Teología de la Historia

Tres «9 de noviembre» marcados en la Historia

Son los de 1085, 1982 y 1989, unidos por un hilo conductor a lo largo de nueve siglos, en los que se puede ver la presencia del «brazo de Dios»

EL papa Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982
EL papa Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982Agencia EFE

Anteayer, 9 de noviembre, hemos celebrado la fiesta de la Patrona de la Villa y Corte madrileña, la Virgen Nuestra Señora de la Almudena. Son muy llamativas las coincidencias existentes en esa misma fecha con otros acontecimientos de singular importancia para España y el continente europeo, y muy llamativamente con un estrecho vínculo espiritual y mariano entre ellos.

Según antigua Tradición, en el siglo VIII y comenzada la invasión sarracena de la Península, los clérigos habitantes del entonces reino visigodo hispano, cuando huían hacia el norte, acostumbraban a llevar consigo imágenes sagradas para evitar que cayeran en manos de los invasores y fueran profanadas y destruidas. De este hecho derivan las denominadas «vírgenes reaparecidas», imágenes escondidas por ellos y aparecidas en circunstancias milagrosas a medida que avanzaba la Reconquista. Una de ellas, de singular relevancia, será la Virgen de Guadalupe encontrada a finales del siglo XIV en la provincia de Cáceres, a orillas del río de su mismo nombre.

[[H2:Almudena: «recintos militares amurallados»]]

Santa Maria la Real de la Almudena, el nombre oficial de la patrona madrileña, es de origen árabe y proviene del término «al-mudayna», utilizado para denominar recintos militares amurallados. La tradición recoge que el 9 de noviembre del año 1085, el rey Alfonso VI de León , encontró la imagen de la Virgen con dos velas encendidas tras caer el muro de la muralla donde estaba escondida de los árabes durante la Reconquista. Era una talla que la tradición atribuía a san Lucas y que un discípulo del apóstol Santiago el Mayor habría traído a España el año 38 de nuestra era, al comienzo de su labor evangelizadora de la entonces Hispania Romana. Tras un proceloso recorrido por la Historia, esa fecha, 9 de noviembre, pasará a ser la fiesta de la Patrona de Madrid hasta nuestros días.

Dando un salto importante en el tiempo llegamos al año 1982 y, concretamente, a Santiago de Compostela, donde el Papa San Juan Pablo II finalizará su primera visita apostólica a España –retrasada a causa de las graves heridas recibidas en el atentado sufrido el 13 de mayo de 1981–, y que dará origen a su conocida afirmación sobre la inexistencia de «meras» coincidencias en los designios de la Providencia.

El grito de amor a Europa

En la Catedral Compostelana, se encuentra una placa conmemorativa de aquella visita, cuya lectura sigue conmoviendo: «Yo, obispo de Roma y pastor De la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte, sé tú misma. Descubre tus orígenes, aviva tus raíces y revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas de tus conquistas».

Era otro 9 noviembre, el de 1982. Fue un memorable discurso en un acto europeísta, apelando a las raíces cristianas de la vieja Europa, que hoy resuenan en un tono profundamente profético y de confianza en los designios de la Providencia. «Si Europa abre nuevamente las puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salvífico los confines de los estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo, su futuro no estará dominado por la incertidumbre y el temor, antes bien se abrirá a un nuevo periodo de vida, tanto interior como exterior, benéfico y determinante para el mundo, amenazado constantemente por las nubes de la guerra y por un posible ciclón de holocausto atómico».

Discurso histórico pronunciado ante la tumba del Apóstol Santiago ese 9 de noviembre. Era Año Santo Jacobeo y el Papa lo dirá ante el lugar que a lo largo de los siglos se constituyó en «punto de destino de un Camino recorrido por todos los pueblos de Europa, nórdicos y meridionales, eslavos, francos y germanos, ricos y pobres, reyes y aldeanos, santos y pecadores, borradas todas sus diferencias por el común de su condición de peregrinos que acudían a postrarse ante los restos del Apóstol para cumplir un voto o, simplemente, por devoción», como señalara el gran historiador Federico Suárez.

Nadie podía vislumbrar que el gran papa santo –al discernir aquella coincidencia del 13 de mayo vivida por él- ya había tomado la decisión de efectuar la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María anunciada por el Cielo en Fátima en 1917, y urgía en 1929 a ser efectuada desde Tuy, muy cerca del lugar Compostelano donde se encontraba en aquellos momentos.

La petición era para evitar la que diez años después, en 1939, seria Segunda Guerra Mundial, y también la expansión de los «errores de Rusia» por el mundo.

Caída del Muro de Berlín

«Errores» que, tras la transformación de Rusia en la URSS tras el triunfo de la revolución bolchevique de 1917, serían el comunismo político, ateo y anticristiano y sus variantes que hoy en Occidente se concentran en la aplicación de las tesis del marxismo cultural. Y mucho menos imaginaba nadie, absolutamente nadie, que el Muro de Berlín , símbolo real y físico de la división de Europa y del mundo nacido de la otrora Cristiandad entre dos espacios geográficos –el comunista ateo y el Occidental cristiano– desaparecería sin mediar batalla ni guerra alguna, entre los dos bloques militares situados a uno y otro lado de ese Muro.

La citada consagración Juan Pablo II la efectuará solemnemente en la Plaza de San Pedro del Vaticano el 25 de marzo de 1984, el día que concluía el año Jubilar, para conmemorar el 1.950 aniversario de la Redención, y en la fecha en que la Iglesia conmemora la Encarnación del Redentor. Si un 9 de noviembre y ante un lugar tan vinculado a la construcción de una Europa cristiana , el Sumo Pontífice había apelado a esas raíces para que Europa volviera a ser «ella misma», benéfica y grande entre las naciones y los continentes, el Muro que dividía en dos esa Europa, entre una todavía cristiana –nacida en Roma el 25 de marzo de 1957– y otra atea y anticristiana, se desplomaba exactamente otro 9 de noviembre, pero de cinco años después.

Al igual que Alfonso VI, 900 años atrás, vio desplomarse la parte de la muralla que ocultaba escondida aquella talla de María, los berlineses y el mundo entero contemplaban atónitos como otra muralla de 112 km, la de Berlín, se desplomaba pacíficamente cual un castillo de naipes derribado por un soplo. Su caída fue seguida dos años después, el día de la Inmaculada Concepción, por la desaparición de la superpotencia política y militar de la URSS. Son tres «9 de noviembre» (1085, 1982, 1989) unidos por un hilo conductor a la largo de nueve siglos, visibles para todo aquel que se interesa por la Historia a simple vista, y que no son «meras coincidencias» para el que se acerca a profundizar en su estudio con la razón abierta a la posibilidad de una presencia del «brazo de Dios» actuante en ella.

San Juan Pablo II gustaba referirse a Jesucristo como el «Señor de la Historia» , el alfa y la omega, el principio y el fin, que acompaña al hombre y que, a través del tiempo y con su libertad, la construye. Aquella vieja Europa defendida por él en Santiago de Compostela, obtenía la gracia de la oportunidad histórica de volver a ser «ella misma», eliminando pacíficamente el obstáculo construido con hormigón armado que la dividía y aprisionaba.

Para ello la respuesta era, y sigue siendo, volver a sus raíces. Pero no es este el camino emprendido sino el contrario, promoviendo políticas radicalmente opuestas en relación a la defensa de la vida y la familia construida sobre el matrimonio natural. Los frutos ya los percibimos, con una UE desdibujada en el escenario global, con una guerra en su frontera oriental y una población musulmana creciente. Irreconocible ante aquella que alentaba el santo Papa «venido del Este».