Asuntos sociales
Que el ruido no agrande el silencio
Un padre de acogida pide que el drama del niño de Valencia no oculte una labor repleta de finales felices
Un padre de acogida pide que el drama del niño acogido en Valencia no oculte una labor repleta de finales felices
Cuánto ruido. Ruido mediático.Una sociedad que se asoma de nuevo –lo hace muy de vez en cuando- a la angustia de un niño, al dolor de una madre biológica, al horror de unos padres a los que arrebatan, también a ellos, un hijo. Otra vez el ruido.
Y, mientras, el silencio más absoluto en las habitaciones de los centros de acogida, de Asturias y de Valencia, de cualquier rincón de España, en los que otros niños y niñas como Juan Francisco consumen su infancia, lo mejor de su vida, en espera de que alguien les encuentre una familia.
Cuánto daño hace el ruido. Daño a quienes juzgan desde fuera. Y a esos otros niños que esperan. Y a cientos, a miles de padres de acogida en potencia que se lo están pensando, que deshojan la margarita en la soledad de la alcoba, que sopesan pros y contras, que quieren pero no pueden, que pueden pero, al final, no quieren. Padres y madres que están a punto de dar el paso más importante en su vida, el que les reconciliará con el género humano, y a quienes una brizna de viento, un grito, un titular sacado de contexto, les hace dudar, perder el equilibrio y, quizás, volver sobre sus pasos.
Por desgracia, esta historia de amor que tiene al pequeño Juan Francisco Abeng como protagonista se ha torcido. Algo ha salido mal. Se han cometido errores, por parte de unos o de otros, y ahora quizás haya muchos, más que ayer, que piensen que la aventura del acogimiento infantil es un salto al vacío demasiado arriesgado, sin red, sin arneses, para el que hace falta un valor especial. Y no es así.
Detrás del grito, detrás del ruido, hay muchas otras historias de amor con final feliz. Historias de niños que nacen del corazón y encuentran una familia. Historias de familias que encuentran un hijo, un hermano, un nieto, un primo, un sobrino. Ejemplos de familias heroicas que acogen a niños enfermos, con problemas de conducta o con heridas de maltrato y de abusos. Y también esas otras familias “de urgencia” que rescatan a los recién nacidos del fango para entregarlos a otras familias, unos meses después, para su acogimiento “permanente” o para su adopción. Qué prueba de amor más grande.
Pero hay también familias normales, sin capa ni antifaz, sin más superpoderes que los de cuadrar las cuentas a final de mes o inventar una sonrisa al final del trabajo, que se embarcan en esta maravillosa aventura de acoger a un menor que pide a gritos -o en silencio- una familia.
Quien suscribe estas líneas es uno de estos afortunados. Dicen los técnicos de acogimiento, cuando hacen de “casamenteros” entre esas dos mitades de una naranja que aún no se han juntado, que casi siempre hay un niño para cada familia. Pero hace falta paciencia y mucha información. Y que los técnicos digan siempre la verdad, toda la verdad, a las familias. Sin paños calientes. Estoy seguro de que en el 99% de los casos es así, para proteger los intereses de los padres biológicos y los de acogida.
Y, por encima de todo, para defender al menor.
Pero que nadie piense que porque una historia de amor salga mal hay que dejar a otros niños sin su cuento de princesas y príncipes, de héroes y caballeros, al final de cada día.
Ojalá que este ruido no agrande el silencio de otros niños.
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