Opinión
El privilegio de la memoria
La cantante y actriz François Hardy ha pedido a Macron una muerte digna
La memoria es el alijo más bello de la vida; quien no se halla en posesión de recuerdos es como si no hubiera tenido existencia. De las tres potencias del alma, la memoria y el entendimiento son las que ocupan el lugar de honor. Ante la voluntad sucumbimos porque somos humanos, pero ante la comprensión de las cosas y la facultad de retenerlas no hay baza que pueda ganarlas. El discernimiento y la evocación de los hechos de nuestra actividad vital pueden ser fuente de felicidad y también de pena, de pesar, de aflicción, porque a lo largo de nuestros devenires hay siempre de todo –más de lo malo que de lo bueno, por posibilidades y también por estadística–, pero aun así pocos son los que quieren desaparecer del mundo de los vivos. Dentro de esa loa a la memoria y de la caja de recuerdos que cada cual vamos engrosando a medida que cumplimos años, a algunos nos quedan con muchísima transparencia estampas de niñez, sobre todo si esa infancia lleva consigo visos de precocidad. Por ejemplo, veo una noticia sobre Françoise Hardy, una bellísima mujer de los tiempos en que la que suscribe era no más que una niña pequeña, que fue notable en el mundo de la cultura francesa por cuanto que junto con otros iconos de su tiempo sobresalió a nivel europeo e incluso internacional por su carisma y su voz tan especial, también por sus amoríos. Hoy, con 80 años y un crudelísimo cáncer de faringe –caprichos del destino–, pide al presidente de su país una muerte digna, una eutanasia que le permita un tránsito feliz que acabe con su sufrimiento y la coloque para siempre en el Olimpo de quienes fueron grandes en lo suyo y marcaron una época. Difícil papeleta para Macron, quien no puede resolver el problema de la cantante a título individual. Difícil también para la conciencia de quienes rodean a un enfermo y más aún para los facultativos. Muchas veces es tan difícil vivir como morir.
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