Violencia de género
«Mi mujer se ha pegado un tiro»
Piden 20 años para el Guardia Civil que fingió presuntamente el suicidio de su mujer. Raúl Romero llamó al 112 pidiendo ayuda. Parecía un esposo desesperado, pero la investigación refleja que fue él quien disparó
El operador del 112 levantó el teléfono y preguntó: «¿En qué puedo ayudarle?». Al otro lado un hombre, aparentemente desesperado y con tono angustiado, pidió ayuda: «Perdone, que mi mujer se ha pegado un tiro, vengan a mi casa por favor». De fondo el operador del 112 escuchó el llanto inconsolable de una niña de corta edad. Desconcertado e incrédulo, quiso asegurarse: «¿Se ha pegado un tiro?». «Sí, por favor, vengan a mi casa, corran», insistió. «¿Qué edad tiene la mujer?», le preguntó. «Treinta años, treinta y uno, no sé. Vengan corriendo por favor». Eran las 10:33 del domingo 10 de marzo de 2013.
El hombre que pedía ayuda se llama Raúl Romero Peña, cabo primero de la Guardia Civil, y la víctima, su mujer, Sonia Esteban Mesa. «El operador me dijo que le realizase un masaje cardiaco. Me puse a caballo sobre ella en la cama. Coloqué las manos sobre su pecho y le hice las compresiones», relató en su declaración, a la que LA RAZÓN ha tenido acceso. Todo apuntaba al suicidio. «Sonia vino de trabajar del hospital sobre las 9:00 de la mañana y se metió en la cama. Estaba jugando en el salón con mi hija cuando escuché un ruido muy fuerte. Venía de la habitación. Corrí y vi a mi mujer tumbada en la cama con gran cantidad de sangre». En principio, todo parecía que Sonia, en un arrebato, le había quitado el arma a su esposo y se había pegado un tiro en la sien. Aún así, los agentes del grupo V de homicidios de Madrid, desconfiados y escrupulosos con su trabajo, trillaron la vida de la pareja, comenzando por Raúl: «Conocí a Sonia en el verano de 2007. Nos casamos dos años más tarde y en 2010 tuvimos una niña. Como todas las parejas, teníamos temporadas buenas y malas, aunque últimamente, desde hacía unas semanas, estábamos inmersos en una crisis». Al escuchar este reconocimiento el instinto de los agentes se activó. Sólo había sido necesario hincar un poco la uña y ya aparecían las primeras distorsiones que podían convertirse en un móvil para matar. «Ella me reprochaba que yo sólo pasaba tiempo con la niña y no con ella y yo la acusaba de pasarse el día saliendo con sus amigas y poco en casa. Alguna vez nos gritábamos porque Sonia tenía mucho carácter. Hace poco me dijo: “No aguanto más esta situación si no buscamos soluciones concretas”, pero jamás me planteó que se quisiese separar de mí», aseguró con rotundidad Raúl. «Yo quería arreglarlo porque quería estar con las dos, con mi mujer y con mi hija. En una semana, Sonia y yo nos íbamos a un balneario juntos y habíamos reservado».
Las amigas contaron a los investigadores que Raúl mentía, la separación era un hecho. Una de ellas aportó conversaciones de WhatsApp que había mantenido con Sonia veinte horas antes de morir que lo demostraban. «Ayer hablé con Raúl y ya está todo dicho», le confesó. «Ya es un hecho que no puedo seguir así. Me dijo llorando desconsoladamente que por favor le deje ver a la niña todos los días. No sé si me estoy equivocando, pero es que no puedo seguir así. De momento, hasta buscar soluciones, nos quedamos los dos en la casa, pero cada uno hace su vida». Su amiga le contestó: «Ayer vino a verme Raúl a casa llorando. Estuvo desahogándose y preguntándome por qué le querías dejar. Vino desesperado».
Según el escrito de acusación de la fiscalía, al que ha tenido acceso LA RAZÓN en primicia, ése fue el móvil del acusado. «En los días previos a su muerte, la pareja habló del tema y Sonia comunicó a su marido su decisión de poner fin a la relación. El día 9 de marzo coincidió con una amiga en el turno de noche del hospital donde ambas trabajaban y le contó los pormenores de la separación. Cuando terminó su turno se fue a casa. Al llegar, discutió con Raúl por ese mismo motivo. Tras unos minutos y después de jugar con su hija, se fue a dormir a la habitación. El acusado, una vez se quedó dormida y, con su arma reglamentaria, le disparó en la sien derecha. El disparo fue mortal de necesidad».
El Ministerio Público pide que se le condene a 20 años de cárcel por asesinato en un juicio que se celebrará a partir de este 8 de junio en la Audiencia Provincial de Madrid. En caso de ser condenado deberá indemnizar a su hija, que ahora tiene 4 años, con 400.000 euros. La pequeña, a estas alturas, todavía no sabe nada. La mantienen al margen de la tragedia que marcará su vida. Le han dicho que su madre está en el cielo y que su padre se ha ido a trabajar.
Raúl, en prisión provisional, sigue clamando su inocencia. Hay quien piensa que a las pruebas físicas les puede faltar consistencia a la hora de que un jurado popular lo condene; sin embargo, el Ministerio Público cuenta, además de con evidencias físicas, con un informe de la Sección de Análisis de la Conducta (Unidad de Inteligencia Criminal de la Policía) concluyente. Tras horas de análisis y estudio de la vida íntima y social de la víctima y de su presunto asesino, concluyen: «La muerte de Sonia no presenta los caracteres propios de una etiología suicida y podría ser compatible con unos hechos de tipo homicida con apariencia de suicidio».
Trayectoria y origen del disparo
- Descripción del lugar
En el acta de inspección balística a la que ha accedido LA RAZÓN, se describe, en una primera introducción, la casa de Sonia y Raúl, su distribución y se describe la escena que encuentra la Policía: «En la cama, en el lateral derecho, se observa una mancha de una sustancia rojiza, al parecer sangre, que impregna la almohada, sábanas y colchón».
- Los impactos
Tras incluir varias imágenes de la cama, pasan a describir los posibles impactos de bala. «Se observan varios, consecutivos, producidos por un mismo proyectil, que afectan a los siguientes elementos de la cama». El proyectil «impacta sobre la almohada, atravesándola por ambos lados». También atraviesa la sábana, el cubrecolchón y el colchón. Así como «la base tapizada del somier y la tabla inferior del canapé». Finalmente, «el proyectil impacta sobre el suelo de la tarima flotante, no atravesándola, rebotando y quedando alojado en el interior del canapé».
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