Estreno
Spoiler: se puede ser feliz en clausura
El viernes se estrenó "Libres" en 45 salas de cine, el primer documental que desgrana el "ora et labora" de doce conventos de clausura en España
Emigró de Reino Unido a Nueva York. Y no le fue mal. Se ganaba la vida como artista, se casó y fue padre. De repente, todo se le atragantó. Su hermano y su suegro se suicidan. Se divorcia. Crisis existencial. Al extremo. Entonces, se topa con Cristo. O a la inversa. Redescubre el sentido de su vida. Hoy es un monje francisco y lo comparte ante una cámara. Al otro lado del objetivo está Santos Blanco, un comunicador de 38 años que se estrena con su primer largometraje documental como director. «Libres». Con subtítulo: «Duc In altum». Ir hacia lo profundo. A la capilla. Al claustro. A la celda. Desde el pasado viernes, puede verse en las pantallas de 45 cines de todo el país.
Por primera vez un equipo de rodaje se cuela hasta en doce conventos españoles para desgranar el «ora et labora». Una clausura quebrantada con 20 horas de grabación que han acabado condensadas en poco más de cien minutos que muestran cómo viven unos hombres y mujeres que han decidido desmarcarse lo mismo de los atascos que del imperativo de Whatsapp y de la dictadura del consumo. Provocadores por lo que son y por lo que hacen en una cinta que cautiva por el color y el tono de las imágenes que encuadra Carlos de la Rosa. Unos planos, con drones incluidos, que se mueven desde la absoluta claridad de paisajes que traslucen una feliz divinidad a la penumbra que invita al recogimiento interior.
La chispa de la que nació «Libres» tuvo lugar en plena explosión pandémica. Justo hace tres años. Los frailes y monjas apenas notaron en su día a día aquel confinamiento que asoló nuestro país, salvo por el parón en bloque que frenó en seco todos sus ingresos. En algunos casos, hasta tener que tirar del banco de alimentos para llegar a fin de mes. Fue entonces cuando Santos y Lucía González-Barandiarán echaron unas cuantas manos a la Fundación DeClausura para recaudar fondos y reactivar con urgencia el sustento conventual.
Financiación compleja
A partir de ahí valoraron la posibilidad de hacer un documental que fuera más allá de los estereotipos de la vida en clausura. Y ambos, con sus pequeñas empresas se echaron la manta a la cabeza. Santos, con Variopinto. Lucía, con Bosco Films. En total, 350.000 euros de inversión. «Conseguir la financiación fue lo más complejo. Una vez conseguido este reto, todo se desarrolló sin problema», comenta González-Barandiarán, sobre su primera película como productora después de quince años como distribuidora. «No solo esperamos recuperarlo, sino que una vez cubiertos los gastos, parte de lo que saquemos revertirá en los conventos», defiende Blanco.
Ambos restan importancia al hecho de adentrarse más allá del locutorio y las rejas: «No se trataba tanto de que abrieran el patrimonio, como de que abrieran sus almas». Así, el espectador puede admirar el «ora et labora», lo mismo de los benedictinos navarros de Leyre o del Valle de los Caídos, que de las cistercienses de Las Huelgas de Burgos. Un viaje que incluye parada y fonda en los ermitaños camaldulenses del Yermo de Nuestra Señora de Herrera (Burgos), quizá la vocación contemplativa más peculiar de cuantas existen.
Cuando el director de «Libres» comenzó a rastrear posibles monasterios para la película, unos cuantos se negaron en rotundo. Alguno que otro se echó para atrás. «Pero todos los que nos dijeron que sí, lo hicieron sin ningún tipo de condiciones», comparte Santos. «Nos dieron todas las facilidades porque entendían que no íbamos a cotillear. Nosotros correspondimos intentando no ser invasivos».
De hecho, los ochos miembros del equipo de rodaje convivieron bajo el mismo techo con todas las comunidades de religiosos menos con una. ¿El motivo? Las Oblatas de Cristo Sacerdote residen en el centro de Madrid y carecía de hospedería.
A través del testimonio de frailes y monjas en primera persona, se habla de una realidad eclesial que hay quien ve en peligro de extinción. Y es que, en España se concentra un tercio de todos los monasterios del planeta. Sin embargo, cotiza a la baja. Con la última Memoria de Actividades de la Iglesia en la mano, nuestro país cuenta con 735 monasterios, a los que pertenecen un total de 8.436 monjas y monjes de clausura, frente a los más de 13.000 que eran en 2003.
La inmensa mayoría tiene una edad avanzada, salvo contadas excepciones de alguna que otra congregación surgida en estos últimos años como Iesu Communio o las Agustinas de la Conversión. «En un mundo que parece que está en crisis permanente, ellos son un soplo de aire fresco y surgen carismas nuevos que son como un faro que ilumina, una expresión que usa el Papa y que a mí me cautivó», explica Santos.
En este contexto, aunque se multipliquen las comunidades que echan el cierre, está convencido de que «si esta forma de vida se ha mantenido desde que en el año 313 arrancara con San Antonio Abad, antes o después se redescubrirá su ser y hacer». El cineasta sabe que sus fotogramas no lograrán erigirse como un «milagro» para atraer vocaciones, «pero sí esperamos que el espectador se acerque y valore una realidad desconocida para la mayoría de los ciudadanos».
Gente normal
Tras el rodaje, niega que se haya topado con «freaks» o «marcianos» hechos de otra pasta entre los entrevistados. «Son gente normal que en un momento determinado opta por una vida auténtica. En sus gestos se percibe un brillo y una paz verdaderos, que interpelan con una profundidad a la hora de situarse ante la realidad, lo que no significa que no sea una forma de vivir compleja de entender y asumir». «De hecho, comprendo que haya padres que cuando escuchan por primera vez que su hijo quiere ser monje, consideren que están perdiendo su vida», reconoce el cineasta.
Dejarse atrapar minuto a minuto por el ritmo de «Libres» permite redescubrir el valor del silencio, un pilar del monacato. Para Santos, «no es ausencia de sonido. Intentas darle valor a través de sus quehaceres, de su contemplación, pero también a través de la naturaleza». Y de hacer audible cada respiración de la oración, echando mano de una música que no resulte invasiva que corre a cargo del compositor Óscar Martínez Leanizbarrutia. «Había que respetar el silencio, que es fundamental para entender a quienes lo habitan», explica este artista.
Con el objetivo de trasladar la emotividad y la intimidad de todos estos hombres y mujeres, el artista apostó por la sencillez de un octeto de cuerda y un pequeño coro formado por dieciséis voces que llegan a fundirse con los cantos de los monjes. Al compás de Dios.
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