Exploración Espacial
"Houston, tenemos un problema”: el minuto a minuto de una misión histórica
Cincuenta y tres años atrás se llevó a cabo una de las misiones espaciales más complejas de la historia, cuando la Apolo 13 enfrentó a astronautas y expertos a una decisión clave: salvar la vida de sus tres tripulantes.
La misión Apolo 13 fue la séptima misión tripulada del programa Apolo de la NASA y la tercera destinada a aterrizar en la Luna. Durante su tercer día en el espacio, la tripulación, formada por el Comandante James A. Lovell, el Piloto del Módulo de Comando John L. “Jack” Swigert y el Piloto del Módulo Lunar Fred W. Haise, se encontraban a 330.000 kilómetros de la Tierra (y a uno 50.000 de la Luna), terminaron una entrevista por televisión y estaban por entrar en la orbita lunar. El objetivo era aterrizar en las tierras altas de Fra Mauro al día siguiente y, durante su estadía de 33 horas en la Luna, Lovell y Haise completarían dos caminatas espaciales, realizarían estudios geológicos y colocarían instrumentos científicos. Pero nada de esto iba a ocurrir.
Mientras los astronautas completaban las tareas de rutina de remover el oxígeno líquido criogénico y el hidrógeno líquido en sus tanques en el Módulo de servicio (SM), escucharon un golpe sordo en toda la nave espacial. En ese preciso momento, a las 55 horas, 55 minutos y 4 segundos de vuelo, el control de la misión registró un cambio repentino en las comunicaciones de la antena de alta ganancia (HGA) de la nave espacial, acompañado de un extraño crujido en el flujo de radio, habitualmente silencioso.
En unos segundos, en Tierra, los controladores que observaban las pantallas comenzaron a informar al director de vuelo Eugene F. "Gene" Kranz que estaban viendo datos extraños del Apolo 13, incluido un reinicio del ordenador principal. A bordo de la nave espacial, alrededor de 1 a 2 segundos después del estallido, se encendieron la luz de la alarma principal. Eso llevó a Swigert a llamar al control de la misión y pronunciar la mítica frase: "Bueno Houston, hemos tenido un problema aquí". En Tierra, Jack R. Lousma, preguntó: “Aquí Houston. Repita por favor." Lovell respondió, brindando más detalles sobre su condición: “Houston, hemos tenido un problema aquí. Hemos tenido problemas con los voltajes”. Lovell informó que los sensores detectaron una caída en el voltaje a través de uno de los motores eléctricos que suministraban energía al Módulo de Comando y Servicio (CSM), activando las luces de advertencia para alertar a la tripulación sobre el problema.
En este punto, ni la tripulación ni el equipo de Control de la Misión conocían la causa del problema. La tripulación primero sospechó que algo le había pasado al módulo lunar, tal vez el impacto de un micrometeorito, y Lovell y Swigert se apresuraron a cerrar la escotilla para aislar las dos naves. El motor principal ahora mostraba cero voltios y el otro señalaba un voltaje muy bajo. Dos de las tres celdas de combustible (FC) que combinaban oxígeno con hidrógeno para suministrar energía parecían estar fuera de línea. En la nave intentaron volver a conectar las celdas de combustible pero no fue posible, mientras en el control de la misión, en Tierra, el equipo estaba tratando de determinar si estaban lidiando con un problema de instrumentación o si había un problema real. Habían transcurrido cinco minutos desde que la tripulación escuchó la explosión.
Aproximadamente 10 minutos después, Lovell llamó para decir que la cantidad en el tanque de oxígeno número 2 ahora marcaba cero, y aún más preocupante, “me parece, mirando por la escotilla, que hay un escape. Estamos ventilando algo hacia el espacio. Es un gas de algún tipo”.
Fue en ese momento, apenas 10 minutos después de la explosión, cuando Kranz, el director de vuelo, pronunció otras palabras memorables aunque no tan recordadas: “Bueno, mantengamos la calma, tenemos el módulo lunar todavía conectado y en buen estado… para volver a casa. Asegurémonos de no hacer nada que vaya a agotar la energía eléctrica de nuestro o que haga que perdamos las baterías. Queremos mantener el nivel de oxígeno funcionando. Resolvamos el problema, pero no lo empeoremos adivinando”.
El problema era ahora que el módulo en el que estaba la tripulación estaba perdiendo el oxígeno necesario para que pudieran respirar y al mismo tiempo que fuera capaz de generar energía para las celdas de combustible. El control de la misión estimó que, al ritmo que disminuía la cantidad de oxígeno en el taque 1, les quedaban menos de dos horas de energía. El módulo lunar no parecía afectado y se comenzó a discutir la idea de usarlo como bote salvavidas. Solo había otro problema: el módulo estaba preparado para mantener a dos tripulantes durante dos días y ahora tendrían que estar en él tres tripulantes durante cuatro días.
El alunizaje quedaba descartado. Menos de una hora después de que la tripulación escuchara la explosión, el director de vuelo Kranz instruyó a su equipo que el nuevo plan de la misión consistía en abandonar el alunizaje, dar la vuelta a la Luna y llevar a la tripulación a casa de manera segura y lo más rápido posible. Cuando terminó su turno, Kranz entregó el control de la misión al director de vuelo Glynn S. Lunney y su equipo de controladores. Normalmente, el equipo que termina su turno se iría a casa para descansar, pero esta noche se quedaron y estudiaron detenidamente todos los datos disponibles para comprender qué sucedió a bordo del Apolo 13.
Ahora era una carrera contra el tiempo para activar el módulo lunar ya que al Odyssey solo le quedaban 15 minutos de energía. A las 61 horas y 30 minutos de iniciada la misión y aproximadamente 5 horas y media después del accidente, los astronautas realizaron un encendido de 34 segundos del motor del módulo para volver a colocar la nave espacial en una trayectoria de retorno libre. Si la tripulación no hiciera nada más, en esta trayectoria amerizarían en el Océano Índico casi 90 horas después. Demasiado tiempo para la tripulación.
Unas 15 horas más tardes, el Apolo 13 entró en la sombra de la Luna y los astronautas ahora podían ver las estrellas que habían sido oscurecidas por la nube de escombros que seguía a la nave espacial. Unos minutos después, al estar del “otro lado” de la Luna, las comunicaciones se detuvieron. Fue en ese momento cuando la tripulación del Apolo 13 estableció un récord que se mantiene hasta el día de hoy: los humanos que más lejos llegaron en el espacio.
Precisamente 25 minutos después de desaparecer detrás de la Luna, el Apolo 13 reapareció: “Buenos días, Houston. ¿Cómo vamos?" . Unos minutos después encendieron el motor del modulo lunar durante 4 minutos y 24 segundos para acelerar la nave espacial y regresarla a la Tierra 10 horas antes. Un efecto secundario desagradable del apagado del módulo fue que las temperaturas de la cabina cayeron a niveles incómodos: estaban casi sin energía, con poco oxígeno, casi sin dormir y a 10º C.
Y aquí llegó el otro problema: el CO2 eliminado por los astronautas al respirar no se eliminaba correctamente y el peligro era enorme. Desde Tierra se montó, con todo lo que podían tener en la nave, un operativo para resolver esto. El problema era que los filtros de CO2 del Odyssey tenían forma cuadrada y los del Aquarius eran redondos y había que adaptarlos. La configuración involucró el uso de una prenda enfriada por líquido y una manguera de entrada de un traje espacial, bolsas de plástico, una tarjeta de referencia del plan de vuelo y, por supuesto, cinta adhesiva para unir el recipiente a la manguera de salida para pasar el aire y eliminar el CO2. Los ingenieros probaron la configuración en una cámara de altitud para asegurarse que en la condiciones de ingravidez seguiría funcionando e instruyeron a los astronautas cómo hacerlo.
Para reducir el frío, los astronautas pusieron la nave espacial en modo de Control Térmico Pasivo (PTC) o “barbacoa”: girando aproximadamente una vez cada 11 minutos a lo largo del eje longitudinal para distribuir las temperaturas de manera uniforme. Así pudieron estar un poco menos incómodos. Pero no había terminado todo. Aproximadamente a las 97 horas, Haise informó haber escuchado un golpe en el módulo lunar, seguido de una "lluvia de copos de nieve". Sin el conocimiento de la tripulación y el control de la misión, la batería número 2 (de cuatro) sufrió un cortocircuito, con una liberación potencialmente peligrosa de oxígeno e hidrógeno. Dos horas más tarde, los miembros de la tripulación informaron una alarma de advertencia con respecto a la batería 2.
Durante las próximas horas, los astronautas se prepararon para la siguiente maniobra, que nuevamente se llevaría a cabo utilizando el motor módulo lunar pero sin usar el ordenador, lo que sumaba complejidad a todo lo que estaba ocurriendo. El objetivo era pilotar el módulo pero guiándose mirando la posición de la Tierra y la del Sol por las ventanas. A las 105 horas y 18 minutos de vuelo, los astronautas encendieron nuevamente el motor durante 14,8 segundos (todo estaba cronometrado y hecho con precisión para no perder oxígeno, energía y regresar lo más rápido posible). El encendido tuvo el efecto deseado: la ruta se confirmó y 38 horas después, casi sin dormir y aún temblando, llegaron al Océano Pacífico… sanos y salvos. Sin haber pisado la Luna, pero conviertiéndose en quienes más lejos llegaron en el espacio.
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