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El gran apagón

Por qué nos atraen más los malos y las películas apocalípticas

Si vemos algo que sale muy mal y comprobamos que nuestra realidad es mejor nuestro malestar se reduce

Apocalipsis «made in Spain» larazon

Si pensamos en películas que hablen de catástrofes nos aparecen en el imaginario un sinfín de producciones, algunas clásicas y otras modernas, en un género sin fin que suele presentar ideas similares: grandes situaciones y grandes pérdidas en un género que puede considerarse todo un clásico.

Muchas de las ideas que se reproducen en estas producciones sabemos que estructuran mitos que no se ajustan del todo a la realidad como cuando se habla del pánico o del pánico colectivo que supuestamente se transmite entre personas y colectivos, el aumento de la violencia o la imprevisibilidad de lo que ocurre; con la evidencia y la realidad sabemos que el pánico solo se producirá en ciertas circunstancias muy tasadas –como el hacinamiento o el fuego– pero no será la respuesta más desarrollada o sabemos que hay muchas más respuestas de solidaridad que de violencia y que, en realidad, la violencia desciende en cifras generales en estas situaciones y sabemos que ninguna catástrofe es solo natural y todas pueden ser al menos parcialmente predecibles pero los mitos, los relatos suelen ser recurrentes y más atrayentes que las realidades.

Lo que parece universal y transversal es que, sin duda, nos atraen este tipo de mensajes o contenidos: muchas de estas películas apocalípticas batieron y baten records de ventas y son un producto de ventas asegurado como lo es el cine de terror o el mayor tirón de los antilíderes o «malos». Ya se sabe, es más noticia una mala noticia que una buena. ¿Por qué? Busquemos algunas posibles explicaciones.

Cabe decir que en situaciones de crisis necesitamos encontrar un sentido y tener una pauta de respuesta, saber qué tenemos que hacer, cómo tenemos que actuar, reducir la incertidumbre, y, por tanto, estas situaciones filmadas vienen a tratar de darle un sentido a la realidad, a rellenar un vacío o los vacíos que se producen; por otra parte, si vemos algo que sale muy mal y comprobamos que nuestra realidad es mejor, nos sentimos mejor y nuestro malestar se reduce. Por comparación es como ver a otro que está peor que yo me hace sentir mejor; otro elemento es el riesgo, la activación, la adrenalina, especialmente sensible en personalidades buscadoras de sensaciones pero, en general, atractivo por su impacto en nuestra situación: el miedo, el riesgo, la adrenalina nos activa, no ponen en alerta, nos estimulan a movernos y son emociones, con frecuencia, más potentes que otras homónimas como la alegría porque son imprescindibles para nuestra supervivencia: si no huimos o nos defendemos –o nos paralizamos «haciéndonos los muertos» como tercera opción disponible, aunque pocas veces considerada– ante una amenaza no sobreviviríamos como personas ni como especie y, por tanto, nuestro cerebro más primitivo y nuestras respuestas más fuertes se darán ante las amenazas por pura supervivencia. Entre el tirón del bienestar y la supervivencia gana la segunda porque para poder tener bienestar primero hay que estar vivo y sobrevivir. Llorar y tener miedo es más atractivo y llamativo que reír, moviliza más, aunque puede decirse que, también las películas de amor son un clásico y, por tanto, un producto de alta venta.

Suele atraer lo crítico, lo que nos da miedo, porque además de ayudarnos a encontrar sentidos nos activa y nos pone en lo peor para que luego los resultados previsiblemente menos catastróficos nos hagan sentir mejor en nuestra situación a afrontar. Además, lo negativo, el antilíder, la situación límite, es mucho más extraña y por tanto novedosa o noticia que la situación positiva o el modelo positivo.

Sin olvidar, por cierto, otros factores concomitantes como por ejemplo la cada vez más poderosa industria de la seguridad, basada, entre otras cosas, en generar situaciones de peligro y crisis permanente de la que nos tienen que defender vendiéndonos productos o servicios. El miedo, el ver al otro como una amenaza, sentirnos amenazados, pensar en situaciones catastróficas nos llevará, además, a sociedades más individualistas, en las que los otros son los enemigos y conviene estar constantemente precavido y alerta, lo que, para según qué circunstancias e intereses, conviene incrementar.