Jubilación

¿Resistirá nuestro cuerpo el retraso de la jubilación?

España se enfrenta al desafío de retirar del empleo, de aquí a unos años, a la generación más numerosa de su historia, la del «baby boom». La última propuesta del Gobierno es posponer ese momento hasta que los trabajadores cumplan 67 años

La propuesta de Pedro Sánchez de retrasar la edad de jubilación se viene mascullando desde hace tiempo.
La propuesta de Pedro Sánchez de retrasar la edad de jubilación se viene mascullando desde hace tiempo.larazon

España se enfrenta al desafío de retirar del empleo, de aquí a unos años, a la generación más numerosa de su historia, la del «baby boom». La última propuesta del Gobierno es posponer ese momento hasta que los trabajadores cumplan 67 años.

A Mario Vargas Llosa, Jane Goodall, Clint Eastwood, Woody Allen o Carlos Saura se les ve en buena forma. Los cinco son octogenarios, creativos, con ganas de vivir y con la ilusión de sacar adelante sus proyectos intacta. ¿Envejecen? Sí, a una velocidad implacable de 60 minutos por hora. Vamos, como el resto de los mortales. Su ejemplo sirve para contestar a una gran pregunta: ¿por qué la evolución se las ha arreglado para alargar la vida de individuos pasada su edad de procrear? Elkhonon Goldberg, catedrático de Neurología en la Universidad de Nueva York, ofrece una respuesta en su libro «La paradoja de la sabiduría»: «Puede que los individuos viejos contribuyan de forma esencial a la supervivencia de la especie por otros medios, y en particular mediante la acumulación de conocimiento y su transmisión a las nuevas generaciones por medios culturales».

La propuesta de Pedro Sánchez de retrasar la edad de jubilación se viene mascullando desde hace tiempo. No es nuevo, también ocurre en otros países en los que las tasas de longevidad son imparables. Pero el debate exige, además de cualquier juicio económico y político, un razonamiento biológico. ¿La mente puede soportar la vejez? LA RAZÓN ha consultado con el doctor Jesús Porta-Etessam, neurólogo del Hospital Clínico San Carlos, de Madrid, y éste es su planteamiento: «La longevidad está alcanzando cotas insospechadas». Es una realidad que impone cambios en la estructura social y económica de cualquier país. ¿Resistiría el ser humano actual una jubilación más tardía? «En general, sí. Gracias a los avances científicos, nuestros cuerpos están aprendiendo a luchar contra el efecto del paso del tiempo y también contra el deterioro cognitivo del cerebro. Seguir trabajando más allá de los 65 –hasta los 70 o incluso hasta los 75– es vital para aumentar la reserva cognitiva y prolongar nuestra salud mental».

La historia está llena de genios creativos y líderes políticos de logros tardíos. En todos los campos del saber hay ejemplos. Goethe publicó la segunda parte de Fausto con 63, una edad muy avanzada para el siglo XIX. Grandma Moses, artista naif americana, comenzó a pintar con más de 70 años. Y Eduardo Chillida creó parte de su obra ya aquejado de la enfermedad de Alzheimer.

Tenemos también casos de personas que envejecieron terriblemente mal, pero mantuvieron el control de su gestión como auténticos líderes, no como peleles. «Esto fue por su gran capacidad, previamente desarrollada, para el reconocimiento de patrones, que les permitió afrontar situaciones nuevas y retos como si fuesen familiares. El arsenal de patrones almacenados en la mente puede permanecer incluso hasta las fases más avanzadas de la vida, resistiendo hasta los efectos de demencias asociadas a la vejez», indica Goldberg.

El neuropsicólogo neoyorkino dice que nos sorprenderíamos si conociésemos cuántas decisiones que han cambiado la historia fueron tomadas, o están siendo tomadas, por mentes erosionadas, incluso dementes. A él le asaltó la sospecha de que Ronald Reagan sufría Alzheimer mucho antes de que se hiciese público y mucho antes de que dejase la Casa Blanca. Y así lo advirtió durante una entrevista en televisión en 1985. «Sus respuestas sonaban pasmosamente incoherentes». Cuando el día en que George Bush inauguró su mandato, Reagan se dejó caer en la silla dispuesta para él e inmediatamente se durmió, Goldbert se convenció de que una parte de su segundo mandato se había desarrollado a la sombra de una gradual caída hacia la demencia. No fue el único. «Pese a sus enfermedades mentales, Hitler, Stalin y Mao continuaron al timón de sus respectivos imperios del mal hasta el final de sus vidas, sumando a su propensión a la vileza el deterioro mental o la demencia incipiente».

Sus historias no sólo marcan qué es un proceso normal de envejecimiento y qué no lo es, sino que muestran cómo una vida rica en experiencias y desafíos mentales nos recompensa con una provisión de herramientas cognitivas que confieren un gran poder a medida que envejecemos. «Quienes mantienen una vida mental vigorosa –apostilla Porta-Etessam– se acercan a la vejez protegidos por esa fuerte armadura mental. Y éste es el gran valor que habría que aprovechar de las personas mayores de 65, 70 o 75 años. Es verdad que los jóvenes acceden al conocimiento de manera inmediata, pero la sabiduría de los mayores es fundamental. Poseen una habilidad única para encarar una situación o resolver un problema y la simbiosis entre dos generaciones resulta apasionante. El trabajo y sus nuevos desafíos mentales impiden que se adormezca ese piloto automático mental y el individuo mantenga plena lucidez y claridad mental hasta edades avanzadas».

Esta pericia, o sabiduría, no surge como una epifanía de la madurez ni como un derecho de la ancianidad. Como recuerda Goldberg, «es la condensación de las actividades mentales desarrolladas durante años y décadas». Hasta no hace mucho se creía que las neuronas morían a medida que se envejecía sin posibilidad de reposición. Hoy se sabe que, constantemente, incluso cuando envejecemos, desarrollamos nuevas neuronas. Nuestro cerebro posee la capacidad de regenerarse y rejuvenecerse. Y esto aumenta con una actividad mental y física vigorosa.

El viejo adagio anglosajón «Úsalo o lo perderás» quedó demostrado en un estudio muy simple, pero llamativo, con taxistas londinenses, realizado cuando aún no se usaban los GPS. Se observó que los hipocampos de estos conductores eran especialmente grandes, y más aún en los de más edad, ya que su trabajo les obligaba a memorizar muchos lugares y rutas complejas. Así forzaban sus hipocampos, del mismo modo que un levantador de pesas fuerza sus músculos. Cuanto más tiempo llevaban los taxistas en su trabajo, mayor era su hipocampo.

«Los efectos de una estimulación cognitiva continua pueden compensar y anular los efectos perjudiciales del envejecimiento», recuerda el neurólogo del Hospital Clínico San Carlos. Goldberg va aún más allá: «Al envejecer se consiguen algunas importantes ganancias mentales y esto se fundamenta en la realidad neurobiológica. No es un mero ejercicio de desesperado optimismo de un intelectual que envejece». El neurocientífico Francisco Mora lo plasma también en «El bosque de los pensamientos»: «Si es cierto que Miguel Ángel, a pesar de sus muchas veces incapacitantes achaques, aprendió griego cuando se aproximaba a los 80 años, me confirmo a mí mismo que la vida del hombre dura tanto como su emoción para reaccionar con ilusión ante el mundo».

Frente a este entusiasmo, Porta-Etessam reconoce que el envejecimiento no sigue una cronología precisa y tampoco los jubilados son un grupo homogéneo. Y eso sin contar con las personas cuyo cerebro se ha visto agravado por enfermedades neurológicas o demencia. Aunque el avance tecnológico ha aligerado el esfuerzo físico de muchas profesiones, no son iguales las condiciones físicas de un obrero de la construcción que las de un empleado de banca. Por eso, en el plano ético debe plantearse la cuestión de cuál sería el lugar de cada trabajador más allá de los 65 años. Bomberos, mineros, ferroviarios o toreros son algunas de las profesiones en las que, por su peligrosidad, se podría considerar un adelanto en la jubilación, porque concurren circunstancias especiales. Los límites son variables en cada profesión. Por razones diferentes, tampoco a los bailarines, cantantes y trapecistas se les debería obligar a alcanzar la edad ordinaria.

Pero merece la pena detenerse en el cerebro, porque es en él donde el ser humano asienta todo lo que de humano y de social tiene. Y, como advierte Porta-Etessam, lo que le ocurra depende en gran parte de lo que hayamos hecho y hagamos con él en el futuro. Cualquier política de jubilación debería tener como objetivo esa idea de difundir la sabiduría de viejo a joven, de ubicar una mente centenaria en un cuerpo de 25.