Ciencia y Tecnología
Cuando la tecnología es la bomba
Los recientes ensayos de armamento nuclear de Corea del Norte más el lanzamiento de una poderosa bomba en Afganistán por parte de EEUU han puesto en alerta al planeta.
Los recientes ensayos de armamento nuclear de Corea del Norte más el lanzamiento de una poderosa bomba en Afganistán por parte de EEUU han puesto en alerta al planeta.
En la naturaleza existen cuatro interacciones o fuerzas que gobiernan el equilibro: la gravedad, la fuerza electromagnética y la fuerza nuclear fuerte y débil.
La más fuerte de todas ellas, a nivel atómico, es la nuclear fuerte, 100 veces más potente que la electromagnética y cien mil veces más que la nuclear débil. La más débil de todas es la gravedad, que es un millón de billones de billones de billones (un 10 seguido de 42 ceros) más débil que la electromagnética. La diferencia es que su campo de acción es mucho más amplio.
Y es precisamente la fuerza nuclear fuerte la que está involucrada en la energía nuclear. Esta interacción es, básicamente, lo que mantiene a los átomos unidos, ya que los protones tienen carga positiva y se repelen. Pero hay elementos y elementos. Todos tienen el mismo número de electrones, protones y neutrones. Pero hay algunos, llamados isótopos, que podrían ser conocidos como los «primos rebeldes» y tienen más neutrones. Esto genera un problema y hace que el núcleo del átomo se vuelva inestable y aleatoriamente, en tiempo y lugar, el átomo busca equilibrarse y lanza neutrones sobrantes. Esto es la radiación. Hay isótopos, como el carbono 14 (tiene 8 neutrones en lugar de 6) que se deshacen de sus sobras a un ritmo cuantificable. Gracias a ello se puede medir el paso del tiempo. Pero hay otros que son más caprichosos, por así decirlo. Entre ellos se encuentran el uranio y el plutonio. Los elementos con los que se hacen la bomba atómica.
El uranio 235 (un isótopo que tiene 92 protones, pero 143 neutrones: 143+92= 235) tiene tanta inestabilidad que es fácil «buscarle las cosquillas»: basta con darle un bofetón en sus partes nobles (el núcleo) para que comience a lanzar neutrones. Romper este equilibrio genera mucha energía y a más neutrones, más potencia. Las centrales nucleares obtienen su energía controlando cuidadosamente los bofetones que dan. Con ello calientan agua para obtener vapor que alimenta turbinas para producir electricidad.
Pero si el bofetón es muy bestia, la reacción no se controla y se convierte en un arma, una bomba atómica. La tecnología detrás de este tipo de armamentos es sumamente compleja, ya que no basta con provocar una reacción en cadena, sino que se diseñan para que cada núcleo atómico que lance un neutrón impacte con la mayor cantidad de otros átomos posibles y así sucesivamente. De modo que crear una sucesión de explosiones que pueden llegar a involucrar a 151.800 trillones de átomos.
El desarrollo de esta tecnología fue acompañado de spin-offs o beneficios indirectos. No debido a que se buscaran, sino porque eran necesarios para el lanzamiento de misiles de este calibre. En EE UU, por ejemplo, el mecanismo de las lanzaderas Atlas ICBM y Titan II, fueron reformados por la Nasa para sus vuelos espaciales. El Atlas llevó al primer estadounidense al espacio y también permitieron, gracias al desarrollo de avances en la propulsión y el control de dirección, crear los sistemas que permiten las caminatas espaciales. Rusia también se aprovechó de esto para lanzar el primer satélite artificial y llevar al primer ser humano, Yuri Gagarin, al espacio.
Para todo esto era preciso concebir sistemas de posicionamiento cada vez más complejos. Y la respuesta fue la creación del GPS (en 1973), que hoy llevan todos los smartphones, pero casi medio siglo atrás era un enorme avance. Los misiles también se utilizaron para lanzar los primeros satélites meteorológicos, allá por los años 1960.
Menos conocidos son los sistemas de aislamiento térmico concebidos para proteger el armamento y que hoy forman parte de diferentes laboratorios y se han adaptado para la arquitectura. Pero aprender a controlar la radiación también contribuyó a mejorar nuestra calidad de vida. En la medicina nuclear por mencionar un área, se inyecta una pequeña cantidad de un radioisótopo en el cuerpo del paciente. Un órgano específico, corazón, pulmones, riñones, etc., lo absorbe y se puede observar, gracias a una cámara especial, el funcionamiento del órgano. Esto permite detectar en etapas muy tempranas ciertas enfermedades, como problemas cardiovasculares o infecciones y tumores óseos. Si se aumenta la dosis del radioisótopo es posible tratar la enfermedad.
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