
La opinión de Marina Castaño
Somos desmemoriados
Los españoles permanecemos siempre demasiado impasibles

Somos desmemoriados, y más nos vale. Si tuviéramos presente todo lo malo de la vida, sería un infierno imposible de soportar. A una amplia mayoría se le ha pasado ya la inquietud que vivimos durante el encierro de la covid, ese que ahora dicen que podía haberse evitado o, al menos, haberse hecho con menos dureza, añadiendo Fernando Simón que él fue testigo de mentiras flagrantes que se decían en voz alta. Tan culpable es el que las manifiesta como el que las calla, pero, ya se sabe, la decencia es muy difícil mantenerla, sobre todo si la deshonestidad está pagada.
Los españoles permanecemos siempre demasiado impasibles, ya digo, y fuimos muchos los que nos mantuvimos alejados de la familia meses y meses, los que perdimos seres queridos, los que contemplamos lo fantasmagórico de nuestras ciudades cuando salíamos a abastecer nuestros hogares… Demasiado tolerantes con todo.
Ahora vemos pasar por delante de nuestros ojos y afectando a nuestros bolsillos el despilfarro de dinero en los sistemas de traducción en el Congreso para mantener esa “España plurinacional” que desparrama dinero público sin consultar a los contribuyentes si queremos o no colaborar con esa medida impuesta por los nacionalistas de pagar traductores y “coordinadores de intérpretes” cuando estamos en posesión de una de las lenguas más bellas que manejamos en todo el territorio nacional con la singularidad de los acentos de cada región.
Las lenguas vernáculas es necesario cuidarlas sin que la política fanática nos lleve a desconocer el idioma común y oficial ni a gastar un dinero que no tenemos en traducciones tan innecesarias como ridículas en el Parlamento de todos los españoles. Se le fue de las manos al del “café para todos”, y se nos escapó a todos soportar el sometimiento del que fuimos objeto hace ahora cinco años por miedo a lo desconocido. Muchos ganaron dinerito con el tráfico de mascarillas; con el otro asunto se sacan prebendas de aquí y de allá. Todo siempre es un puro mercadeo, y aquí el que pierde siempre es el sufrido contribuyente que no tiene opción de elegir el destino de sus impuestos. Dos asuntos distintos y un final común y negativo.
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