Ecologismo
El triple beneficio de la ganadería extensiva
Es garante de razas autóctonas, tradiciones y ecosistemas
La ganadería extensiva constituye una pieza clave en el puzzle de la conservación, como actividad esencial en la configuración del paisaje, el control de incendios, la identidad territorial o la preservación de razas autóctonas.
Es extensiva aquella forma de ganadería que aprovecha de manera eficiente los recursos del entorno, los gestiona mediante prácticas y conocimientos tradicionales, hace compatible la producción con la sostenibilidad y genera servicios ambientales o sociales.
Pero este modelo de negocio supone una apuesta arriesgada en un mundo donde la ganadería intensiva, estabulada, alimentada con granos y cercana a centros urbanos gana peso y donde la escasez de terrenos obliga a ajustar expectativas.
«Con tanta competencia, las explotaciones tendrían que ser mayores para ser viables», explica a Efe David Peña, ganadero en la comarca de Las Merindades, salpicada de minifundios y acosada desde hace tiempo por la temida recesión poblacional.
David es criador de una de las cabañas más extensas de potro hispano-bretón, una raza autóctona de Castilla y León, de la montaña cántabra y del Pirineo y Prepirineo aragonés y catalán.
Catalogada por primera vez como tal en 1997 y considerada en peligro de extinción, esta especie se cría en régimen extensivo para la producción de carne, sin olvidar su papel en la prevención de incendios, el mantenimiento de los ecosistemas, el fomento de las tradiciones y el aprovechamiento de los pastos.
«Estos animales comen mucha maleza, hacen mucho desbroce, contribuyen a la limpieza de los montes para evitar que haya materia seca y a la regeneración de pastos», recuerda David, quien cuenta con medio centenar de hembras hispano-bretonas y tres machos sementales.
Reconoce que elegir este modo de vida tiene un tinte romántico, porque «te tiene que gustar», pero «si puedes sacar algo de expectativa económica hay que aprovecharla, simplemente por romanticismo no se puede mantener».
Para David Peña, secretario de la Asociación de Productores de Carne de Potro Hispano-Bretón de Burgos, las actividades tradicionales en el campo «son una oportunidad de desarrollo profesional» y es «necesario» fomentar el vínculo hombre-naturaleza.
Asegura que se siente muy bien con sus caballos, «es gratificante verles comer cuando hay buen pasto, correr por el campo, estar cerca suya, y, aunque no es como con un perro, a veces sufres por ellos, cuando hace mal tiempo o cuando les llevas al matadero».
Este trabajo «tiene su recompensa, pero te tiene que gustar la soledad», asegura este ganadero, que trabaja «24 horas al día, 365 días del año, nunca he tenido vacaciones».
Por eso, recomienda este modo de vida «siempre y cuando las expectativas sean trabajar todos los días, no tener horarios y renunciar a muchos servicios que hay en las grandes ciudades».
Además, «hay que hacer muchas inversiones y económicamente no está proporcionado el rendimiento que se saca de este negocio con la inversión necesaria y por eso aquí no hay relevo generacional, los más jóvenes ya tenemos 50 años», ha lamentado.
Más de 360 núcleos agrupados en 27 municipios componen la comarca de Las Merindades, un verde y húmedo remanso de paz situado entre la Meseta castellana, el valle del Ebro y la Cordillera Cantábrica, de casi 3.000 kilómetros cuadrados y una densidad de población de 8,08 habitantes por kilómetro cuadrado.
Y es que durante el siglo XX se produjo una emigración masiva hacia zonas industriales más desarrolladas y con mayores expectativas de trabajo; casi la mitad de la población emigró hacia el Gran Bilbao en los años 50, 60 y 70.
Hoy, esta zona trata de ganar visibilidad con sus recursos turísticos, ya que, al agrupar en un mismo entorno paisajístico rasgos de la zona húmeda cantábrica y de la seca mediterránea, alberga un patrimonio natural de gran valor ecológico y biológico.
«Y la belleza de estos animales es también un atractivo, a la gente le gusta hacerse fotos con ellos, el impacto visual es bonito, muchas veces paran a verlos y cuando cruzo la carretera les sacan fotos y hablan conmigo, les encanta», afirma David.
El caballo hispano-bretón proviene del cruce de yeguas españolas con sementales franceses, realizados por los servicios de remonta para proveer al ejército en los años 20 de una raza fuerte para el transporte de carga.
Una vez concluidas las campañas militares, estos animales pasaron a realizar tareas agrícolas, a las que sustituyó después la mecanización del campo, por lo que a partir de los años 60 se empezó a popularizar su carne como forma de evitar la desaparición de la raza. EFE
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