Escritores
Sofía: «La gente me decía lo que no iba a poder hacer y pensé ya veremos»
«En mi pueblo había una niña con síndrome de Down. Y cuando la veía siempre le decía a mi hermana que si fuera mi hija la vestiría como una flor. Tanto la pedí, que me vino», recuerda Virginia Saiz, la madre de Sofía. Este curso ha terminado 2º de la ESO; lo compagina con piano y sus clases de solfeo. «Éste ha sido su primer año, porque hasta ahora tocaba las canciones de memoria», dice orgullosa su madre. La alegría de Virginia contrasta con lo duro que tuvo que ser para ella ver cómo su castillo de naipes se venía abajo. Tras llevar 18 años con su marido, la llegada de Sofía les separó: «Es el único problema que no supimos superar». Virginia no sabía que su pequeña, que hoy tiene 15 años, iba a venir al mundo con síndrome de Down. «Tuve la gran suerte de no saber que mi hija tenía síndrome de Down. Aunque hubiera preferido saberlo para que nos hubieran orientado porque cuando nació la gente me decía lo que no iba a poder hacer y pensé ''déjala que crezca y veremos que puede y que no puede hacer''. Hoy no la cambiaría ni por 700 universitarios», dice risueña. «Todos somos diferentes, estemos diagnosticados o no. Además, Sofía tiene una discapacidad más leve o más trabajada». Y es que Sofía no para. «Los lunes va a piano; los martes, a fisio; los miércoles, a golf; los jueves, a informática, y los viernes, a piscina», relata Angelines, su abuela. Los sábados, depende. Sofía sale con su grupo de cinco amigas del colegio. Y los domingos comparte actividades de ocio con sus otros amigos de la Fundación Síndrome de Down. «Me gusta que esté en los dos ambientes. Sé que por edad, sus amigas de clase van a despegar. Aunque tengo la suerte de que mi sobrina es del grupo. Pero Sofía es consciente y a veces nos pregunta por qué no puede hacer algo. Y le digo ''tienes un problemita, pero con síndrome de Down o sin él te comemos''. Entonces sonríe y se relaja». Virginia y su familia se desviven por ella. Si los abuelos se encargan de llevarla y traerla y la tía de ayudarla con las clases, la madre se empeñó en que entendiera desde pequeña que todos somos diferentes. Por eso, muñeco que le compraba, muñeco al que antes de dárselo Virginia le quitaba un ojo, un brazo... Un empeño que ha merecido la pena.
✕
Accede a tu cuenta para comentar