Televisión

“Diarios de la cuarentena”: Coronavirus, el musical

Ayer me dispuse a ver “Diarios de la cuarentena” en La 1 y me tuve que tapar la cara con un cojín ya en la primera secuencia

Los primeros días de confinamiento, cuando todavía era novedad la situación y si no habías perdido a nadie cercano eras capaz de hacer bromas, uno de los chascarrillos entre mis amigos era pedir por favor a todos los guionistas que no escribieran una serie en la que una pareja que acaba de liarse se viera obligada a convivir durante el confinamiento. No queríamos salir de esto viendo en televisión la historia que a todo el mundo se le ha ocurrido de puro obvio. Piedad. E imaginación. Pero, sobre todo, piedad.

Ayer me dispuse a ver Diarios de la cuarentena en La 1 y me tuve que tapar la cara con un cojín ya en la primera secuencia. Yo es que tengo un acusadísimo sentido del ridículo y la vergüenza ajena la gestiono fatal. Sorprendentemente, habían tenido el cuajo de arrancar la serie con una pareja que, tras un polvo casual, se ve obligada a convivir durante el confinamiento. A partir de ahí, media hora de chistes previsibles, situaciones pretendidamente cómicas incapaces de arrancar algo más que una risita nerviosa y poquita, muy poquita, gracia.

Y mira que yo tenía ganas de verla después de la polémica en redes sobre su estreno. Me había sentado en el sofá, mando en mano, con toda mi buena voluntad y predisposición a ser condescendiente. Porque a mí me parece bien que se haga esta serie. Luego hablaremos de si es ya el momento, de si el criterio de oportunidad ha estado afinado o de si esta producción viene realmente a dar cauce a un genuino impulso creativo.

Estando radicalmente a favor de la libertad de creación como estoy, no puedo dejar de plantearme si no es legítimo también preguntarse por el fin último de esta serie, cuestionarse si responde a dar cauce a una necesidad expresiva y casi catártica (la risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano, decía Victor Hugo) o si al amparo de aquella libertad de creación que defendemos no se pudieran estar persiguiendo objetivos espurios.

Volvamos a la serie, que me liáis.

La serie adolece de todo lo que me tira para atrás en comedia: situaciones absolutamente previsibles, lluvia de tópicos, sobreactuación, humor blanquísimo, personajes planos... Como dice mi amiga Inma, es un Escenas de matrimonio en tiempos de coronavirus. Casi puedo imaginarme a alguien dando instrucciones para que los chistes hagan gracia a todo el mundo, tanto a un niño de ocho años como a un señor de 70, que lo entienda hasta tu tía de Cuenca, que nadie pueda escandalizarse. Lo más irreverente que hicieron fue llamar “eso” a la masturbación y tener una pequeña conversación sobre la posibilidad de que te pillaran haciendo “eso”. Un niño de cinco años contando el chiste del perro Mistetas es más procaz que todo el episodio de ayer de Diarios de la cuarentena.

Traduzco: no me gustaría aunque tratase de otro tema, de un apocalipsis ajeno, lejano. Uno que no me tocara directamente. Es al humor lo que una cartilla de caligrafía Rubio a la literatura.

Precisamente Woody Allen nos daba la fórmula de la comedia: es tragedia más tiempo. Aquí no es ya que no ha pasado el tiempo suficiente como para que la tragedia pueda ser vista con humor, es que ni siquiera hemos salido de ella todavía. ¿Qué ejemplo podría poner para que se entendiera esto? Imaginad que hace apenas unos meses, con un montón de inmigrantes jugándose la vida para llegar a nuestras costas y conseguir algo parecido a un futuro, a alguien se le hubiese ocurrido estrenar una serie que retratase la vida cotidiana en clave de comedia de una familia que vive en primera línea de playa de un pueblo de Cádiz y que no hace más que encontrarse pateras llegando. La serie, con un humor blanquísimo, pasaría por alto el drama (2.297 muertos en el Mediterráneo en 2018, por dar un dato) para no ofender a nadie y haría chistecitos topiquísimos en los que la familia se toma con humor las circunstancias. El hijo podría ser, incluso, voluntario de Cruz Roja. La monda. ¿Y cómo es que no se les ocurrió hacer algo así cuando nos alertaban del terrorismo machista? Una serie sobre las descacharrantes cuitas de un hogar donde se sufre violencia de género. Ocultando por supuesto el drama para no herir sensibilidades (55 asesinadas por sus parejas o exparejas en 2019), pero entreteniendo a toda la familia.

Inciso. Cómo son las cabezas. Me acaba de venir a la mente aquel anuncio de los cómicos de nuestro país diciéndonos que hay cosas con las que no se bromea. Fin del inciso.

Alguien ha pensado (supongo que algún experto, ese ente superior responsable de todo lo que ocurre hoy en día) que en la ecuación de Allen la variable del tiempo era despreciable. Que estamos preparados para hacer comedia de nuestro drama mientras seguimos instalados en él. Es una opción. Una que a mí no me gusta, pero una opción. Creo que puestos a defender esa tesis haciendo una comedia en este momento sobre un drama del que, no solo no nos hemos repuesto, sino que ni siquiera hemos vislumbrado aún el fin, deberían haber arriesgado mucho más y en lugar de haberlo titulado Diarios de la cuarentena debería haberse llamado 13.798 muertos, qué risa Maria Luisa. O Coronavirus, el musical.

Yo es por dar ideas.