Paloma Pedrero

Viejitos

Últimamente, dada la vida misma, los mayores están preparándose para la vejez alejados de la familia. Están haciendo lugares bonitos en los que puedan vivir cerca de sus amigos y tener espacios comunes de asistencia y ocio. Son las ciudades para ancianos. En Estados Unidos hace mucho que existen. A grandes males, grandes remedios. Porque a mí, personalmente, me parece una pena que los viejitos tengan que aislarse de los jóvenes, de los niños, de los adultos. A mí, me parece que no estamos hechos para eso. Y no me gustaría pasar mis últimos años alejada de la vida revoltosa y plena. Sé que es mejor eso que estar en casa abandonado y solo. Sé que los bomberos encuentran muchos abuelos muertos cuando les llaman para tirar puertas. Pero eso es fruto de una degeneración social. De un tipo de vida desalmado donde todo lo que no es productivo molesta. Los niños molestan, los enfermos molestan, los sin hogar molestan, los diferentes molestan. Y, por supuesto, los viejos molestan. El pensamiento de la gente es que hay que disfrutar, pero nos olvidamos que se puede gozar mucho más ayudando al prójimo que tomando cervezas en el chiringuito de una playa. Olvidamos que hemos venido a la vida para reinventarla. Los niños nos enseñan a seguir siendo niños, entre otras cosas. Los viejos tienen tanto que contar... No hace falta que sean simpáticos o sabios, con que recuerden sus experiencias ya tenemos escuela. Y si no recuerdan, tenemos su ternura, su inmensidad. Es una perversión social que de viejos tengamos que separarnos de nuestros jóvenes. Es triste. Comprendo que si no nos quieren a su lado será mejor irnos a vivir a esos lugares. Pero no me parece de naturaleza.

Paloma Pedrero