en nuestro país. La Brigada Provincial de Extranjería de Madrid reconoce que desde que España se va deshaciendo del estigma de la crisis, están llegando de nuevo muchos inmigrantes. «De 2000 a 2007 hubo una oleada pero luego hubo un parón por la crisis. Este último año están llegando mucho de Honduras, Colombia y Venezuela. Se juntan las dos cosas: que allí tienen muchos problemas políticos y aquí la cosas empiezan a ir mejor», explica un mando de la Brigada. Estos agentes, entre otros tareas «mal vistas» socialmente –como la mayoría de las obligaciones de los policías de Extranjería–, tienen la ardua tarea de detectar los matrimonios fraudulentos. Es decir, los que se han llevado a cabo bajo contraprestación monetaria a cambio de regularizar la situación de un inmigrante. «Sólo es delito si incurren en falsedad documental (cuando trucan el padrón o falsean contratos) o favorecen la inmigración, como por ejemplo, pagar un billete de avión a alguien sin visado», explican. Sino, sólo estamos hablando de fraude. Se trata de una infracción grave a la Ley de Extranjería contemplada en el artículo 52.2. En el apartado b dice claramente: «Inducir, promover, favorecer o facilitar con ánimo de lucro, individualmente o formando parte de una organización, la inmigración clandestina de personas en tránsito o con destino al territorio español o su permanencia en el mismo, siempre que el hecho no constituya delito». Aunque el caso de Amid no es único, el perfil más frecuente en España del inmigrante en situación irregular es el de un latinoamericano que llega con visado de turista y que,al caducarle éste a los tres meses, no regresa a su país. Para regularizar su situación, reconocen desde la Policía Nacional, existen dos vías. Una es legal y complicada. La otra, mucho más sencila, pero hay sortear resquicios de la ley.
El camino oficial es largo: hay que acreditar tres años de permanencia en nuestro país –un tiempo en el que se considera que ya puede existir arraigo social– y pueden demostrarlo a través del padrón, sellos del pasaporte... Pero tambien hay que presentar una oferta de empleo. Aquí, de nuevo, aflora la picaresca y también hay tráfico de ofertas de trabajo que muchos empresarios venden a inmigrantes irregulares. En el mejor de los casos, si consigues acreditar una oferta de trabajo real y haber ido sobreviviendo tres años a base de trabajos ilegales, puedes conseguir un permiso de un año y, después de cinco, un permiso permanente. El permiso de trabajo lo expide
«Demasiadas trabas. Desde luego que es el caminio legal y el más seguro pero incluso nosotros a veces sugerimos la vía matrimonial y asesoramos sobre el “temario” a preparar», reconoce un abogado especializado en temas de Extranjería. Los precios varían si es pareja de hecho (hay gente dispuesta por apenas 1.000 euros) o matrimonio (desde los 4.000) aunque puede subir mucho más si el español/a dispuesto a ellos proporciona vivienda y buena coartada o menos de gente realmente en apuros económicos que por 700 euros se ofrece vía internet a casarse con alguien.
¿Cómo detectan que un matrimonio es fraudulento?
«Hay veces que chocan las nacionalidades: chino con rumana, bangladesí con gitana española, dominicana con chino. No decimos que sea imposible un amor así, pero mi olfato policial me dice que algo chirría», explican desde el grupo que lleva estos temas. «Mi obligación como policía, igual que cuando la diferencia de edad es enorme, es comprobar si estás intentando engañar al sistema. Si me confundo, pues mejor». Porque la Policía advierte del problema que puede conllevar esta regularización indiscriminada de inmigrantes. «Puede ser una buena persona pero quién te dice que no estamos dando la residencia por cinco años a un terrorista o algún delincuente».
Es complicado demostrar que no una pareja no es «real» pero tienen sus técnicas de investigación. Fue muy sonada la «operación Faraón», donde detectaron a gitanas casadas con egipcios que ni siquiera vivían en España.
Hubo una treintena de detenidos por organizar más de 500 matrimonios fraudulentos.
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