Cambios climáticos
Tras el cambio climático, el cambio de dieta
Algunos expertos empiezan a advertir de que la nueva emergencia global será la alimentación. Por exceso y por defecto.
Algunos expertos empiezan a advertir de que la nueva emergencia global será la alimentación. Por exceso y por defecto.
Un nueva revolución está en marcha. Una revolución que tiene que ver con la salud de la mayor parte de la población del planeta, con nuestra longevidad, con nuestra relación con el entorno. Y no es la defensa contra el cambio climático ni la lucha por un mundo libre de plásticos... es la nueva revolución de la dieta. Sus líderes no son activistas medioambientales ni niñas enfadadas porque las temperaturas no dejan de subir, son médicos e investigadores de las más prestigiosas instituciones científicas del mundo que claman, quizá todavía en el desierto, por un cambio de paradigma en la alimentación global. Tenemos que luchar para evitar que el ecosistema se deteriore, sí. Tenemos que combatir el cambio climático, la contaminación y el exceso de plásticos, también. Pero quizás antes, nos dicen estos nuevos revolucionarios, tenemos que modificar el modo en el que la población del planeta come.
Según un informe reciente publicado en «The Lancet», la malnutrición, en todas sus encarnaciones (desde la desnutrición severa que padecen aún cientos de millones de seres humanos a la obesidad que padecen aún más personas) es la mayor causa de enfermedad y muerte en el planeta. Ni las guerras, ni las sequías, ni la contaminación, ni la carretera. Nuestra mayor amenaza sigue siendo comer mal: en unos casos por la carencia de recursos, en otros por el exceso.
Los especialistas hablan ya de la nueva «sindemia» del siglo XXI (la unión sinérgica de varias epidemias): la epidemia del hambre en parte del planeta, la epidemia de obesidad en la otra parte del mundo y la epidemia de las enfermedades derivadas del calentamiento global.
El mundo ha cambiado mucho durante el último siglo en lo que se refiere a tendencias globales de alimentación. Históricamente, la forma más extendida de malnutrición ha sido siempre la desnutrición que incluye la hambruna, la escasez de recursos hídricos o la dieta demasiado pobre en nutrientes. El Índice Global del Hambre registra en lo que va de siglo XXI una consistente disminución del número de personas que mueren de hambre en el mundo pero la cantidad de niños que presentan déficits nutricionales o retrasos en el crecimiento por culpa de una dieta pobre parece permanecer estable.
Morir de hambre o de exceso
Al mismo tiempo, en las últimas cuatro décadas la prevalencia de la obesidad en el mundo se ha disparado hasta tal punto que está obligando a repensar los datos epidemiológicos relacionados con la alimentación. En el año 2015 ya había en el planeta 2.000 millones de personas obesas. El sobrepeso es ya la principal causa de enfermedades no infecciosas incluyendo problemas cardiovasculares, diabetes tipo 2 y algunos cánceres.
Los datos más recientes demuestran que el problema de la malnutrición tiende a cronificarse. En países con economías poco desarrolladas o economías medias se pasa sin solución de continuidad de la desnutrición a la obesidad. Regiones del planeta que han podido salir de la lacra de la escasez de alimentos se enfrentan de repente al aumento de la prevalencia del sobrepeso mientras en los países más desarrollados los niveles de obesidad no dejan de crecer. Todo parece indicar que el mundo tiene cierta tendencia a dejar de morir de hambre para empezar a morir de exceso de comida. En 2012, por primera vez, la obesidad entró a formar parte de las prioridades de la Asamblea Mundial de la Salud (el órgano ejecutivo de la OMS). La institución puso en marcha un ambicioso plan de acción sobre la nutrición maternal, infantil y juvenil que incluía, obviamente, la lucha contra el hambre, pero a la vez el objetivo de que los índices de obesidad infantil no aumentaran en 2025.
Del mismo modo que el planeta se ha propuesto un límite en el aumento de temperaturas globales para garantizar la supervivencia de las generaciones futuras, algunos expertos consideran que hay que imponer un límite en la prevalencia del sobrepeso. El último paso lo ha dado la pasada semana el «British Medical Journal» al adherirse a la corriente y llegar incluso más lejos: en su comentario editorial del 30 de octubre, la prestigiosa revista propone atacar el problema de la alimentación desde una perspectiva global de defensa de los derechos humanos. Eso significa situar a la dieta al mismo nivel que la lucha contra el cambio climático o en su momento las campañas contra el Sida o a favor de la vacunación universal. Se trata de instar a las Naciones Unidas a poner en marcha los mecanismos de intervención a nivel global para no solo lograr que descienda el número de personas desnutridas sino que, y esto es lo más novedoso, se detenga el aumento del número de personas excesivamente nutridas. La idea está sobre la mesa. Pero los antecedentes son dispares. El Protocolo Internacional para la lucha contra el Sida que puso en marcha Naciones Unidas y que trataba el combate de la enfermedad como una prioridad en la defensa de los derechos humanos es un ejemplo de eficacia. La aproximación a la epidemia con recursos globales y con evidencia científica en la mano dio como resultado uno de los mayores esfuerzos conocidos para detener una enfermedad.
Pero la misma aproximación en el caso del cambio climático ha dejado mucho que desear. La ingente cantidad de recursos liberados para luchar contra las emisiones de CO2 no ha dado resultado a pesar de las llamadas cada vez más subidas de tono a la «emergencia».
La propuesta relacionada con la alimentación supone repensar algunas estructuras establecidas sobre producción, reparto de alimentos, guías nutricionales, comercio y consumo. Y algunos aspiran a que suponga también un recorte de las libertades de elección. Una cosa es luchar por una dieta global más sana y justa y otra imponer estándares alimentarios a nivel global. Sea como fuere, el pistoletazo de salida ya está dado. Con sus luces y sus sombras, puede que las Naciones Unidas tengan otra emergencia en la recámara, tras la emergencia climática, la alimentaria.
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