Funeral en el Vaticano
Roma entierra hoy al Papa de «los pobres del mundo»
A las diez de la mañana arrancará una misa exequial que se espera multitudinaria después de que 250.000 personas visitaran su velatorio
Hoy se entierra el Pontificado del primer Papa latinoamericano de la historia. Del primer jesuita elegido como Sucesor de Pedro. Del pastor que llegó desde Buenos Aires como un «outsider» al Vaticano para iniciar un proceso de reforma que ahora queda en el aire hasta que se celebre en unos días el cónclave para elegir al que tomará las riendas de la Iglesia católica.
A las diez de la mañana arrancará un funeral para el que no se necesita entrada alguna. Hasta el momento, 130 delegaciones de todo el mundo, con unos 50 jefes de Estado y de Gobierno al frente, han confirmado su participación en la misa de exequias, que será presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio cardenalicio. Con 91 años, el purpurado italiano siempre fue un hombre al que apreció el Pontífice fallecido. De él destacaba su sinceridad a la hora de compartir críticas sobre algunas de sus propuestas más arriesgadas, pero agradecía que se las dijera a la cara frente a otros que ejercían una resistencia más sibilina.
A la espera de que la gran despedida a Francisco inicie con la puntualidad esperada, la plaza estará abierta desde primera hora de la mañana para que los ciudadanos puedan ir accediendo. Por el funeral de Juan Pablo II, el 8 de abril de 2005, se calcula que acudieron en torno a cuatro millones de personas a Roma llegadas de todo el mundo, aunque solo 300.000 consiguieron un sitio en la Plaza de San Pedro. En esta ocasión, se esperan en torno a 200.000. Con motivo de la misa de exequias de Wojtyla, miles de peregrinos pasaron la noche anterior en las cercanías de la Plaza de San Pedro, en sacos de dormir. Además, en aquella ocasión se instalaron 25 pantallas gigantes en diversos lugares de Roma para retransmitir el funeral.
Cuando haya terminado la misa, se iniciará el último recorrido del Papa Francisco por las calles de la ciudad hasta la basílica de Santa María la Mayor, donde su cuerpo recibirá sepultura. Un grupo de 40 personas pobres, presos, transexuales, sin techo y migrantes acompañarán al féretro hasta instantes antes de su inhumación. Estas personas necesitadas estarán presentes en la escalinata de acceso a la basílica, lugar elegido por el Pontífice, para su descanso eterno. Con este
gesto, la Santa Sede ha recordado la cer-canía del Papa Francisco con las personas necesitadas. «Los pobres tienen un lugar especial en el corazón de Dios. Así también en el corazón y en el Magisterio del Santo Padre, que había elegido el nombre de Francisco para no olvidarlos nunca», ha indicado el Vaticano.
El Pontífice hizo expreso su deseo de que sus restos mortales recibieran sepultura en dicha basílica, fuera del Vaticano, por su «gran devoción» y que éstos fueran depositados en un sepulcro «en la tierra», sin decoración y con la única inscripción de «Franciscus». Cada uno tendrá una rosa blanca en su mano. Serán unos cuarenta. Los pobres, los sin techo, los presos, los transgénero, los migrantes dirán «adiós», pero sobre todo «gracias» a un Papa que para muchos de ellos fue como
un «padre». Para ellos, los «últimos» de la sociedad, esta vez será un privilegio ser los últimos en despedir a Francisco antes del entierro del féretro que tendrá lugar entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani ) y la Capilla Sforza de la Basílica Liberiana, según deseo del Papa, después del funeral en la Plaza de San Pedro.
La multitud que hoy se espera en las plazas y calles de Roma es reflejo de lo vivido a lo largo de los tres días de velatorio que se cerraron ayer por la tarde. En torno a las siete accedían los últimos peregrinos al templo epicentro del cristianismo. La Santa Sede estimó que desde este miércoles hasta este viernes unas 250.000 personas se han desplazado hasta el lugar para despedirse del Papa de «todos, todos, todos», como él mismo comentaba.
A las ocho, a puerta cerrada, se celebró la ceremonia de cierre del féretro, presidida por el cardenal camarlengo, Kevin Joseph Farrell. Sin peregrinos, solo ante los colaboradores más estrechos de Francisco y los máximos responsables de la Curia vaticana, se leyó el «rogito», un acta con su vida y obra. Fue el maestro de las Celebraciones Litúrgicas, Diego Ravelli, quien versó la biografía de Jorge Mario Bergoglio.
Cierre del féretro
Tras un rezo en silencio y una oración adicional, el maestro de ceremonias colocó un velo de seda blanca sobre el rostro del Papa fallecido y roció el cuerpo con agua bendita. Posteriormente, colocó en el ataúd la bolsa con las medallas acuñadas durante el pontificado y el tubo con el acta o «rogito», después de haber sellado el documento con el sello de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas.
Junto a ellas doce monedas de oro que representan los doce años de su pontificado, así como varias de plata y bronce, que simbolizan los meses y días extra en los que Francisco pastoreó a los católicos.
Con un maridaje de solemnidad y sobriedad, bajo el baldaquino, se colocó la tapa de zinc del ataúd, sobre la cual se encuentran la cruz, el escudo del Papa fallecido y la placa con su nombre, la duración de su vida y de su papado. Justo después, el féretro se selló y se imprimieron los sellos del cardenal camarlengo, de la Prefectura de la Casa Pontificia, de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias y del Capítulo Vaticano. En el acta que resume los hitos de su vida gastada y desgastada por la Iglesia. Además, en el texto se le presenta como «un pastor simple y muy amado en su archidiócesis, que viajaba en metro o en autobús». «Residía en un apartamento y se preparaba la cena solo porque se sentía uno más entre la gente», destaca sobre su pasado como arzobispo en Buenos Aires.
El «rogito» también pone en valor su decisión de adoptar el nombre pontificio del san Francisco de Asís por su deseo de «llevar en el corazón a los pobres del mundo». «Siempre atento a los últimos y a los descartados de la sociedad, Francisco, nada más ser elegido, decidió vivir en la Casa Santa Marta porque no podía prescindir del contacto con la gente», se detalla.
Además, se detiene en las visitas que a lo largo de sus más de doce años de pontificado hizo a prisiones, centros de acogida para discapacitados o drogadictos, amén de su petición a los sacerdotes de ser «misericordiosos» y «salir de las sacristías».